S Eguramente te valdrá un quiote lo que voy a contar. Un quiote lo que vas a leer. Finalmente los cotidianos hartazgos son costales que tullidos pendulean goteando sudor. Los golpeas con los nudillos rasgados, haciendo jabs de sombra a la promesa de un mañana. El box es la vida, piensas..., y por eso estoy seguro te valdrá madres lo que vengo a contarte. También en eso nos parecemos. Finalmente el minutero relumbra nuestra cara de pescado muerto; el utilitarismo es dueño de todo horizonte; y la jugarreta de billetera vacía es extendida. La realidad de sálvese quien pueda, sabemos..., y lo que sigue vale quiote, duro y erecto. Sin argumento que exista. Así que los sedientos de razones que se me vayan de puntitas a otro sitio. Esos caras pálidas, sedientos de historias con carne en los pómulos. Márchense a otro sitio, que aquí no hay ni explicación ni argumento. Aunque muera de verdad por obrar un milagro, no me es posible. La realidad es alcantarilla ahogada, cópula líquida interrumpida. Asemeja a la legión de abandonados que vagan perdidos y ciegos frente al parque, y que finalmente se quebrantan en sus soledades. Un repicar del teléfono que cansa tanto. Una desparpajada obviedad que se reitera, que somete incluso a los propagandistas del cambio. A esos que cierran y abren la puerta diariamente a la misma hora. Esos que quieren cambio sin saber dónde, guiados por una corazonada hermosa. Esos también se me quebrantan. Se quedan cansados, detenidos, sometidos, a costa de la costumbre. Parecen los años haberlos transportado hasta el ahora de cuencas vacías. Han perdido el apetito. No les importa voltear a los lados, no hay resquicio que reconforte para descansar sus suspiros. Salen aun así a caminar nocturnos, calle abajo, acompañados del cigarro, y ven las esquinas del cuadrilátero rasgadas de tanto cabecear los golpes. Les drenaron la hinchazón y les apretaron el moretón de sangre. La campana suena, y la soledad es del contrincante que viene a golpearte más, bajo las lámparas. Éntrale como se debe, cuidado con los cabezazos. Ese Scorsese es un depurado humanista loco por el alma. Por lo menos el hijo de puta del taxi driver se rasuró lineal la cabeza. Jake La Motta, con el saco ajustado, hace la sombra más furiosa al espejo, tira golpes, se lanza de frente con un monólogo imborrable. Por lo menos hizo eso, y no allí, desperdiciando sus mierdas cotidianas, fluyendo igual que cualquier vecino con su cara de espanto. Por lo menos aplaudiendo con algún desparpajo, y chupando el puro como si fuera aquello. Aunque el sentido no exista. Arráncate las pestañas sin que duela. Lárgate a la carretera a enseñar el pellejo. Demórate y desahúciate de hipocresías, que el sueño que te arrebataron te las mate. Que la muerte que se presagia te aliente con su olor a orines. Somete tus orgasmos a la rienda de tu onanismo. Y además enfúndate a sus caderas con el abrazo trasero. Que si quieres algo lo logres acá en corto, recargado en las cuerdas, a la intemperie. Porque la ética es de uno, y el único escupitajo que no espera, es el que te escurrirá en la cara.