La historia ya la conocemos y se ha repetido varias veces. Los gobiernos de los países europeos se reúnen cuando consideran que se está saliendo de control la pesadilla de deuda soberana de Grecia y otras economías de la eurozona, para luego hacer un anuncio que tranquilice a los inversionistas.
El fin de semana pasado fue una de esas ocasiones. Angela Merkel y Nicolás Sarkozy dijeron que están trabajando en un plan que presentarán a fines de mes para capitalizar a los bancos europeos y comenzar a resolver, ahora sí, los problemas de deuda soberana de las naciones periféricas.
Ésa fue la excusa que esperaban los mercados para convertir en rally la mejoría bursátil que comenzó tímidamente a principios de este mes. Más aún cuando coincide con la expectativa de que los reportes de utilidades del tercer trimestre serán muy buenos para la mayoría de las empresas en Estados Unidos (EU).
Yo, sin embargo, no comparto por completo ese entusiasmo. Mantengo, en cambio, una dosis razonable de escepticismo, más cuando la mentira y la exageración, así como promesas sin sustento, son el pan de cada día de los políticos.
Pero vayamos por partes. Es cierto que los números de las empresas serán muy probablemente buenos y que los políticos europeos están conscientes de las dificultades tan severas que enfrentan, lo que puede darnos días y hasta semanas de tranquilidad financiera, pero no nos saca todavía del atolladero.
Como reza el refrán popular, del dicho al hecho hay mucho trecho, y son muchos los obstáculos que las economías de EU y Europa tendrán todavía que superar para salir por completo del hoyo económico en el que se encuentran.
Por un lado, los buenos reportes bursátiles que se refieren al pasado no hacen que desaparezca el fantasma de una futura recesión para EU, a la que los analistas le asignan un cincuenta por ciento de probabilidad.
Las mismas autoridades estadounidenses reconocen que están en el umbral de un debilitamiento de su actividad económica, que bien pudiera convertirse en recesión y prolongarse hasta 2013, lo que seguramente se traducirá en un menor dinamismo para el crecimiento de las ventas y las utilidades de las empresas.
Lo más apremiante, sin embargo, es la situación en Europa, donde el anuncio de esta semana compra tiempo y pospone el desenlace del problema, que para todo fin práctico todavía está lejos de resolverse.
Por un lado, es muy probable que la región caiga en recesión en 2012 y ello magnifique los de por sí graves problemas económicos y sociales que enfrentan Grecia, Portugal, Italia y España. Por otro lado, no es una buena noticia que todavía a estas alturas se insista en que los griegos cumplirán con todos sus compromisos de deuda.
Mientras los gobiernos europeos mantengan dicha posición, el terreno seguirá siendo propicio para que se presenten más episodios de sobresaltos financieros, por lo que el rally actual tiene pies de paja y en cualquier momento puede revertirse.
Existe, sin embargo, un rayo de esperanza que, si se materializa, pudiera apuntalar mejor el desempeño de los mercados financieros en el mediano plazo.
Los políticos, como sabemos, nunca dicen realmente lo que piensan. Es, por tanto, una tontería esperar que Merkel y Sarkozy acepten públicamente la inevitabilidad de la reestructuración de la deuda griega, aun cuando todos la esperan.
Ellos, no obstante, están conscientes de los pasos que diversos economistas han planteado como la salida más apropiada para la tragedia griega, sólo resta ver si tendrán la osadía suficiente para instrumentarlos.
El primero de ellos ya lo anunciaron, que consiste en fortalecer y capitalizar a los bancos de la región para que resistan, precisamente, una quita importante de deuda y no afecten negativamente el desempeño de sus economías.
El segundo es sorprender al mundo con el anuncio de una reestructuración de las economías insolventes de la eurozona, como Grecia y Portugal, al tiempo que para evitar un efecto dominó, comprometen los recursos del Banco Central Europeo y los gobiernos fuertes de la región para apoyar de manera ilimitada a las naciones con problemas de liquidez, como Italia y España.
Este paso, me parece, precipitaría el desenlace de la tragedia de deudas soberanas y les permitiría a los gobiernos de las economías desarrolladas concentrarse en sortear lo que, de por sí, promete ser una tarea monumental, que es regresar a la senda del crecimiento sostenido.