La política en México se ha convertido en un juego perverso. En el discurso, los partidos se erigen como representantes de los intereses de la población, cuando en los hechos defienden exclusivamente los intereses de sus élites y, en el mejor de los casos, los de sus grupos clientelares.
En su encarnizada lucha por obtener el poder, los llamados partidos "grandes" -que son los que en realidad pueden alcanzar los cargos de elección popular-, se valen de todo tipo de artimañas y de la más grosera demagogia para instalarse en el gobierno.
Para eso, echan mano no sólo de los abundantes recursos públicos que año con año les otorga el Instituto Federal Electoral (IFE), sino que también se valen del dinero del erario cuando lo tienen a su alcance.
Con dichos recursos construyen candidaturas, controlan instituciones, tejen redes de dependencia y brindan apoyos asistenciales a cambio de la fidelidad en las urnas.
Lo peor de esta forma de proceder de los partidos y sus dirigentes es que la vida pública nacional y regional queda atada inevitablemente al calendario electoral. Como un auténtico círculo vicioso, los problemas más graves que aquejan a la sociedad ven postergada siempre su solución debido a la agenda de los llamados políticos profesionales. En medio de esta mezquina visión de la realidad, los ciudadanos quedan relegados al mero papel de contribuyentes y electores con poca voz y un voto al que ya le han puesto precio.
Por si fuera poco, los ciudadanos que pagan sus impuestos financian una pléyade de "partiditos" que escasas o nulas posibilidades tienen de convertirse en gobierno. Muchos de esos institutos son utilizados como verdaderos negocios familiares o comparsas de los partidos dominantes para legitimar el poder de éstos aparentando pluralidad.
Por todo lo anterior, en México es necesaria una reforma política de fondo que dé a los ciudadanos los instrumentos necesarios para aumentar su participación en la toma de decisiones e incrementar su vigilancia y control de los funcionarios públicos. La reforma política debe verse como la punta de lanza de una serie de cambios que en el país deben propiciarse para que las cosas comiencen a caminar un poco mejor.