"La muerte espera al más valiente, al más rico, al más bello. Pero los iguala al más cobarde, al más pobre, al más feo, no por el simple hecho de morir, ni siquiera en la conciencia de la muerte, sino en la gnorancia de la muerte. Sabemos que un día vendrá, pero nunca sabemos lo que es".
"Uno ha visto pasar la prensa, la radio, la televisión, el cine, los medios modernos, y la novela pervive. Porque la novela dice lo que no puede decirse de otra manera".
¿Por qué no existe la inmortalidad para los grandes hombres? Y es que al México del tercer milenio, tan aciago, tan convulso, tan huérfano de liderazgos, mentes e inteligencias preclaras, al México ávido de certidumbre y lucidez, de aquellos que proponen, de aquellos que disienten a partir de la razón, de aquellos que construyen, de los que le apuestan a lo tangible, de los que crean e imaginan lo imposible. Sí, al México que fue, al que hoy es y a ese México cuyo futuro a veces se antoja incierto y desolado por la tiniebla y la sangre de sesenta mil cadáveres, por la desigualdad que lacera y la miseria inentendible, por el abuso y el espíritu mezquino que ha caracterizado a sus gobernantes; pero también al México que nos hace vibrar, al de la gente buena y trabajadora, al de lo posible y realizable, al que soñamos y por el cual jamás dejaremos de luchar: todos esos Méxicos extrañarán a Carlos Fuentes, a la nobleza de aquel joven inquieto, a los demonios característicos de una de las más grandes inteligencias del siglo pasado, que como pocas supo comprender y plasmar qué es México y qué significa ser mexicano.
Por que más que escritor, Carlos Fuentes fue un hombre universal cuyo legado trasciende el mundo de la literatura. Sin afanes de grandilocuencia momentáneos o víctima de las pasiones de las que a veces somos presos los escritores al hacer una necrología, afirmo que Fuentes es una especie de conciencia nacional que será extrañada. Mientras tanto, sus lectores no estarán huérfanos: ahí quedan su obra y enseñanzas, incólumes ante el paso de los años.
Conocí a Carlos Fuentes a través de mi abuela, quien hablaba de él a partir del afecto, la admiración mutua y por qué no decirlo, también de la atracción. "Me quedaba fascinada al platicar con Carlos; tenía todo: inteligencia, don de gentes, clase, simpatía, sensibilidad. Además era un bon vivant en el más amplio sentido de la palabra. De diez el hombre", decía, y se le iluminaban sus enormes ojos verdes. Pero yo también conocí a Carlos Fuentes por obligación y culpo a cierta maestra de secundaria. "Para el martes me traen leída Aura, la comentamos y después seguimos con La Región Más Transparente". "México es inentendible hasta que hayan profundizado en sus textos", destacó en aquel entonces. Pasaron los años y al entrar en la primera juventud me encontré a un Fuentes no antes visto: el que a partir del enorme dolor que le supuso la pérdida de su hijo -también llamado Carlos- escribe "En Esto Creo", libro que a modo de diccionario enumera todo aquello en lo que creía y le era de importancia. Como ya lo he asentado en una entrega previa para esta casa editora, "En Esto Creo" ciertamente no será considerada como una de sus obras más destacadas, pero ciertamente es una de las más conmovedoras. Ahí supe que antes que una figura conocida a lo largo y ancho del planeta, Fuentes era un buen hombre, un hombre roto por el dolor que a través de la pluma expiaba sus culpas. A mis veinte años, ya inoculado por la tinta y el amor por la literatura y el periodismo, y por qué no decirlo, también intentando exorcizar a mis propios demonios, fue entonces cuando comencé a disfrutar a Carlos Fuentes.
A partir de la autoridad moral que confieren el respeto, el conocimiento y la vejez, Fuentes a menudo se refería a la problemática internacional y sobre todo a la de un país -México- en colaboraciones para periódicos y entrevistas en los medios de comunicación. En sus juicios acerca de la clase política actual, sobraban las alusiones a la mediocridad y falta de estatura de los suspirantes a la Presidencia. Hablaba de la carencia de tamaños de nuestros futuros posibles gobernantes. Ahí coincido plenamente: yo tampoco se las miro…
Pero en medio de una coyuntura complicada y tiempos de desasosiego, Carlos Fuentes nunca dejó de creer en las infinitas posibilidades que México tiene si de alcanzar la grandeza se trata. Porque México es más grande que sus políticos, más grande que sus problemas y sabrá vencer sus desgracias y darle la vuelta a las inercias de la historia, dijo en infinidad de ocasiones. De Carlos Fuentes me quedo con su eterno optimismo. Yo también lo soy, a pesar de los pesares y hasta el fin de mis días.
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