Si todo sigue como va, si no hay sorpresas, lo más probable es que el PRI gane la presidencia de la República. En el horizonte está también la probabilidad de que ese partido obtenga mayoría absoluta en la Cámara de Diputados y quizá en el Senado. Para los opositores del PRI se trata de una pesadilla de la cual no pueden despertar: de seguro debe haber algo torcido. Para ellos el regreso del PRI es un contrasentido histórico, simplemente no debía ocurrir. ¡Cómo es posible que los votantes que los llevaron a ellos al poder ahora vayan a votar por el PRI! Las especulaciones son muchas: que si las televisoras se han encargado de manipular a la opinión pública; que si los dineros sucios están detrás de las campañas; que si es pura imagen, etc. El hecho concreto es que PAN y PRD pelean por un segundo lugar muy lejos del puntero.
Pero quizá el asunto rebasa esta campaña y nos remite a una mitología oposicionista que lleva un par de décadas de estar siendo alimentada. Es esa mitología la que les impide leer con claridad lo que hoy ocurre. Después de la muy cuestionada elección de 88, corrió la versión de que el PRI estaba por desmoronarse. El colapso de la Unión Soviética y de las economías de los países periféricos, anunciaban cambios radicales, nada de gradualismo. La destrucción del Muro de Berlín se convirtió en un referente obligado del sello de los tiempos. Las dictaduras latinoamericanas habían cedido a los impulsos democráticos. Los dictadores caían uno tras otro. México debía estar en la lista. Así se fortaleció la mitología. Comparar al régimen autoritario mexicano con las dictaduras conosureñas o con el franquismo fue un despropósito -muy atractivo- pero despropósito al fin. Recuerdo a un querido amigo vociferando que si el PRI fuera a elecciones limpias no ganaba un solo distrito. ¿Y ahora?
La realidad mexicana resultó más compleja. Sin embargo los simplismos como aquello de la "dictadura perfecta" en boca de Vargas Llosa no ayudaron a contener la mitología. Los setenta años de "oprobio y represión" negaban otro México que también estaba allí. Un México que había construido instituciones, que había impulsado un amplio andamiaje de seguridad social, que había propiciado, sobre todo a través de la educación pública, una movilidad innegable y que, apoyado en una larga etapa de crecimiento económico a tasas muy altas, había impulsado al país a un proceso de modernización que brindó satisfactores a amplias capas de la población. A pesar de los severos tropiezos y las crisis recurrentes, en la memoria social de largo tranco hay una fuerte dosis de satisfacción. De ahí la tolerancia al PRI y sus antecesores. México no es un país de idiotas.
Pero hay más. Al llegar los opositores al PRI al poder, primero en el orden municipal, en las diputaciones locales y finalmente a la primera gubernatura, el PRI derrotado tuvo la suficiente disciplina para aprender a ser opositor. Sólo así se explica la reconquista: el crecimiento del número de entidades con alternancia de segunda generación, gobernaba el PRI salió y regresó. Del otro lado la mitología tampoco se sostuvo. La cantaleta de los ángeles opositores y los demonios priistas no soportó la menor prueba. Los problemas de corrupción que tanto daño han hecho al PRI han tenido encarnaciones azules y amarillas en toda la República. Al cabo de los años la corrupción dejó de ser "atributo" exclusivo del priismo.
Pero no sólo eso, la inexperiencia y fatuidad de muchos de los gobernantes que llegaron al poder a través de las filas del PAN y del PRD condujeron a una evaluación mucho más puntual. Hay personas honestas en los tres partidos y también corruptas, los hay capaces e incapaces de uno y otro lado. No todos los gobiernos opositores al PRI han dejado una buena imagen. No todos los priistas salen entre silbidos. Así que la teoría del blanco y negro no prendió. En todo caso lo que estamos viendo es un desencanto brutal con la caricatura que sirvió para desplazar al PRI de Los Pinos, con esa mitología que -por lo visto- sólo está en la mente de algunos ofuscados antipriistas. Además la decisión del elector mexicano se ha vuelto mucho más compleja. En una misma elección premia y castiga a diferentes partidos y candidatos. Algo queda claro: la alternancia se instaló en la cabeza de los mexicanos, aunque hoy los opositores al PRI -que tanto lucharon por ella- no puedan comprenderla.
Pero quizá lo más importante de la elección de 2012 es que nos obliga a hacer una lectura más cuidadosa de nuestra historia reciente. Los presidentes panistas han tenido logros y descalabros al igual que los jefes de Gobierno perredistas en la capital. Ese es el rasero que debe aplicarse a los presidentes priistas previos a la alternancia de 2000 y a la segunda generación de alternancia que se anuncia para 2012. Así es en todas las democracias. Por lo pronto quebrar la mitología y enterrar la caricatura es un acto de liberación.