Peligro. Desde la cabina, conductores del Metro han visto cómo en un abrir y cerrar de ojos una persona de pronto salta y ya está en las vías; después tienen que superar las secuelas por haber arrollado a alguien.
Son sólo unos segundos. Así lo recuerda Víctor: como un instante en el que quisiera tener más tiempo para evitar ser cómplice en el deseo ajeno de morir. Desde su cabina, ahí en su papel de conductor, ha visto cómo en un abrir y cerrar de ojos una persona decide no ser más un pasajero; como de pronto salta y ya está sobre las vías. Víctor recuerda que intentó accionar el freno de emergencia del convoy, pero el tren se detuvo tarde. Le faltó tiempo. "Esos pocos segundos que faltaron, te carcomen", dice.
Víctor ha dedicado 20 de sus 52 años a conducir un convoy del Metro.
En el argot de los conductores del Metro de la Ciudad de México hay un verbo que nadie desea practicar: "arrollar". Víctor se lamenta: "en 20 años he arrollado a dos personas, una mujer y un hombre. En este trabajo es lo peor que te puede pasar".
En lo que va del año han fallecido 24 personas en las instalaciones del Metro, dice Enrique Villatoro, gerente de Seguridad Institucional del Sistema de Transporte Colectivo (STC) de la Ciudad de México. Los 24 decidieron suicidarse saltando a las vías.
"Sus motivos habrán tenido. Desgraciadamente escogen este medio de transporte, pero también nos arrollan a nosotros", reclama Víctor. Este hombre ofrece su testimonio con la condición de no dar su nombre completo, porque también tiene reclamos para sus jefes.
"NOSOTROS NO TENEMOS SALIDA" A Víctor no se le olvida aquel domingo de 1992. "Era la 1:10 de la madrugada; en esos años el Metro daba servicio hasta la 1:30. Iba de Pantitlán a Observatorio. Había una mujer al final de la estación, pero no le di importancia. Cuando regresé, de Observatorio a Pantitlán, esa misma mujer se aventó a las vías".
La mujer que marcó la vida de Víctor tenía como 30 años. Vestía un pants, una playera y sandalias. Cuando recuerda la escena, Víctor recrea cómo, con desesperación, accionó el freno de urgencia, cómo pidió el corte de corriente eléctrica de las vías y aseguró las puertas del tren. "La ayuda tardó en llegar, por teléfono me pidieron que bajara a ver el estado de la mujer. No lo hice. Tenía miedo. Ayudé a desalojar el tren. Me quedé en la cabina hasta que la ayuda llegó".
Diecinueve años después, Víctor se sonroja al decir que para controlar su miedo, como una "autoterapia", se puso a trotar en el andén. "No pensaba. Tenía inquietud de saber quién era esa mujer. ¿Por qué se había aventado?"
Víctor dice resignado: "Uno no puede hacer nada. Si alguien se avienta o se cae, nosotros no tenemos hacia dónde desviarnos. No tenemos salida".
Cuando alguien decide suicidarse en el Metro, a quien le toca retirar el cuerpo es al personal del Escuadrón de Rescate y Urgencias Médicas (ERUM) o de la Cruz Roja, en coordinación con Protección Civil del Metro y peritos de la Procuraduría General de Justicia del DF. Son estos últimos quienes determinan sí se trató de un suicidio.
Los rescatistas deben actuar rápido, sobre todo porque se trata de un transporte que utilizan 5 millones de personas al día. Retirar el cuerpo les lleva, en promedio, 20 minutos. Además, restablecer la energía en las vías y reanudar la transportación de los usuarios lleva tres minutos. En lo que va del año más de 9 horas se ha suspendido el servicio del Metro por suicidios.
MUERTES QUE SE
PUEDEN EVITAR El Sistema de Transporte Colectivo cuenta con tres mil 400 cámaras de seguridad en sus instalaciones. Hace unas semanas, una de estas cámaras sirvió para que el personal de Seguridad Institucional evitara un posible caso de suicido.
En la estación Coyoacán, de la Línea 3, las personas que monitorean las cámaras de seguridad observaron a una mujer menor de edad que lloraba. Alertaron al personal de seguridad de la estación. Ellos se acercaron a la joven; ella confesó que pensaba suicidarse. La menor fue llevada a un centro de atención, por presentar crisis nerviosa.
En lo que va del año, el Centro de Atención del Secretario de Seguridad Pública del DF (CAS) ha recibido 96 llamadas telefónicas de personas que presentan un cuadro de depresión con posibilidad de suicidio, explica Federico Robles, director de atención de la denuncia ciudadana del CAS.
Locatel recibe entre 17 y 20 casos al mes de personas que intentan quitarse la vida. El mayor número de llamadas se registran en el último mes del año.
Del 1 de enero al 30 de junio se atendieron seis mil 447 casos de personas que presentaban algún tipo de problemática emocional. El 64% eran mujeres.
José Luis Mora Castro, director general de Locatel, asegura que este servicio de ayuda telefónica logró que 102 personas -61 mujeres y 41 hombres- fueran "rescatadas de un suicidio".
Detectar y atender oportunamente a una persona que sufre depresión es vital para evitar los suicidios, dice Guadalupe Flores, del Centro de Atención del Secretario de Seguridad Pública del DF (CAS).
La trabajadora social explica que la depresión es una enfermedad emocional que provoca que la persona sea invadida por emociones de pérdida de seguridad, confianza y autoestima, por lo que tiene pensamientos suicidas y de invalidez. "La depresión es curable, recibiendo atención especializada", explicó la especialista.
El CAS y Locatel brindan atención inmediata y especializada a quien llama a sus centros de atención telefónica. El tratamiento es gratuito.
Mirar a la muerte y continuar con la vida
Presenciar la muerte de la mujer que decidió aventarse a las vías, justo cuando él llegaba a la estación llevó a Víctor hasta el hospital Santa Elena.
Con las manos temblorosas y el corazón latiendo a gran velocidad contó al psiquiatra lo que vivió.
"Llegue a mi casa a las cinco de la madrugada. Le conté a mi esposa y me solté a llorar". Víctor permaneció cinco semanas en incapacidad laboral. Después regresó a su trabajo habitual.
En 2002 volvió a mirar la muerte frente a él. Fue durante la "hora pico", dice. A las 7:30 de la noche, en la estación Merced de la Línea 1. El andén estaba lleno, el olor a cebolla que anuncia la llegada a esta estación era el mismo de siempre.
"Ya había pasado la mitad del andén y una persona cayó a las vías. Digo que cayó porque lo hizo así: como regla, inconsciente, como un costal. Pienso que le dio un paro cardiaco o se desmayó. No creo que se haya aventado", dice como si se tratara de convencer a sí mismo de que así fue.
Víctor recuerda que la gente se dio cuenta y empezó a gritar. "Eso te pone más tenso, porque no puedes detener el tren de inmediato. Ver a la persona tirada y no poder hacer nada es una angustia terrible".
Ese día, Víctor sí bajó a las vías para ver el cuerpo. "Estaba inerte. Era un hombre como de 70 años, alto y robusto", recuerda.
Víctor volvió a dar con el psiquiatra.
- ¿Arrollaste? -le preguntó el médico.
- Sí. Fue un hombre -contestó Víctor.
A diferencia de la primera vez que Víctor arrolló a una persona, en esta ocasión sólo le dieron siete días de incapacidad. Regresó al trabajo, pero no lograba concentrarse ni olvidar lo que vivió semanas antes. Fue al médico y le dieron 11 días de incapacidad.
"Las cosas han cambiado -dice- la atención ya no es la misma. Creo que están tan acostumbrados a estos casos que ya se les hace cotidiano. Ahorita, así como está el Sistema, lo más que te pueden dar es una buena consulta y medicamento si bien te va y con eso no es suficiente para superarlo. Sólo te preguntan: '¿arrollaste?, pues tienes tres días de incapacidad' y te regresan a trabajar", explicó con incomodidad.
El pasado 5 de junio, Liliana -también conductora de un convoy- vivió los minutos más intensos de su vida. Sus ojos miraron como un hombre de cabello cano, vestido de azul y con una gorra, se suicidaba. Liliana fue sólo una observadora más, como los cientos que esperaban en la estación al tren que ella conducía.
"Fue en la estación Pino Suárez, dirección Pantitlán. El andén estaba a reventar -recuerda-. Era mi primer día de trabajo de la semana y mi primera vuelta, venía muy fresca. Al entrar a la estación sólo miré como, en un instante, estaba el hombre sobre las vías. Hice lo que técnicamente tenía que hacer, frené de inmediato pero ya era tarde, dos carros del tren pasaron sobre su cuerpo", relató Liliana.
Ahora que lo piensa, Liliana quisiera regresar el tiempo, "como en las películas", para poder detener el tren.
Una pastilla de paracetamol para el dolor y tres semanas de incapacidad fueron lo único que dio el psiquiatra a la conductora para superar el trauma. Pero no funcionó.
Cuando regresó Liliana de su incapacidad y pasó por la estación Pino Suárez, "sentí que ocurriría de nuevo. Miré el andén lleno y me puse nerviosa".
Liliana sabe que la muerte de ese hombre en Pino Suárez no fue su culpa, que ella no podía hacer nada para evitarlo. Aún así, "siento feo. No creo que algún día lo olvide", dice mientras un sonido agudo anuncia el cierre de puertas en la estación del metro en Pantitlán.
El universal