D Os días después de cumplir 58 años de edad, Andrés Manuel López Obrador recibió el mejor regalo en mucho tiempo: ser perfilado como el candidato único de la izquierda mexicana para la contienda presidencial de 2012.
Será la segunda vez que el tabasqueño busque llegar a Los Pinos, ahora con un horizonte más complicado al no contar con la proyección diaria que tenía en los medios cuando fue gobernador del Distrito Federal además de las cargas negativas que acumuló en el conflicto poselectoral de 2006.
Tampoco tendrá, al menos por el momento, la persecución legal y política que sufrió en el sexenio de Vicente Fox y que estuvo a punto de llevarlo a ganar la Presidencia de la República.
Hoy la imagen de López Obrador está más desgastada y así lo demuestran las encuestas abiertas en comparación a los aspirantes de otros partidos. Ya no tiene la chispa ni las simpatías de antaño debido a en buena medida a estos seis años que ha pasado sin cargo público.
No obstante el exgobernante capitalino ganó las encuestas que definieron quién correrá para la presidencia de la República como candidato del PRD y de otros partidos de la izquierda.
Marcelo Ebrard, el actual gobernador del Distrito Federal, se quedó en la raya y aceptó la derrota a pesar de lo cerrado para dejar el camino libre a López Obrador. Todos nos preguntamos si el tabasqueño habría tomado la misma postura en caso de haber perdido las encuestas.
La ventaja para el PRD y la izquierda mexicana es que con Andrés Manuel será más viable formar un frente unido entre los partidos y organizaciones progresistas con el fin de acudir a las urnas con mayor fuerza.
Pero no será nada fácil unificar a la izquierda mexicana, hay demasiados intereses en pugna, divisiones profundas entre algunos grupos, amén de la rivalidad que guardan los personajes prominentes de estos partidos.
Desde 2006 cuando López Obrador perdió la elección presidencial por un escaso margen, la izquierda mexicana ha dado tumbos y registrado escisiones que no le permiten avanzar en la conquista de más puestos de elección popular.
El PRD domina todavía con notoria presencia el Distrito Federal y los estados de Guerrero, Chiapas y Michoacán. En coalición con otros partidos gobierna además Puebla y Oaxaca. La reciente derrota del santuario perredista michoacano es reflejo de ese mar de divisiones que envolvió a este partido en el último sexenio.
En cuanto se divulgó la victoria de López Obrador en las encuestas hubo desazón entre algunos perredistas. Jesús Ortega, eterno enemigo de AMLO, aceptó a regañadientes la derrota de Marcelo Ebrard. El propio regente capitalino se le vio incómodo ante las cámaras cuando abrazó a su adversario en aparente señal de unidad.
López Obrador tiene por delante el reto de unificar a la izquierda mexicana que a pesar de no atravesar por su mejor momento, su presencia resultará indispensable en la contienda presidencial de 2012 y en el camino hacia la transición democrática.
En otros países han sido precisamente líderes de avanzada quienes lograron grandes cambios como ocurrió en España con Felipe González y recientemente en Brasil con Lula da Silva.
Estos personajes supieron con habilidad y sabiduría combinar programas de corte social con acciones de libre mercado, esto es un capitalismo social o dicho de otra manera un socialismo de libre mercado.
En México no se ha logrado aplicar una fórmula similar. En los 70 y 80 vivimos tiempos amargos con gobiernos de izquierda que expropiaban tierras, bancos y empresas privadas. Mientras que en los 90 y los años recientes se privilegió a los grandes consorcios nacionales y extranjeros sin que se hayan alcanzado las metas de empleo y bienestar social.
Lo cierto es que ni López Obrador ni el resto de los presidenciables parecen tener los tamaños necesarios para sacar a México de la barranca social y económica en que se encuentra.
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