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Viaje al hambre

Historias de reportero

Cuando en El Universal me invitaron a escribir esta columna, quedó bautizada como "Historias de reportero" porque se supone que incluiría frecuentemente experiencias y anécdotas "detrás de cámaras", pues coincidíamos en que cada vez hay más interés público sobre el trabajo de quienes nos dedicamos a conseguir y divulgar información. Así que hoy honraré la idea original.

Redacto (trato de no decir "escribo" desde que hace una década mi maestro Eleazar Franco me reprendió: "escriben Fuentes y García Márquez, nosotros redactamos") desde Daabab, le dicen "el campo de refugiados más grande del mundo" pero en realidad es una ciudad de hambre. Son 50 kilómetros cuadrados -como la delegación Coyoacán del DF- de gente que no tiene qué comer y que ha huido de Somalia por la guerra que lleva veinte años, la sequía que lleva tres o la carestía de hace uno.

Tengo la laptop abierta, sentado bajo la sombrita de un árbol de sequía, el único en derredor. Si levanto la vista, para donde apunte la escena es la misma: sobre un piso de tierra tan floja que parece arena y tizna de polvo cuerpos y estructuras, plagado de excrementos de ganado y basura, los niños caminan sin rumbo exhibiendo los huesos. A veces entran a sus casas hechas de ramas secas atadas con retazos de tela tapadas con cartones, cobertores y bolsas de plástico.

Aquí intentan sobrevivir más de 450 mil personas, hacinadas todas, hambrientas todas, enfermas casi todas. La Organización de las Naciones Unidas gobierna, pero los médicos no alcanzan, las medicinas menos, y cada quince días les toca su ración de arroz o maíz, frijoles y aceite que se acaba rápido si no se come lo mínimo. Por una garrafa de agua tienen que caminar hasta dos kilómetros cada día.

Caray, ya estaba olvidando de nuevo que estas son "historias de reportero": somos seis, dormimos en tiendas de campaña, no hay donde bañarse, en dos días hemos comido una bolsita de atún con verduras, trajimos agua y ya casi se nos acaba pero hay donde conseguirla, el sol no tiene misericordia, entra el celular porque los somalíes y kenianos lo usan para todas sus transacciones comerciales, un generador nos suministra la energía eléctrica, nos pusieron dos soldados con armas largas porque temen rapiña y terrorismo, y ya estuve a punto de "quebrarme" una vez cuando vi a Ibrahim, a sus tres años de edad, tumbado de enfermo sobre una manta de la ONU, con las moscas sobre su cara de tristeza y su cuerpo de no haber comido nunca. Como él, 30 mil ya murieron; 60 mil están por morir y un millón más vive en riesgo, según cifras oficiales.

Serán "historias de reportero", pero por atractivo que pueda resultar el "detrás de cámaras" no quepa al lector(a) ninguna duda: tsunami, sismo, guerra, hambre, revolución, crisis nuclear, huracán, golpe de Estado, nunca el reportero se la pasa peor que la gente que vive en los lugares que por estas tragedias súbitas se vuelven noticia.

Carlos Loret de Mola A.

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