A conciencia
¡Ojalá Dios me diera una clara señal! Como hacer un gran depósito a mi nombre en un banco suizo.
Woody Allen
¿Cuándo me di de baja? Del temor de Dios nunca. Dios me libre de enfrentarme a un nuevo día sin la protección que me ofrecen las oraciones matutinas que son para mí como ponerme un chaleco antibalas antes de salir de casa. Aunque la niña antigua que llevo dentro sigue acumulando culpas por aquello de los dos libros, uno donde mi ángel apenas ha escrito dos o tres renglones y el otro donde mi diablo va ya por el segundo tomo, la adulta que soy ahora ya no cree en infiernos ni en tizones. Tengo la seguridad de que en el último momento Dios me perdonará, porque ese es su oficio y porque si no, ¿qué va a hacer conmigo ahora que Benedicto XVI ha reconocido que el infierno NO existe? Pero si el infierno no existe, entonces ¿qué es lo que queda para meternos al orden?
El Señor que nos otorgó el libre albedrío, tuvo cuidado de equiparnos también con un extraordinario chip llamado conciencia. Los demonios que nos despiertan en la madrugada, las vueltas en la cama hasta roer codos y rodillas, los pensamientos circulares que nos obsesionan, la voz que le advierte a Macbeth: “No dormirás más”, “has asesinado al sueño”. Esa voz es la insobornable, la eficientísima conciencia que distingue claramente lo bueno de lo malo. Es por eso que a pesar de que no puedo prescindir de mis oraciones matutinas, la conciencia que no sólo muerde sino que remuerde, me dice que las tres religiones que aseguran tener los medios para llevarnos a experimentar lo sagrado en el amor, la compasión, en la Naturaleza, hasta ahora sólo han conseguido una discutible eficacia. Primero porque cualquier experiencia que nos acerque a lo sagrado ha de emerger de la propia conciencia. Segundo porque cualquier toma de conciencia individual, es una amenaza al intocable poder de los jerarcas de cualquier religión. O pensamos como ellos dicen que debemos pensar, o a la hoguera con todo y chivas.
Católicos, musulmanes y judíos coinciden en que la hoguera debe ser más ardiente para las mujeres que somos tentación, peligro, ¡uy que miedo! Qué obsesión de los religiosos por meterse en las casas, olisquear las sábanas y decidir hasta los libros que las mujeres podemos leer o no. La Congregación para la Doctrina de la Fe ha denunciado el libro Sólo amor, de Margaret Farley, en el que la religiosa argumenta a favor de la masturbación de la mujer, del matrimonio homosexual y del casamiento religioso después de un divorcio. “El uso deliberado de la facultad sexual, si es fuera del matrimonio, pierde su propósito”, ha declarado la Iglesia. No deja de llamar la atención que habiendo problemas como el sida o la sobrepoblación que hace imposible resolver el hambre en el mundo, los sacerdotes, supuestamente castos, se preocupen tanto por la sexualidad de las personas.
Todo poder inflexible, incluido el del ejército, lo primero que impone a sus miembros es el voto de obediencia, o sea una renuncia incondicional a los dictados de la conciencia. Seguramente habrá unas cuantas mujeres en Irak cuya conciencia les dicta salir de la absurda prisión que es la burka. Si no lo hacen es porque viven sometidas al miedo que les imponen los religiosos, quienes antes de aceptar la libertad de conciencia en las mujeres prefieren lapidarlas. Estoy convencida de que todas las religiones nacen de ese profundo misterio que es el sentido de la vida, y están ahí para ofrecernos consuelo y ayudarnos a paliar el miedo a la muerte. Esa es la parte luminosa de toda religión, la imperdonable es el secuestro de la conciencia, que es por cierto el juez más estricto que conozco.
Perdón por las disquisiciones pero no se puede ser razonable cuando estamos a 38 grados a la sombra.
Correo-e: adelace2@peodigy.net.mx