EDITORIAL Caricatura editorial columnas editorial

Una ciudad donde patinar está prohibido

ONÉSIMO FLORES DEWEY

 E N Saltillo los patines están prohibidos y los triciclos no corren mejor suerte. No estoy bromeando, utilizar estos artefactos "u otros vehículos similares" está expresamente prohibido por el Reglamento de Tránsito vigente. Y no sólo eso. También está "prohibido jugar en la vía pública", ya sea en las calles o en las aceras. Pueden consultarlo. Artículo 106, para mayor referencia.

Supongo que este tipo de normas no son tan raras, dado el modelo de desarrollo urbano vigente en muchas ciudades mexicanas.

Independientemente de que se hagan valer o no, reflejan una filosofía arcaica pero todavía dominante, que considera que las calles y las banquetas son para transitar y no para disfrutarse. De acuerdo con esta forma de entender la ciudad, las calles se evalúan por su capacidad de flujo. "Esta vialidad moverá a tantos-mil vehículos por minuto", anuncian los funcionarios a la hora de inaugurarlas. "La obra ahorrará tantos-miles de horas-hombre por jornada", presumen los ingenieros responsables. Recitar estas cifras es suficiente para justificar los superlativos. Aquella es la "súper" vía, este es el "mega" distribuidor.

Supongo que son métricas válidas y hasta cierto punto defendibles. Sin embargo no debiesen ser únicas, particularmente para el 95% de nuestras calles, ésas que están frente a nuestras casas y que constituyen nuestros barrios.

"Las banquetas son parientes de los parques", nos plantea Enrique Peñalosa como alternativa. Son espacios para el encuentro fortuito, para los pequeños placeres, para observar y ser observados. La calle es un sitio donde la ciudad se desnuda, compartiendo con nosotros sus sonidos y sus olores. La ciudad es "nuestra" sólo en la medida en que existen espacios públicos seguros y de calidad, donde no hay requisitos de admisión ni es necesario pagar para entrar.

La ciudad es tan democrática como sus calles y banquetas facilitan la convivencia de quienes son o piensan o se mueven de manera distinta.

Es en estos sitios donde los desconocidos pueden transformarse en vecinos, donde las clases sociales se vuelven por instantes menos relevantes y donde los niños aprenden a ser ciudadanos. Las banquetas y las calles, cuando están bien construidas, son resquicios de equidad que funcionan como escuelas de convivencia. Son, como dijera Walter Benjamin, "sitios donde la vida pública y privada se entremezcla", donde cada acto o actitud privada "es penetrado por la influencia de la vida comunitaria".

Si coincidimos con esta forma de entender el espacio público, requerimos urgentemente de nuevas métricas para evaluarlo. ¿Qué importa que miles de vehículos puedan circular por hora en una calle, si no existen condiciones para jugar o patinar o andar en triciclo sobre ellas?

Te invito a hacer el experimento: califica tu calle. ¿Hay bancas, hay árboles, hay alumbrado? Suena obvio, pero ¿hay banqueta? ¿Qué hacen quienes caminan por ella? ¿Transitan de un punto A al B, acelerando el paso para minimizar el pesar o el miedo que les genera la ciudad, o disfrutan el trayecto, convirtiendo la ocasión en un paseo? Compara el número de transeúntes contra el número de autos estacionados sobre la acera. ¿Cuál cifra es mayor?

Imagina que recorres algunas de esas cuadras empujando una carriola, o arrastrando un carrito con las compras o atado a una silla de ruedas.

¿Es posible recorrerlas con facilidad o necesitas ayuda? ¿Podrías ir a la escuela caminando? ¿Qué tal salir de compras o llegar a trabajar?

¿Qué tan diversos y atractivos son los destinos que puedes alcanzar caminando durante 10 minutos hacia cualquier dirección?

Piensa en otras formas de evaluar el espacio público. -¿Qué calificación le otorgas a tu calle?

Más allá del discurso bonito o del evento destacado o de la obra de relumbrón, lo que necesitamos de nuestras autoridades es un corte de caja. ¿Cuál es el balance? ¿Cuántas calles reprueban y cuántas pasan de panzazo? Si bien arreglarlas y corregir las inercias tomará años, debemos empezar ya. Establezcamos cómo estamos, acordemos hacia dónde queremos ir, y evaluemos a nuestros gobiernos en base a su desempeño.

Mientras no evaluemos de forma global cuánto avanzamos y cuánto retrocedimos, seguiremos aplaudiendo acciones que no por relevantes dejan de ser testimoniales. Por ejemplo, en Saltillo construimos un par de ciclovías, pero en ningún sitio está establecido o normado el derecho del ciclista a compartir las calles. Cerramos una avenida los domingos por la mañana para disfrute del peatón, pero permitimos que la ciudad amable, democrática, igualitaria y humana desaparezca en cada nuevo fraccionamiento. Y creo que Saltillo no es excepcional, pues podríamos encontrar contradicciones similares en todo México.

Hace falta un cambio radical en nuestra concepción del espacio público. Necesitamos un nuevo modelo de desarrollo urbano donde el jugar en las calles o transitarlas en patines no sólo esté permitido, sino que además se convierta en un indicador de éxito.

Leer más de EDITORIAL

Escrito en:

Comentar esta noticia -

Noticias relacionadas

Siglo Plus

+ Más leídas de EDITORIAL

LECTURAS ANTERIORES

Fotografías más vistas

Videos más vistos semana

Clasificados

ID: 617902

elsiglo.mx