Los acontecimientos alrededor de este vergonzoso asunto son conocidos erga omnes por lo que haré un breve sumario de lo que se dijo, aclarando que no se dejen llevar por el título de este artículo aunque dé lugar a ello el que esté siendo tratado así por la prensa internacional.
Es New York la llamada urbe de hierro una ciudad considerada como la moderna Torre de Babel. Está construida en varios barrios uno de los cuales es la isla de Manhattan. Hay ahí una zona hotelera en donde se hospedan quienes pueden pagar sus estratosféricos precios. Una noche cuesta la friolera de varios miles de dólares, usted la mayor parte del tiempo se la pasa dormido. Si se puede dar el lujo le costará un ojo de la cara y la mitad del otro, con eso les digo que hay quienes pagan sólo para sentirse entre sus iguales. Los pasillos son silenciosos, usted no sabrá que ahí se hayan escenificado escándalos. Eso ahuyentaría a los huéspedes. Pase lo que pase no se escuchará en sus céntricas calles. Menos llegará a oídos de los chicos de la prensa, que están ávidos por escuchar algo de lo que seguramente se hablaría en los días siguientes.
He hecho hincapié en lo que podemos llamar la conjura de silencio, porque quienes pasan ahí las noches están seguros que como dicen los italianos de Sicilia se mantendrá ortos odontos (detrás de los dientes). No es que suelan ocurrir estrépitos, sino que un escándalo daría lugar a que los clientes se retiraran, recrearse con la estatuta. Eso se llama cuidar el prestigio. Es por eso que ha llamado la atención el escándalo en que se ha visto envuelto un funcionario a nivel mundial con un cerebro privilegiado. Lo único malo es que pertenece a un partido político de izquierda (malo, para los que en nuestra geometría politica están a la derecha). Su edad frisa en los 62 años, muchachito no es. Desde tiempo atrás se venía perfilando como el candidato más idóneo que podía sacar de la carrera política a la Presidencia de Francia, nada menos que a Nicolás Sarkozy, cuyas correrías por nuestro país pisan los umbrales de mis chicharrones no nada más truenan en Francia sino que también alcanzan suelo Azteca. El muy indino quería que nuestro Presidente estuviera a su servicio.
La muchacha, empleada del mesón, caminaba primero un paso después el otro. Había que inventar una truculenta historia. El dinero le permitiría cambiar de vida. Tendría que mentir, pero valía la pena. Afuera caía una pertinaz llovizna. Le hicieron repetir una y otra y otra y otra vez. Hasta que estuvieron satisfechos. Le mostraron fotos que se aprendió de memoria. Le dijeron dónde rasgar su ropa. La ciudad con sus rascacielos era impresionante, A lo lejos se alcanzaban a oír los parloteos de las gaviotas. En las tardes se sentaba en la misma banca del parque para deleitarse con ver aquella estatua que tenía una corona en la cabeza y una antorcha empuñada. Le dijeron que significaba que quien llegara al país de las barras y las estrellas por ese simple hecho sería libre. Tenía que decir que el hombre andaba desnudo que ella no se dio cuenta hasta que fue demasiado tarde. Que abusó, a pesar de que le pedía que la dejara. En otro punto se veía a un hombre, entrado en años.
Estaba esperando en una mesa de restaurante, a que llegara su hija a la que le había prometido que cuando estuviera en esa urbe comerían juntos. Los autos pasaban veloces tratando de avanzar unos metros envueltos en un tráfico de locura. Sabía que el gobierno de Washington no lo quería. Sin embargo nada podrían hacer en su contra, porque si lo hacían y fallaban, él se encargaría de cobrárselos. Los traía como lapas, como si no se diera cuenta, ellos disimulaban, él también.
Se acordaba que la Casa Blanca festejaba con gran boato el aniversario de la Batalla de Puebla, invitando a los mexicanos a una velada el 5 de mayo, en cambio ni quién se acordara en la Unión Americana del 15 de septiembre cuando el Gobierno de México festejaba el Día de la Independencia. Presentía que Sarkozy preparaba una estrategia, sus posibilidades de éxito, lo decían las encuestas, eran muchas, las que le auguraban que no llegaría a un segundo período.