Juan Ramón Jiménez, de padre castellano y madre andaluza, nació en la provincia de Morguer, España, el 24 de diciembre de 1881. Durante su infancia contempló en soledad un mundo “tremendamente clasista”, a través de las puertas y ventanas de su casa.
Los recuerdos de su infancia más tarde evocarían a algunos de los elementos presentes en su poesía, reseña su biografía publicada en el portal oficial de su fundación.
Al entrar a la pubertad se trasladó a Sevilla con el propósito de estudiar leyes, cosa que nunca concluyó debido a que en esta ciudad descubrió y consolidó su gusto por la pintura y las artes. A pesar de provenir de una familia conservadora y tradicionalista, recibió el apoyo de su madre.
Su primer acercamiento con la poesía fue gracias a la obra de Gustavo Adolfo Bécquer (1836-1870), quien lo motivó a emprender la carrera de poeta y a abandonar sus estudios. A los 19 años viajó a Madrid para acercarse a la corriente modernista.
En la capital española conoció las obras de grandes poetas modernistas como Rubén Darío y Francisco Villaespesa, lo que lo motivó a escribir y publicar “Ninfeas” y “Almas de Violeta”, sus primeras obras. Luego de este primer paso en su carrera decidió volver a Moguer a causa de una fuerte depresión.
Por determinación de su familia ingresó a un hospital para enfermos mentales en Francia, lugar en el que escribió “Rimas”, obra que muestra la influencia del simbolismo y parnasianismo que se vivía en ese país. En septiembre de 1901 fue trasladado al sanatorio del Rosario en Madrid para continuar con su tratamiento.
Organizó reuniones con poetas como Machado, Valle-Inclán y Benavente, entre otros, dentro del sanatorio español, las cuales representan un recuerdo grato para él. Para 1905 una nueva crisis depresiva lo llevó de regreso a su ciudad natal, donde escribió “Platero y yo” y “El viaje definitivo”.
En 1911 decidió retornar a Madrid, lugar en el que se estableció con el apoyo de Ramón Gómez de la Serna. Dentro de esta nueva etapa en su vida conoció a Zenobia Camprubí Aymar, quien lo inspiró a escribir uno de sus mejores poemas amorosos publicados bajo el título de “Estío”.
Posteriormente, cinco años después viajó a Estados Unidos, para contraer nupcias con Zenobia a quien también dedicó su obra “Diario de un poeta”, a la que posteriormente llamó “Diario de poeta y mar”, uno de sus máximos símbolos poéticos que marcaría un parte aguas dentro de sus composiciones.
Esta obra divide sus creaciones poéticas en dos etapas: la primera, de 1898 a 1915, cuenta con una poesía sensitiva con tintes simbólicos; mientras que la segunda, de 1916 a 1936, marca una gran tendencia intelectual con poesía pura y lírica aguda, difícil de comprender para muchos de sus lectores, señala la crítica especializada.
A su regreso a Madrid, encabezó los movimientos de renovación poética, con lo que influenció fuertemente a los poetas del siglo XX que pertenecieron a la llamada “Generación del 27”.
“Eternidades” se convirtió en la obra más leída por dicha generación de jóvenes escritores, aunque con la llegada del surrealismo a España, su poesía fue desplazada.
Jiménez participó en la publicación de diferentes revistas entre 1921 y 1927, en las que contribuyó con algunas partes de su prosa. Publicó, además, poemas, cartas y retratos líricos de escritores, los cuales aparecieron en una serie de “Cuadernos”, entre 1925 y 1935, hasta que estalló la Guerra Civil en España, un año después.
Asimismo, tomó parte en esta contienda bélica con el bando republicano, durante la cual acogió a niños huérfanos. Viajó a Washington, Estados Unidos, en compañía de su esposa, trabajando como agregado cultural de la embajada española en ese país.
En 1950 se trasladó a Puerto Rico, lugar en el que se estableció de manera definitiva acompañado por Zenobia, ésta última que murió seis años después a causa de las complicaciones originadas por un cáncer de matriz. Ese mismo año recibió el Premio Nobel de Literatura, pero debido a la pérdida de su esposa, se recluyó en completa oscuridad.
Falleció en 1958 en el sanatorio Mimiya de Santurce, mismo lugar en el que murió Zenobia. Los restos de ambos fueron trasladados a España por Francisco Hernández-Pinzón, sobrino del poeta, quien dio la orden de que fueran sepultados en el Cementerio de Jesús, en Moguer, para cumplir los deseos de su tío.