He vuelto a casa donde -sin menordomo que eche una mano mientras yo echo las dos- las hojas de periódico en total desorden cubren los pisos; y agachadas y tristes, mis plantas suplican un vasito de agua. Esto es un caos y no sé ni por dónde empezar a poner orden, pero lo bailado nadie me lo quita. Ni una cirugía plástica eliminaría la sonrisa que me traje de Torreón. Aquí y ahora, tengo la impresión de despertar de un sueño muy placentero. Cierro los ojos de nuevo para recuperar las caras sonrientes, curiosas, atentas de quienes me acompañaron en la aventura de crear, de escribir, de pensar. Los textos... unos mejores que otros, pero todos lúcidos, honestos, escritos con el corazón. De deshacer las maletas ni hablar, no tengo la mala costumbre de hacer hoy lo que puedo dejar para mañana; ni siquiera porque todavía traigo puesta la magia de las manos curadoras de Paty. Lo que no puede esperar son los higos rellenos... ¡Gracias Yoya! Ni el dulce de leche y nuez que me obsequió Lupita y que es lo más perecido a los besos, mmmmh... Me sorprende la delicada artesanía de las tarjetas que con sus propias manos hizo para mí la dulce Mayela. Y ni qué decir del magnífico bolsón donde guardaré el bordado que me ocupa muy de tarde en tarde; cuando necesito ahuyentar la soledad.
Cuánta generosidad la de todos los compañeros en la aventura de escribir. Generosidad que sin dudarlo reconocería inmerecida; si no fuera porque así dicen los políticos y luego se llevan hasta los cables del teléfono.
Habituada a la aguda neurosis que aqueja a los capitalinos, había olvidado las formas de la cortesía y la caballerosidad, que con sus buenos modos; los hombres de Torreón me recordaron. Ahora, a pesar del caos que encuentro a mi regreso (¡carajo! me caí de la nube en que andaba, como a treinta mil metros de altura) los recuerdos se niegan a sosegarse y su rur-rún me acompaña mientras me ocupo de reconstruir la casa.
-Tranquilas, ya pasó todo- les digo a las imágenes que insisten en asediar mis pensamientos. Como en ocasiones anteriores, regresé cargada de energía e invadida de emociones tumultuosas que de momento no puedo controlar; aunque si empiezo por el principio, como persona bien nacida que soy, antes que cualquier otra cosa debo expresar mi agradecimiento a nuestro periódico El Siglo de Torreón por su voluntad de reunirnos en el aprendizaje, en las letras, en la cultura, manifestándose una vez más, como lo ha venido haciendo por casi noventa años ya; como un verdadero servidor de la comunidad.
Para ese enérgico motor de ocho caballos de fuerza que es Yeyé Romo, no hay agradecimiento que alcance. Para Greg, nuestro compañero que se arrojó al vacío y por el camino le salieron alas; mi reconocimiento por su participación iluminadora y sensible. En este viaje reitero que el oficio de escribir me acerca siempre a lo mejor de la gente. Trabajar con las letras es algo así como vivir enamorado. Es escribir los capítulos de una única novela que me llevará toda la vida, y en la que reservo para mí el papel protagónico. A través de los años he redactado innumerables páginas e incontables artículos mientras empujo el carrito del súper, acomodo la ropa en los cajones o remuevo la cacerola del arroz.
Dentro de mi cabeza cambio párrafos, muevo comas, reemplazo un verbo por otro, afino un adjetivo. En ocasiones redacto la frase perfecta, pero como no tengo lápiz ni papel a la mano, no la apunto. Luego se escapa de mi memoria y por más que intento recuperarla, se ha ido con otro que la supo apreciar mejor que yo. Sucede que mañosas, huidizas, rebeldes; las letras se niegan a aterrizar. Es necesario asediarlas, cazarlas y estructurarlas para que vayan tomando cuerpo. Menos mal que además de las palabras, el ingrediente irremplazable en el oficio de escribir es la imaginación. Son los sueños; esas otras vidas fantásticas y ocultas que todos llevamos en la cabeza. La mentira es lo real. Imaginamos, mentimos... o ambas cosas.
Y en esas reflexiones ando, cuando entre las brumas del recuerdo aparece un norteño. Grandote él, guapote. Me ofrece un libro y una rosa color melocotón. "Por que no había blancas" -aclara- y yo quiero responderle que me hubiera encantado la provocación que significa recibir una rosa roja. Pero no; soy horriblemente hipócrita y me lo callo. Fantasiosa como soy, empiezo a confundir la realidad y la fantasía; pero mientras pongo las cosas en claro, miro mi rosa color melocotón, que a su vez, me observa silenciosa desde un cristalino jarrón que; primero lo primero ¡faltaba más!; he colocado sobre mi escritorio. Besos fresquitos de Sandía; para Andrea, Ana María, Isabel, Juanito, Diana, Pamela, Jesús, Jesica, Sandra, el otro Jesús, Olivia, Rosa María, Ricardo, Lucía, Lina, Montse... gracias a todos por su amistad y su paciencia.
Adelace2@peodigy.net.mx