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Adela Celorio

Nunca dudes que un pequeño grupo de ciudadanos pensantes y comprometidos puede cambiar al mundo. Es la única cosa que lo ha hecho.

Margaret Mead

Aunque he tratado de reservar este espacio para temas de carácter más amable (anécdotas, reflexiones, semblanzas), hoy, a unos cuantos días de emitir el voto que comprometerá el destino de México por los próximos seis años, resulta inevitable compartir mi nerviosismo, pero también mi emoción.

Estoy tensa, no puedo dormir, como todo el día y me muerdo las uñas. Terca mi memoria insiste en regresar una y otra vez a la ansiedad con que atendí al conteo de votos en 2006. Al apretado triunfo de Calderón, a las imágenes de AMLO gritando en el Zócalo, amenazando, enardeciendo a la gente. A las calles del centro secuestradas, a los insultos, a la descalificación. A la lengua procaz del perdedor que se nombró a sí mismo presidente legítimo. Para que la situación fuera más cardiaca todavía, el recinto legislativo donde Calderón debía rendir protesta como presidente de todos los mexicanos, había sido tomado por las huestes perredistas. Cerraron las puertas y encerrados ahí varios días, convirtieron el recinto en un chiquero maloliente. Encobijados dormían, fumaban, comían tamales, gorditas, garnachas, atole, café... No me consta, pero creo que algunos metieron hasta su anforita de alcohol; mientras los ciudadanos nos preguntábamos angustiados ¿qué va a pasar ahí? Cuando entre gritos y amenazas Calderón y Fox hicieron una casi milagrosa aparición, yo, que controlaba mi ansiedad a marchas forzadas en la caminadora, exploté en lágrimas. ¡Dios! Envejecí 10 años con la última elección.

Hoy todo es más intenso y más complejo. Tras 12 años de democracia incipiente, errática pero democracia al fin, los ciudadanos hemos despertado del sueño engañoso de que un nuevo presidente, ese sí, llegará como un ángel salvador y justiciero a solucionar todos los problemas del país. Ahora ya sabemos que no es verdad. Hemos visto lo suficiente para saber que los candidatos son capaces de vender su alma al diablo o a Elba Esther (perdón por el pleonasmo) para quedarse con la silla mayor.

Ya no somos los resignados ciudadanos que participábamos de la farsa de ‘votar’ por el ‘des-tapado’, o sea, el ya ungido por su antecesor, a sabiendas de que con nuestro voto o sin él, sería el próximo presidente. Hoy en cambio ya sabemos que las sonrisas, los abrazos, los acarreados de siempre y el súbito interés que manifiestan todos los candidatos por ‘rescatar al país’, no es más que basura de campaña.

Mi voto lo decidirá lo que han hecho cada uno de los candidatos, y no lo que dicen que van a hacer. La solidez moral, su historia personal, su formación, el patrimonio con que cuentan y ¡mucho ojo!, la forma en que lo adquirieron. Quiénes son sus padrinos y sus valedores.

Por todas las razones anteriores, mi voto será para Josefina; pero mi verdadero candidato es usted, sus vecinos, yo... todos los ciudadanos comprometidos día tras día con las pequeñas acciones que producen los cambios.

Mi voto es por las personas dispuestas a creer que el bien es tan contagioso como el mal y a demostrarlo. Ciudadanos participando, levantando la voz, denunciando, proponiendo, tomando las riendas para que los servidores públicos sepan de una vez quién manda a quién; porque aunque ellos en sus momentos de gloria se sientan monarcas absolutos, después de seis años deben retirarse, mientras los demás estamos aquí para siempre.

Votemos pues por el candidato que más se acerque a nuestras expectativas y después, gane quien gane, solidaricémonos con la voluntad de la mayoría, porque así es como funciona la democracia.

Correo-e: adelace2@prodigy.net.mx

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