La afición lagunera sufrió en las tribunas del estadio al ver caer a su equipo. (Fotografía de Ramón Sotomayor)
Nadie esperaba una final así. Estuvimos media hora atrapados en el tráfico. Todos los aficionados que vimos portaban algún distintivo en color verde o blanco, chamarras, playeras, gorros, bufandas, que servían para mantener la temperatura y apoyar al equipo local.
Al estar frente al Nuevo Estadio Corona escuchamos la música de los Chicos de Barrio que ya ambientaban el encuentro. Numerosos aficionados estaban en los alrededores de la llamada Casa del Dolor Ajeno. Al final no todos entrarían, pero querían ser parte del ambiente de la final del futbol mexicano.
Una final siempre se vive diferente. El ambiente es único. El apoyo a los locales es incondicional. Los aficionados vibran a una sola voz. Muchos de ellos aprovechan para mostrar extravagantes atuendos, peinados, todo en ese afán de mostrar su apoyo al equipo de casa, en esta ocasión al Santos Laguna.
Para este encuentro los integrantes de las porras La Komún y La Tribu hacían su mejor esfuerzo para animar al equipo. Llevaban numerosos globos blancos y verdes que agitaban al compás de los cantos. Los balanceaban de un lado al otro invitando a cantar al resto de los aficionados.
Cerca de nuestros lugares estaba la porra felina. Antes de empezar el juego todos entonaban algunas porras, un ánimo desmedido por el Santos. Pero apenas a los 7 minutos de juego el gol de Tigres cayó como un balde de agua fría. Los cerca de 300 integrantes de la porra de Tigres callaron al Corona. Restregaron a los locales el gol que su equipo logró anotar. Recibimos un baño de cerveza fría. La afición santista calló. El gol en contra 'congeló' al Corona.
Poco a poco las porras volvieron a hacerse presentes, cada vez la fuerza aumentaba, las casi 30 mil gargantas volvieron a entonar numerosos gritos de apoyo. Poco a poco volvió a tomar fuerza. Al minuto 15 un tiro de Oribe Peralta cimbró el poste de la portería felina y dio nuevas fuerzas, nuevos bríos de empatar el marcador.
Al minuto 23, el Chato Rodríguez recibió una tarjeta roja ante una polémica barrida y Oswaldo Sánchez la tarjeta amarilla al tratar de intervenir por su compañero. Los gritos de inconformidad no se hicieron esperar. Nadie esperaba una final así, con un panorama tan adverso para el equipo local. Antes de irse al medio tiempo, un tiro de Darwin Quintero, que apenas pasó a un lado de la portería fue un nuevo grito de gol ahogado.
Los tigres hacían su juego dentro y fuera de la cancha, no dejaron de apoyar al equipo. Mantuvieron el ánimo a pesar de ser minoría, a pesar de los constantes gritos de reproche de los locales. Nada impidió que callaran. Se sabían superiores en el marcador y eso les daba fuerzas.
El ánimo sin lugar a dudas era otro. Antes de iniciar el segundo tiempo casi todos los aficionados movían sus brazos en señal de apoyo, ondeaban las 'hachas' entregadas, el equipo Santista tardó inusualmente en regresar a la cancha. Árbitros y el equipo de Tigres estaban listos para reanudar el partido, no así el Santos. Mientras salían los gritos de apoyo inundaban el Corona, esa noche en la que poco a poco comenzaba a descender la temperatura.
En el segundo tiempo, los cambios de jugadores fueron el mayor sobresalto en la cancha. El equipo visitante siguió en su juego defensivo, el equipo local hizo su mejor esfuerzo por ir adelante, pero la inferioridad numérica fue clave, marcó el desempeño de los dos equipos. Tigres no logró hacer más daño, y Santos no pudo igualar el marcador. Las porras e insistentes gritos de apoyo iban y venían. La afición estaba envuelta en un ambiente de fiesta, que no caía nada mal en medio de una noche fría, en un contexto con poco que celebrar; no se logró igualar el tanto que tenía arriba al visitante.
Antes de que agentes de seguridad y policías pudieran desalojar a la porra visitante los conatos de peleas no se hicieron esperar, los vasos de cerveza y su contenido iban y venían entre las porras, peleas entre aficionados y policías tampoco faltaron.
Cuando el arbitro anunció el final del juego, los aplausos para despedir al Santos no se hicieron esperar, mucho menos la lluvia de líquidos y objetos al arbitro central y auxiliares antes de que ingresaran al túnel. La noche que pintaba para fiesta había terminado. No llegó el ansiado grito de gol, tampoco ese anhelo de irse arriba en el marcador. Los primeros 90 minutos terminaron.