C Otidianamente, uno se levanta en la mañana, sale a la puerta, recoge el periódico y cómodamente, con un café de por medio, se dispone a leer las noticias del día.
Y remotamente reparamos en todo el trabajo que implicó la elaboración del ejemplar que tenemos en las manos.
Desde la recopilación de noticas que llevan los reporteros a la mesa de redacción, hasta el trabajo de los voceadores y repartidores para hacerlo llegar a las manos del lector, pasando por un sinnúmero de fases más, como es el poner en marcha y punto la inmensa rotativa que trabaja a una velocidad endiablada.
Y hacer eso por noventa años se antoja una tarea titánica. Sin embargo, los forjadores de El Siglo y sus operarios lo han hecho así ininterrumpidamente, durante ese tiempo.
De la época en que Don Antonio editaba casi en solitario el periódico, a la fecha, han corrido ríos de tinta y se debieron sortear muchas vicisitudes.
Un periódico, como éste, es una empresa que se mueve al filo de la navaja. Porque oscila entre la ganancia lícita y su función social.
No es fácil armonizar esos dos factores y por eso es frecuente que, para cumplir con la segunda, tenga que enfrentarse con la autoridad, cualesquiera que ésta sea.
De hecho, los enfrentamientos entre la prensa escrita y el ejercicio del poder, se presentan en todo el mundo. Y por ello, también se afirma que donde no hay una prensa libre no existe democracia.
Son muchos los hombres y mujeres que han entregado buena parte de su vida a este periódico que cada sábado nos permite llegar hasta ustedes.
Nombre como el don Antonio de Juambelz, Antonio Irazoqui y Olga de Juambelz, quedarán grabados en la historia de este importante diario.
Sobre todo, porque es el único periódico lagunero que nos queda. Toca ahora a la tercera generación tomar las riendas del diario y continuar esa labor titánica que emprendieron sus antecesores.
Aprender el oficio desde sus cimientos es tarea difícil, pero es la única forma de enamorarse de este oficio que, como dijera García Márquez, es el oficio más bello del mundo.
Siguiendo al viejo tango podríamos decir que: "Noventa años no es nada", en la vida de un periódico. Así como que esperamos llegar a los cien y muchos más, antes de que la pluma deje de escribir.
Desde este espacio, me congratulo del privilegio de poder escribir cada sábado, en estas páginas y contribuir con un granito de arena para hacer de este medio uno de los más importantes del norte del país.
Larga vida a El Siglo y larga vida a sus editores.
Por lo demás: "Hasta que nos volvamos a encontrar, que Dios te guarde en la palma de Su mano".