Desde el ángulo que se mire es terrible. Cobarde y arteramente fue ultimado en la ciudad fronteriza de Acuña, Coahuila, José Eduardo Moreira Rodríguez, primogénito del exgobernador y expresidente nacional del PRI, Humberto Moreira Valdés. Por naturaleza obvia, el hoy finado es sobrino carnal del gobernador en funciones de Coahuila, Rubén Moreira.
Justo pasadas las diez de la noche del miércoles, la noticia circulaba como pólvora encendida. En medio de esta tan repetida vorágine de violencia, el caído en cuestión es vástago del controversial político saltillense, lo que convirtió el hecho en la noticia de más impacto del momento.
Las reacciones surgieron de todas partes. Por supuesto lo menos que podía hacer el presidente Calderón era expresar sus condolencias como responsable de un Estado nacional donde cada vez, es más claro que la seguridad no existe.
Para desgracia primeramente de la esposa y del hijo de José Eduardo, ahora le tocó a él; como pudo haber sido para cualquiera ya. Pero sin duda, lo que pone a temblar a todo mundo es que si los criminales fueron capaces de asesinar de esa manera a un miembro de la familia política más poderosa de Coahuila, a qué no podrán atreverse con cualquier otro habitante de este estado.
En medio del inmenso y cegador dolor que está viviendo el profesor Moreira, alcanza a señalar que su hijo es un inocente más en esta guerra sin sentido. Efectivamente su muchacho ha sido martirizado del modo más ruin y de acuerdo con la información disponible, José Eduardo Moreira trabajaba en una pasión heredada: la política y el servicio público. Él fue un joven que enfocó sus energías a trabajar en el ramo político de mayor contacto con la ciudadanía, primero en la capital Saltillo en Atención Ciudadana y luego en la propia ciudad Acuña donde se desempeñaba como coordinador de Desarrollo Social del gobierno de su tío Rubén.
Quien se atreva a relacionar este homicidio con la calificación al desempeño que tuvo como personaje político el padre del fallecido, sencillamente o se equivoca por mera ignorancia o elabora juicios mezquinos y aberrantes. Nada puede equipararse a la tragedia y atropello que vive la familia Moreira en medio de un México convulso y podrido.
Sin embargo, como sociedad, todos de alguna manera somos responsables de lo que vivimos. Desde hace décadas la corrupción permea en todos lados y la pérdida de valores éticos ha sido una constante. Esto, sumándole a la vecindad con el país más adicto y consumidor de drogas, más el crecimiento de un mercado interno mexicano donde muchos de nuestros jóvenes hoy consumen drogas -más incluso de lo que imaginamos- nos llevó a un estadio donde el dinero que corre a raudales por las mafias, les dio el poder suficiente para que vía la violencia apalancada en su arsenal (comprado a los gringos consumidores) les permitirá cometer cualquier tropelía sin freno alguno.
Ese fue el escenario con el que se encontró el presidente Felipe Calderón al inicio de su sexenio, con un México en el cual muchos de sus territorios, especialmente los del norte del país, estaban ya a merced de la delincuencia organizada.
Además, Calderón tomó la determinación de intentar restablecer el orden mediante el uso de las fuerzas armadas en funciones netamente policiales. Quizá también el haber llegado a la Presidencia luego de una controvertida elección lo empujó a este lance que termina siendo en la estrategia utilizada una torpeza, y por la cual hay más de 80 mil asesinatos y miles de víctimas inocentes han perecido por la lucha contra el narco.
Empero, Calderón no es sólo el responsable, muchas estupideces pudo haber cometido el hoy casi expresidente, pero en los estados más violentos, como lo son Tamaulipas, Nuevo León, Coahuila, Chihuahua, Durango, Michoacán y Guerrero, el presidente tuvo que coordinarse con gobernadores fundamentalmente priistas, que alineados desde el principio al proyecto de Enrique Peña Nieto, politizaron el tema de seguridad y poco ayudaron a luchar contra este terrible flagelo.
José Eduardo Moreira es una víctima inocente más, pero su notoriedad hace forzosamente que la ciudadanía recuerde que vivimos tiempos terribles, y al menos este abominable crimen sirva para que la presión sea cada día más para que las autoridades todas cumplan con su primera misión: darle seguridad patrimonial y personal al ciudadano, y esperar que al menos en este caso, se haga justicia. Descanse en paz.