La enorme inyección de liquidez que desde que estalló la crisis financiera de 2008 han hecho los bancos centrales de los principales países desarrollados, en particular la Reserva Federal (Fed) de Estados Unidos (EU), el Banco Central Europeo (BCE) y el Banco de Inglaterra, tiene como objetivo garantizar una recuperación sostenida de sus economías.
El que todavía este año la Fed se vea obligada a aplicar una segunda ronda de relajamiento cuantitativo muestra que las autoridades monetarias, por lo menos en EU, no están convencidas de que la política monetaria laxa ha tenido el efecto deseado.
Esa política de dinero fácil y tasas de interés cercanas a cero, sin embargo, no está exenta de costos. Uno de sus efectos colaterales adversos es que tantos dólares en circulación si bien no consolidan aún la recuperación estadounidense, han estimulado la demanda de materias primas así como de activos financieros fuera de EU, en especial en las economías emergentes.
En efecto, muchas de estas economías, particularmente en Asia, vieron por años alzas importantes en sus indicadores bursátiles y en el precio de sus bonos, pero el temor del resurgimiento de la inflación hizo que sus mercados financieros registraran una caída en lo que va de este año.
Los analistas no ven ahora con muy buenos ojos esos países, ya que enfrentan presiones de demanda que crean un panorama inflacionario, que se exacerba con el alza de los precios internacionales de la energía, los alimentos y muchas materias primas.
Es interesante observar que mientras el nerviosismo se apodera de los inversionistas en los países emergentes, los índices bursátiles de EU muestran un mejor desempeño en lo que va del 2011, a pesar de los sobresaltos asociados a los problemas geopolíticos en los países árabes y la tragedia en Japón.
Hoy los capitales se inclinan más por las economías desarrolladas, en particular EU, puesto que esperan que los estímulos generalizados de su política gubernamental impulsen el crecimiento en un entorno de estabilidad de precios.
Lo cierto es, sin embargo, que el virus de la inflación no sólo se asoma en las economías emergentes, que como señalé la semana pasada ya están subiendo sus tasas de interés, sino que también amenaza con aparecer en las economías desarrolladas, aún antes de que superen en definitiva los estragos que causó la Gran Recesión.
Por ejemplo, las presiones de precios están presentes en Inglaterra y en algunos países de la eurozona, lo que, como también mencioné en mi columna anterior, muy probablemente llevarán al BCE a elevar su tasa de referencia en el mes de abril.
Mientras tanto, Bernanke insiste que en EU hay suficiente capacidad ociosa y salarios estables por el alto nivel de desocupación, lo que evita se disparen las expectativas inflacionarias.
Si bien es cierto que todavía no hay síntomas visibles del virus inflacionario en EU, no se puede negar que el alza de los energéticos, en particular el petróleo, y de muchos alimentos y materias primas, así como los efectos colaterales de la inyección de liquidez pueden trastocar esa estabilidad en cualquier momento.
Richard W. Fischer, presidente del banco de la Reserva Federal de Dallas y este año con voto en el Comité de Mercado Abierto de la Fed, señaló a principios de febrero que si él hubiera tenido voto el año pasado, no habría apoyado la segunda ronda de relajamiento cuantitativo.
La semana pasada dijo que veía una "actividad especulativa extraordinaria" como resultado de esa ronda de relajamiento cuantitativo, que esperaba termine en definitiva en el mes de junio.
Por consiguiente, es muy probable que si Bernanke decide continuar más allá del verano con una política monetaria laxa escuchemos algunas voces de disentimiento en el seno de la Fed.
De hecho, la confianza de Bernanke en la estabilidad de precios no la comparten por completo los mercados financieros, que han reflejado riesgos inflacionarios en el alza del precio de los bonos a lo largo del año.
No hay duda, por tanto, que las expectativas inflacionarias están creciendo alrededor del mundo, si bien por ahora a un ritmo relativamente lento. Los bancos centrales de algunos países emergentes ya reaccionaron ante esta amenaza elevando sus tasas de interés, pero todavía falta ver la reacción de los bancos centrales de los países desarrollados.
Falta ver, además, si cuentan con las herramientas de política y la suerte suficientes para retirar la liquidez y elevar las tasas de interés antes que se acelere la inflación y, al mismo tiempo, sin abortar el proceso de recuperación de sus economías.