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Una mujer llamada suegra

FAMILIA

Una mujer llamada suegra

Una mujer llamada suegra

Leonor Domínguez Valdés

Generalmente se habla de la suegra como una figura entrometida. ¿Tiene esta creencia un fundamento? Y más aún: ¿cuál es la actitud asertiva que requieren marido y mujer para que sus madres no se conviertan en enemigas del nuevo matrimonio?

Pasado el periodo del enamoramiento inicial y la fase a la que en nuestra sociedad denominamos ‘luna de miel’, toda nueva pareja se enfrenta con la realidad y cae en la cuenta de que la familia de origen de cada uno de los cónyuges juega un papel importantísimo en su vida como esposos. Ésta continúa siendo un elemento fundamental en su existencia y por lo tanto no puede quedar fuera de la dinámica socio-psicológica del recién creado sistema familiar.

Cuando los novios se van de casa porque han decidido unirse en matrimonio, para eventualmente constituir un hogar propio, los padres de ambos suelen experimentar una vivencia a la que técnicamente se le denomina ‘síndrome del nido vacío’, y es entonces que particularmente las madres tienden a buscar un mayor acercamiento con su hija o hijo. Por su parte, los nuevos esposos se enfrentan a la realidad, pues cada uno de ellos procede de hogares diferentes, que a su vez tienen creencias, costumbres y estilos de vida distintos.

Habitualmente, el establecimiento de la nueva rutina familiar demanda un periodo de ajuste y reordenamiento tanto en el juego de roles de cada miembro de las mismas, como en el orden de las jerarquías respecto a los derechos y deberes y la atención que cada uno de los sujetos involucrados demanda.

Es usual oír decir que en nuestro país los hombres tienden a vincularse más estrechamente con los parientes de su consorte, que ellas con la de sus maridos. Dicha práctica suele generar sentimientos de rivalidad en la relación entre suegra y nuera, así como un sentimiento de abandono y angustia de separación y pérdida por parte de las madres de la hija y el hijo, aunque suele ser más notoria la reacción emocional que vive la de éste último.

La vivencia de pérdida y de alejamiento por parte de la mamá del varón, puede despertar en ella ciertos sentimientos de animadversión, competencia y rechazo hacia su nuera y por consiguiente, propiciar que ésta responda de igual forma.

Finalmente, con el paso del tiempo tanto las familias de procedencia, como la flamante pareja, logran reorganizarse y restablecer un orden y funcionalidad en su sistema de vida.

IMPRESCINDIBLE CREAR LÍMITES

Para la nueva pareja, generalmente inexperta en el arte de saber establecer límites en lo que se refiere a sus familias de origen, el aprendizaje suele resultar doloroso y desgastante. Sobre todo para la joven casada los enfrentamientos con su suegra podrían hacerle sentir que su matrimonio apenas en proceso de consolidación puede ponerse en situación de riesgo.

No es inusual ver que las madres de los noveles maridos ejerzan una notable influencia sobre ellos y que eso a su vez repercuta en la relación entre estos y sus esposas, de ahí que con mucha frecuencia pasados los primeros meses o años de enamoramiento empiecen a surgir fricciones y dificultades importantes en la pareja.

En aquellos casos en los cuales el vínculo amoroso es fuerte y sólido, la crisis de la separación de los hogares individuales y la capacidad de definición como una familia diferente e independiente, les permite trascender el problema y fortalecer el nexo conyugal.

Es muy importante que las consortes principiantes sean capaces de poner límites claros en relación con su familia política y de manera especial con sus suegras, pero también es vital que junto a sus compañeros aprendan a vivir como un sistema social nuevo y diferente.

¿CUESTIÓN CULTURAL?

Uno de los múltiples rasgos culturales de las familias mexicanas es aquél que privilegia la figura del varón por encima de la mujer. Así, a los hombres desde que nacen se les considera superiores y por lo tanto se les confieren derechos y prerrogativas de los que no gozan las hijas.

Las madres suelen volcar todo su amor y sus expectativas sobre sus descendientes varones y les dan un trato preferencial. Incluso hay quienes afirman que éstas cuando dan a luz a un niño ven satisfecho en él un sentimiento de falta o carencia de ‘ese algo’ llamado masculinidad del que carecemos las mujeres.

Los hombres son moldeados como pequeños ‘reyes déspotas’ a quienes las madres protegen y sobrevaloran por encima de las hijas. En la cultura mexicana tradicional, el hecho de engendrar a un varón significa tener a una familia completa, a diferencia de cuando la pareja solamente procrea mujeres.

El vínculo que se crea entre la madre y el hijo tiene una fuerza sorprendente, pues el niño no tiene que hacer algo en absoluto para ganarse su amor, porque éste le es concedido como un don implícito de acuerdo con su género.

Pero llegada la edad adulta, él busca y encuentra a otra mujer a la cual elige como compañera para así poder crear un nexo amoroso, mismo que eventualmente culminará en un compromiso matrimonial. Es entonces cuando la madre se siente desplazada y suplantada-separada, marginada y esa experiencia suele servir de detonante de una serie de sentimientos de ansiedad y depresión, mismos que a menudo se expresan en forma de ira, rechazo, animadversión, competencia y comparación para con su nuera, entre muchas otras manifestaciones de las emociones primarias.

La suegra en el mundo

Usualmente se cree que el papel de la mujer-madre que emula a Yocasta en su relación con Edipo, es una condición privativa de los mexicanos. No obstante, son muchas las civilizaciones donde vemos la reproducción de tal esquema. Dentro de la tradición judía el papel que desempeña la madre en lo relativo a sus hijos varones es determinante para su desarrollo psicoafectivo y social en la adultez; lo mismo podemos decir acerca de la cultura italiana y de la mayoría de los pueblos del Oriente Medio, del Oriente Lejano y de África. En muchas sociedades asiáticas y africanas la mujer no puede siquiera decidir si desea desposarse o no, ni con quién lo quiere hacer. La autoridad absoluta la tiene el varón y por consecuencia, la madre de éste posee una enorme injerencia en la vida de la nueva y joven pareja.

UNA NUEVA VISIÓN

Mucho se ha hablado acerca de las enormes calamidades que ha traído consigo este gran cambio de época que estamos viviendo. Empero, no todo ha sido malo y la era contemporánea también ha traído consigo grandes ventajas entre las cuales están algunas que han sido particularmente importantes en lo que referente a los roles de género.

Cada vez son más las conquistas que hemos conseguido las mujeres en todos los ámbitos de la vida y uno de ellos radica justamente, en el hecho de que ahora nuestra condición ha variado en lo que respecta a nuestra manera de relacionarnos con los hombres y a la percepción que tanto ellos como nosotras tenemos de lo que significa vivir en pareja y formar una familia.

La transición no ha sido fácil ni sencilla y ha implicado una gran dosis de sufrimiento y desgaste psicológico, cultural y social tanto para las mujeres como para los varones a quienes a todas luces parece haberles resultado mucho más difícil aceptar y asumir el rol que ahora juega el sexo femenino. Sin embargo, pese a que hay quienes afirman que el matrimonio y la familia agonizan, lo que en realidad ocurre es que ambos sistemas sociales atraviesan por un proceso de redefinición y recomposición, mismo que habrá de resultar en una fórmula mucho más adecuada a las demandas de los tiempos actuales.

En este contexto, el papel de las suegras también ha sufrido un cambio positivo, ya que ahora ellas representan un papel importantísimo para el mantenimiento de la estabilidad de las parejas jóvenes, sobre todo cuando éstas se encuentran en la fase de reproducción y crianza de los hijos, pues cada vez es más habitual ver que ambos cónyuges tengan que desempeñarse en la vida económicamente activa, lo cual hace necesaria la participación de las abuelas en el cuidado de sus nietos.

Lo anterior hace que la familia se robustezca y que las dificultades y rivalidades se transformen en actitudes de apoyo y cercanía afectiva entre los hogares de origen de los nuevos matrimonios y la generación de los abuelos.

LA CLAVE: INTELIGENCIA EMOCIONAL

El establecimiento de una pareja trae como resultado la expansión de los sistemas familiares de ambos miembros. Para evitar conflictos hace falta inteligencia emocional.

Las madres (y padres) de cada uno de los cónyuges deberán guardar una distancia prudente entre los nuevos consortes y aprender a validar su propio espacio emocional y territorial.

Por su parte, los flamantes esposos requieren aprender a solucionar sus conflictos entre ellos, o bien solicitar los servicios de consejería o ayuda terapéutica de un profesional.

Una de las mejores maneras de lograr el equilibrio y la construcción de una relación saludable y edificante radica en cimentar una actitud de respeto y aceptación. Así, la suegra precisa dejar que su nuera construya junto a su marido el estilo de vida que ellos decidan llevar y lo mismo debe hacer la madre de la novia para con su yerno.

El ahora esposo necesita ser capaz de desprenderse de sus progenitores para lograr cada vez mayor acercamiento y compenetración con su mujer, y a ella le toca corresponder con equidad.

Cuando las suegras permiten que sus hijos resuelvan las dificultades de forma independiente, se convierten en elementos coadyuvantes en el proceso de su crecimiento y maduración. Lo anterior no significa que deban mantenerse siempre al margen, por el contrario, la presencia y el apoyo solidario y subsidiario, resulta sumamente importante en el proceso de consolidación de la vida de la nueva pareja.

Correo-e: leonor.dominguez@lag.uia.mx

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