H Ace 25 años, en noviembre de 1987, escribí mi primer artículo periodístico en el semanario Paréntesis. A decir verdad el texto no era malo; era malísimo. En estos 25 años los periódicos han cambiado más que en los 600 anteriores. Desde que Gutenberg inventó la imprenta en 1502; August Applegath construyó para el Times de Londres una máquina de impresión capaz de realizar 12 mil impresiones por hora con un novedoso sistema llamado "imprenta rotativa", e Ira Washington Rubel, basado en el principio de que el agua y el aceite no se juntan, inventó en 1903 el sistema offset en San Francisco, California, la forma de hacer periódicos cambió muy poco.
En los últimos diez años la forma de distribuir la información es totalmente distinta, medios electrónicos que cambian cada dos o tres años, que se vuelven obsoletos antes de ser haber terminado de desarrollarse y tienen a la industria parada de cabeza.
Lo que no ha cambiado es el oficio. La información tienen que ser rescatada, procesada y convertida a un lenguaje comprensible y significativo. Alguien tiene que reportear el mundo y alguien tiene que editarlo para que sea comprensible y asimilable, pero sobre todo, para que nos reduzca la angustia. Muchas veces nos quejamos de que los periódicos amarillos generan angustia en las sociedades, y no hay duda en ello, pero la peor angustia es la ausencia de información. Ese oficio de conocer y hacer comprensible al mundo que nos rodea sigue siendo exactamente el mismo de Homero a la fecha.
Lo que tampoco ha cambiado es la gran debilidad del oficio, la relación entre los periodistas y el poder. Por gratos azares del destino, una visita al taller del pintor Roberto Rébora, cayó a mis manos un texto del ensayista William Hazlit, "De la relación entre los tragasapos y los tiranos" (1817) traducido por Jesús Silva Herzog Márquez y editado por Taller Ditoria, donde el ensayista británico describió, hace casi 200 años, la perversa relación entre los hombres de letras y el poder. "Cuando el poder descubre que la libertad de opinión obstruye el trote de su arbitrariedad exprime las cuatro debilidades del intelecto: la seducción de las apariencias; la golosina de los sofismas; el soborno del egoísmo y, finalmente, los pleitos y envidias de los hombres de letras". Salvo por matices estilísticos, el texto pudo haber sido escrito ayer. En esencia coincide con un anónimo con el que me topé hace 20 años y que siempre tengo escrito en algún lugar cercano. "Para ser periodista basta tener un ego descomunal y una desfachatez a toda prueba". Un ego descomunal para pensar que todos los días tenemos algo que decir, y una gran desfachatez para publicarlo sin rubor.
El modelo de negocio de la prensa está cambiando radicalmente y enterrando medios en todo el mundo; el oficio del periodista, el "mejor oficio del mundo" según García Márquez, no ha cambiado ni cambiará. Lo que puede matar y está matando al periodismo de calidad es el ego y la seducción del poder.