Que todo lo bueno es redondo, dicen que dice el famoso pintor colombiano Fernando Botero, y es por eso que lo mismo sus bailarinas que sus toreros son siempre voluptuosos y redondos. Si la vida es como debe, inicia el círculo en la infancia, y pasando por la juventud, lo cierra en la vejez que es otra forma de infancia.
Los seres humanos que no tenemos la suerte de ser excepcionales, circulamos siempre por los mismos caminos: el deslumbramiento del amor, la alegría de la amistad, la recompensa del trabajo, la traición, el desamor, la ignominia a la que nos somete la ambición; y poco más. Es redondo el ciclo de las estaciones que sin soltarse de la mano circulan año tras año por la exuberancia de la primavera, la sensualidad del verano, la plenitud del otoño y la serenidad del invierno.
El sol y la luna danzan eternamente alrededor del día y de la noche; y quienes pretendemos escribir para dar testimonio del pequeñísimo espacio del mundo que nos es permitido mirar, acabamos rondando una y otra vez por los mismos temas, que circulares, dan vueltas alrededor de nosotros como esos moscos zumbadores y tercos que no nos dejan dormir.
La ignorancia y la vulgar ambición que con escasísimas excepciones son el motor que mueve a nuestras clases políticas; es un tema recurrente. La rapacidad, la prepotencia y el fuero que los coloca por encima de la Ley, y del que con frecuencia se valen para cometer toda clase de fechorías, es otro tema que ya marea de tanta vuelta; sin que hasta ahora consigamos poner a esa gentuza donde le corresponde.
Todos escuchamos las siniestras maquinaciones del Gober de Puebla con su socio el textilero para silenciar a la periodista Lydia Cacho; y sin embargo ahí siguen los dos, satisfechotes, sonrientes, sin-vergüenzas; y sin que nadie les toque un pelo.
Casos como ése se repiten desde que tengo memoria y ahí quedan como ejemplo para que las nuevas generaciones aprendan que el poder sirve para delinquir impunemente. Los periodistas nos mareamos de tantas vueltas sobre los mismos temas, para conseguir apenas unos mendrugos de atención. Después todo sigue igual.
Hace ya bastantes años que se realizó la primera marcha contra la violencia. ¡Ya Basta! Dijo civilizadamente la sociedad civil, y con un lazo blanco en la solapa marchamos pacíficamente para exigir seguridad a las autoridades en turno. Desde entonces en eterno ritornelo hacemos variaciones de lo mismo. En las mesas de café, en las reuniones sociales, y por supuesto a través de los modernísimos medios de comunicación, las palabras chorrean sangre. Es indudable ¡eso sí! que en los recientes años de nuestra democracia nos hemos envalentonado. Personas como el Señor Martí o la señora Wallace (heridos en carne propia por la delincuencia) levantaron la voz para exigir: "si no pueden que renuncien"... pero hasta ahora nadie ha renunciado. Estamos dando vueltas en el mismo lugar, y mientras los legisladores en las Cámaras siguen discutiendo si los chiquillos en las escuelas deben comer chupifritos o no; la muerte de hombres, mujeres y niños inocentes es el pan cotidiano.
Principescamente pagados, pachones, con armas y guardias personales ¿qué apuro tienen esos vividores de molestarse en proponer soluciones? La inseguridad es recurrente y la ronda macabra de los levantados, encajuelados, decapitados, se estrecha cada día más. Los ciudadanos escandalizados damos vueltas obsesivamente sobre el mismo tema, y por lo que se puede observar; lo único que conseguimos es más de lo mismo; porque ya se sabe que las mismas acciones conducen a los mismos resultados.
Se me ocurre que ha llegado el momento de entrometernos, de denunciar porque todo silencio es complicidad. Estoy convencida de que el cambio que necesitamos emergerá de nuestra decisión de decir ¡Basta! Emergerá cuando en vez de ser reactivos y quejosos, decidamos ser propositivos, romper el círculo vicioso en el que andamos vuelta y vuelta; para iniciar un círculo virtuoso. El pasado domingo en el Centro Cultural de la UNAM, vi mucha gente relajada y contenta que sin ningún miedo disfrutaba en familia del teatro al aire libre, de los cuentacuentos, los libros, los magníficos museos; y que ocupó todos los lugares de la Sala Netzahualcóyotl para escuchar el concierto dominical de la orquesta filarmónica de la UNAM. "Esta es la gente que salvará a México -pensé.
Esta gente, que a pesar de todos nuestros pesares, le apuesta a la educación y a la cultura con la seguridad de que son las únicas herramientas con que contamos para formar seres humanos sensibles, respetuosos, y capaces de tomar las mejores decisiones.