E Ntre otros conceptos se dice que se está haciendo una parodia cuando se realiza una imitación burlesca de una cosa seria o simplemente de algo que tiene esas características que distorsionadas crean situaciones chuscas. Apenas los candidatos a Presidentes, cuando menos de los partidos políticos que participan tradicionalmente con posibilidades de obtener una votación copiosa, han dado a conocer, quiénes son sus candidatos cuando ya se sueltan los ataques más virulentos que haya escuchado en lo que llevo asistiendo como invitado de palo, (sin derecho a opinar ni a participar, sino como simple ciudadano interesado en la cosa pública). Nunca se habían manifestado los ataques tan insidiosos ni tan descarados como ahora. Apenas estamos en el amanecer de lo que promete ser una agitada tarea para quien aspira a sentarse en la silla, con el águila devorando una serpiente, cuando ya se escuchan los obuses disparados por la artillería, emboscada en el anonimato, lo que permiten los modernos medios de comunicación.
Desde luego estoy en contra de esa propaganda cuyo fin es ridiculizar a uno o más de los aspirantes a competir en la próxima contienda electoral que debe llevarse a efecto el próximo año. Para ello, en el caso de este comentario se utiliza una escena de la película La Caída en la que Adolfo Hitler, el Führer, gesticulando, con su peculiar estilo, dice cosas en idioma alemán cuya versión o sea la traducción que se hace al español, aparentemente no corresponde a lo que en realidad está expresando. Se trata de escarnecer lo que dijo Enrique Peña Nieto en la Feria del Libro celebrada recientemente en la Perla tapatía. Lo que se pretende se tome como una broma inocente, para diversión popular, no es otra cosa que una crítica que tiene como objetivo mediato el satirizar un olvido que puso en aprietos al candidato a la primera magistratura del país. Fue tomada con buen humor por el afectado, tan es así, que aceptó de buena gana su crasa ignorancia pidiendo a los concurrentes que se dejaran a un lado las guasas que le hacían de su dislate, pidiendo simplemente "darle vuelta a la página"; esto es, no darle importancia a un traspié que considera no la tiene.
Sus detractores bien saben lo que hacen. El ridículo es capaz de destruir la reputación del más remilgado de los hombres. No obstante, la envidia suele jugarnos una mala pasada; por lo común no nos deja ver la realidad. Lo vemos atildado, seguro de sí mismo, apostando más a su figura que a su sapiencia. Es el político moderno al que no le interesa la burla o el menosprecio de los demás. El ave canta mientras la rama cruje, como que sabe lo que son sus alas, decía en uno de sus versos Salvador Díaz Mirón. Que su quehacer provoca la risa es tan sólo algo anecdótico. Ya pasará y se olvidará. Una de las causas que origina estemos como estamos, es que somos un pueblo desmemoriado. No hay capacidad retentiva. Apenas se acaba de armar un alboroto cuando viene otro asunto que nos hace olvidar, como el toro que embiste con furor el capote de un torero, pero que no insiste en su ataque cuando otro lienzo en distintas manos se le pone frente a sus ojos, así bajando la mirada y sin más ni más, arremete en pos del nuevo señuelo.
Suponiendo, sin conceder que el titubeo de Peña Nieto, al no responder a las preguntas con erudición pudiera ser que, como decía Platón, filósofo griego, (428-347 a.C.): lo poco que sé, se lo debo a mi ignorancia (¿por qué no?); ahora que si fuera verdad que es un iletrado, algo que por más que me esfuerzo no me cabe en la cabeza, su ignorancia supina aunada al poder político sería una pésima mixtura con efectos ciertamente devastadores. No debe preocuparle, después de todo los momios siguen a su favor. Basta ya de agredir a quien va a la cabeza de los que aspiran a ocupar el trono de Moctezuma, ya verán cómo Peña Nieto, cuya ignorancia lo adorna, nos deja con la baba de fuera por la sorpresa. Decía Francois de La Rochefoucauld (político y escritor francés 1613-1680), que hay tres clases de ignorancia: no saber lo que debiera de saberse, saber mal lo que se sabe, y saber lo que no debiera saberse. En fin, A bba Eban, diplomático israelí, 1915-2002, al refutar argumentos de un adversario, lo único que le dijo: su ignorancia es enciclopédica.