"En el camposanto de San Antonio de Parras, a los veintiún días
del mes de febrero de mil ochocientos sesenta y cinco, el presbí-
tero Manuel Flores con mi licencia dio sepultura eclesiástica en
primer tramo, cruz alta, al cadáver adulto de don Leonardo Zuloaga, de
edad de cincuenta y nueva años, de profesión hacendado; casado don
doña Luisa Ybarra, originaria y vecina de esta villa. Recibió los sacra-
mentos de confesión, eucaristía y extrema unción.Murió de inflamación
en los intestinos. Y para constancia lo firme yo el cura.Agustín Fischer.”
De esta manera quedó anotada la constancia del entierro de Leonardo
Zuloaga, en los registros parroquiales de Parras.
Ciento treinta y ocho años después
de aquel suceso, en el mes
de junio de 2003, hice la propuesta
al entonces titular de la
Dirección de Cultura de Torreón,
para que fuesen traídos
los restos de Zuloaga a esta ciudad,
que por cuestiones históricas,
era acá en donde les correspondían
estar. Dicho funcionario
aceptó la propuesta y se encargó
de hacer los trámites correspondientes
ante las autoridades
de Torreón y de Parras;
de igual manera se puso encontacto
con el director del Centro
INHA en Coahuila para llevar
a cabo la empresa en cuestión.
Una vez cubiertos todos
los requisitos para llevar a
cabo la exhumación. El lunes
18 de agosto de 2003, a las
dos de la tarde, nos reunimos
un grupo de personas
interesadas en el asunto en
cuestión, en el panteón de
San Antonio de Parras, incluyendo
a un grupo de arqueólogos
venidos ex profeso
de la ciudad de México; en lo
personal me correspondió
hacer el señalamiento de la
tumba de Zuloaga.
Ese primer día fue para
señalar el sitio de la tumba, se
limpió el terreno circundante,
se tomaron algunas medidas
del exterior de la tumba y
se fijó el plan para los días
subsecuentes; los arqueólogos
al ver y examinar superficialmente
la cripta, opinaron
que su tarea la harían con todo
el rigor que exige un trabajo
de esta naturaleza, con las
técnicas y procedimientos
adecuados; tratando de dañar
en lo mas mínimo la construcción.
La tumba esta con
dirección noreste (cabeza),
sureste (pies).
Al otro día martes 19 de
agosto prosiguió la tarea de
los arqueólogos; se terminaros
de hacer las mediciones
de la tumba y por lo consistente
de su construcción, decidieron
llegar a su interior, por el
lateral del noreste. Por lo que
en ese lado se excavó un foso
en forma cúbica irregular de
dos metros por lado, de esa
forma quedó al descubierto la
parte externa de la pared situada
al noreste de la tumba,
la cual esta construida por sus
cuatro lados de piedra de rostro
de un grosor de 25 a 30
cms., perfectamente engarrada
en su interior. Sus dimensiones
resultaron ser de 1.90
mts., de largo, por 60 cms., de
ancho y 2.30 mts., de profundidad.
La tapa o techo de la
oquedad es de piedras losa y
sirven de base a una plancha,
de 1.40 mts., de ancho por 2.44
de largo y 27 cms., de grosor; y
sobre ella esta un túmulo de
que 93 cms., de alto, 78 de ancho
y 1.52 mts., de largo. El túmulo
está semidestruido y en
él debió estar la lápida con los
nombres de los difuntos, que
alguna vez vio Eduardo Guerra.
No hay duda de que esa
destrucción se hizo en forma
intencional por los ladrones
de tumbas, que suelen acudir
en forma “normal” a dicho
panteón, pero ahora si que los
profanadores toparon en piedra,
ante una verdadera fortaleza
subterránea.
El siguiente día, 20 de
agosto, se procedió a perforar
la pared de piedra descubierta.
Se hizo una oquedad de 60
cms., de ancho por 1.87 mts.,
de alto, por la que se pudo
apreciar perfectamente el interior
de la tumba. Dentro de
ella estaba en el fondo una caja
normal y sobre la misma,
hacia el noreste estaban los
restos casi inexistentes de un
pequeño ataúd, por lo que los
huesos de un esqueleto que
allí estuvieron depositados,
estaban regados en esa mitad
noreste; el cráneo de dicho esqueleto
apareció en el rincón
norte de la tumba. Estos restos
supuestamente eran los de
Leonardo Zuloaga. Al final de
la tumba en el lado suroeste,
estaba otro pequeño ataúd, en
mejores condiciones que el
anterior, estaba partido a la
mitad y dentro de él se localizaron
las osamentas de cuatro
cadáveres, las de un adulto
y las de tres infantes. El esqueleto
del adulto perteneció
a una mujer y estaba en perfectas
condiciones de conservación
y casi se localizaron la
totalidad de los huesos. Los de
los infantes estaban incompletos
y en buen estado de
conservación. Estos restos
pertenecieron a doña Isabel
Goribar, madre de doña Luisa
y los tres infantes pudieron
ser sobrinos de doña Luisa ya
que el matrimonio Zuloaga
Ibarra, no pudo tener hijos.
Por ultimo se localizó un
tercer entierro, que fue depositado
en un ataúd de madera,
cubierto en la parte interna de
lámina metálica. Las dimensiones
del ataúd fueron de 1.60
mts., de largo por 40 cms., de
ancho por 40 de alto. Estaba situado
hasta el fondo de la tumba.
Por la misma condición de
deterioro el ataúd no pudo ser
sacado fuera de la tumba por
lo que se procedió a examinarlo
allí mismo, La parte superior
de la madera ya había casi
desaparecido por lo que la
cubierta de latón era lo sobresalía
como tal. Se procedió a
levantar una parte del latón correspondiente
a la parte de la
cabeza y los arqueólogos se
percataron de que el cadáver
se encontraba totalmente cubierto
de cal, por lo que del
mismo solo se pudo recuperar,
el cráneo, la mandíbula y las
dos primeras vértebras cervicales.
Por la forma como fue
enterrado el cuerpo, los arqueólogos
dedujeron que la
persona había muerto de alguna
enfermedad contagiosa.
Por ello, se decidió no hacer
mayor examen a los citados
restos. La orientación del cuerpo
fue de sureste (pies) a noreste
(cabeza) y era el que perteneció
a doña Luisa Ibarra. La
constancia de entierro de doña
Luisa, del 22 de octubre de
1886, dice que murió de pulmonía,
pero es muy probable por
la forma como fue sepultada,
que haya muerto de tuberculosis,
enfermedad que en aquella
época era considerada como
altamente contagiosa.
Los objetos asociados que
se encontraron en la tumba
de Zuloaga, no fueron muchos
en realidad, todo se reduce
a: Un frasco de vidrio tipo
florero, con la leyenda “J.
FAU PRUNES D’ENTERBORDEAUX”
y en la tapa: “MALINDU-
BORDEAUX- INVITEUR”;
dos cruces de lámina
de color verdoso, una de ellas
incompleta. Un par de botas
tipo borceguí de color café,
del número 5 y que pertenecieron
supuestamente a Leonardo
Zuloaga, su estado es
de regular a malo, están incompletas
y en la izquierda
estaban aún los huesos del
pie; una llave de metal oxidada,
una bisagra incompleta
del ataúd de Zuloaga. Dos botones
de metal forrados de tela.
Dos suelas de calzado de
niño o niña de entre 11.5 y 12
cms., de largo, para un infante
de dos años y medio de
edad. Otro par de suelas de
calzado de niño o niña de 10.2
cms., de largo. Una diadema
de tela (para sostener la mandibula),
probablemente de la
madre de doña Luisa. Partes
de tela con 16 cuentas de metal
de un rosario. Una botella
de cristal oscuro de 19 cms, de
alto por 6 cms., de ancho en su
fondo. Nueve clavos de metal
de diferentes medidas. Y nada
más. Debemos tener en cuenta
que la tumba ya había sido
abierta en una o dos ocasiones,
por lo que es posible que
otros objetos hayan sido sustraídos
del sitio por los encargados
de hacer dichas maniobras;
y mas se los llevaron si
tenían algún valor.
Los restos que a pesar del
tiempo trascurrido aún conservaban
un olorcillo fétido,
fueron trasladados ese mismo
día 20 a la ciudad de Torreón
y se depositaron en calidad de
mientras en la bodega del Museo
Regional de Antropología
e Historia (del Bosque), para
que en los día subsecuentes se
enviaran a la ciudad de México
para ser examinados por
los expertos que para ello se
tiene en el INAH.
Los peritos de dicho Instituto,
sometieron los restos encontrados
a estrictos estudios,
mediante la metodología
apropiada, se tomaron fotografías
y radiografías de los
cráneos y de los huesos largos
y se determinaron sus medidas
métricas en los laboratorios
de rayos X de la dirección
de Antropología Física del
INAH. Los resultados que
arrojaron esos exámenes se
podrían resumir en lo siguiente:
Entierro I. (Leonardo Zuloaga
Olivares). Los restos correspondieron
a un individuo
adulto de sexo masculino de
aproximadamente 55 a 60
años de edad (Zuloaga murió
de 59), Su estatura fue de
aproximadamente 1.66 mts.
No contaba con pieza dentaria
alguna, las cuales fueron
perdidas a muy temprana
edad, lo que ocasionaba que
su alimentación fuese precaria
por no poder masticar y
por tanto sufría de anemia.
Las costillas 2ª, 3ª, 4ª y 5ª del
lado izquierdo presentaban
rastros de una fractura consolidada,
que fue provocada por
una caída o golpe lateral. El
individuo sufrió durante su
infancia problemas de estrés
y de nutrición. Ya adulto sufrió
de artritis en la región de
los codos. Las fotografías y radiografías
del cráneo se sobrepusieron
y compararon
con las fotografías del sujeto
en vida y por su exacta concordancia,
se le pudiese dar
una confiabilidad del 100%
para concluir que dichos restos
correspondieron al que en
vida llevó el nombre de Leonardo
Zuloaga Olivares.
Entierro II. (Isabel Goribar
Arrieta de Ybarra). Los
restos correspondieron a un
individuo adulto del sexo femenino,
de entre 65 y 70 años
de edad cuya estatura variaba
de entre 1.58 a 1.65mts., dicha
variación tan marcada se
debía a que la persona sufría
de una anomalía congénita en
su pierna derecha, y sus huesos
eran mas cortos en comparación
a los de la extremidad
del lado izquierdo, lo que
ocasionaba que al caminar lo
hiciera con cierto balanceo…
Entierro III. (Luisa Ybarra
Goribar de Zuloaga). Los
restos pertenecieron a un individuo
adulto del sexo femenino,
de entre 60 a 80 años
(doña Luisa murió de 74
años). Se trataba de una mujer
longeva a pesar de sus problemas
para masticar por la
falta de los dientes. El cráneo
también fue sometido a fotografías
y radiografías que se
sobrepusieron así mismo a la
fotografía en vida de la persona
que llevo el nombre de Luisa
Ybarra Goribar de Zuloaga
y los peritos determinaron
que dicho cráneo perteneció a
dicha persona con una confiabilidad
del 95%...
Los arqueólogos designados,
por el INAH, elaboraron
un reporte de los pormenores
y de las conclusiones sobre
los restos de Leonardo Zuloaga
y externaron algunas dudas
sobre las cenizas desenterradas,
las cuales resumimos
en lo siguiente:
Consideraron que la tumba
de Zuloaga resultó ser demasiada
austera; les pareció que
los botines que supuestamente
pertenecieron a Zuloaga, y
el estado de los mismos no correspondía
a su clase social.
Opinaron que el florero de origen
francés localizado, solo podía
ser obtenido por personas
pudientes del siglo XIX.
En contestación a tales dudas
me permito hacer los siguientes
comentarios: Entre
la gente “antigua” de Parras
era un secreto a voces la existencia
de dicha tumba; datos
complementados por lo descrito
por Eduardo Guerra. La
tumba realmente no tiene nada
de austera como afirman
los arqueólogos, porque no es
un simple socavón en el suelo,
sino que es una oquedad
totalmente revestida con paredes
de piedra de rostro, que
remataba con un túmulo, a
prueba de posibles saqueos y
profanación. Fue un acierto
haber escogido este tipo de
tumba, ya que las “suntuosas”
criptas elevadas circundantes,
con el tiempo y abandono,
propician que los ataúdes
allí guardados sean sacados
de sus gavetas y los restos
humanos “anden rodando”
en el panteón. Se localizaron
tres ataúdes dentro de la tumba,
que era lo que se buscaba
desde un principio de la investigación,
con el simple
agregado de los infantes encontrados
La caja de doña
Luisa era la que estaba en mejores
condiciones, por el material
de que estaba hecho y
por ser el entierro mas reciente
(octubre de 1886).
No se pudieron haber encontrado
muchos objetos de
valor o de otro tipo en la tumba,
por el deterioro que los
mismos pudieron haber tenido
por la acción del tiempo y
por haberse abierto el sepulcro
con anterioridad en una o
dos ocasiones, bien pudieron
haber sustraído del lugar otro
tipo de objetos.
Los restos exhumados del
panteón de San Antonio de
Parras el 20 de agosto de 2003
y vueltos a inhumar en el sitio
del museo del Torreón de
esta ciudad, el 23 de septiembre
de 2003, pertenecieron a
Leonardo Zuloaga, a doña
Luisa Ybarra, a doña Isabel
Goribar y a tres infantes no
conocidos. Los de doña Isabel
y los de los infantes se trajeron
a Torreón por casualidad,
no por otra cosa. Los de Leonardo
Zuloaga fueron traídos
a esta ciudad, porque con toda
justicia histórica no se le
puede negar la gloria de haber
sido el fundador del Torreón,
“… la mejor y mas
principal de sus fincas, objeto
de sus desvelos”.
FUENTES:
J.C. Jiménez López, Jorge
Cervantes Martínez. Leonardo
Zuloaga. Una Interpretación
Antropofísica. Colección
Centenario. Tomo XXX. 2005.
.-Gildardo Contreras Palacios.
“Leonardo Zuloaga.
Fundador del Torreón”. Colección
Centenario. 2003.