En un ensayo de elecciones practicada el jueves anterior con la participación, dicen sus organizadores, de 20 mil 508 entre empleados, académicos y estudiantes de la UNAM, Andrés Manuel López Obrador obtuvo, dice la nota del Universal, 86.15 por ciento de los votos. En tanto Enrique Peña Nieto ganó 4.99 por ciento. El peor resultado fue el de la panista Josefina Vázquez Mota, con 4.39 por ciento, en tanto Gabriel Quadri, de Nueva Alianza consiguió 4.47 por ciento. La nota deja bien claro que se trató de un simulacro y el Diccionario de la Lengua Española nos dice que simular es representar una cosa, fingiendo o imitando lo que no es, o sea que lo que allá fue no necesariamente debe serlo en una elección real, lo que sólo resultaría sumando el total de electores en este país con derecho a voto.
En comparación con el año 2006 AMLO habría logrado 59.2 por ciento, E.P.N. 4.99 por ciento y su antecesor en 2006, Roberto Madrazo 5.4 por ciento. En comparación de hace seis años, cuando por el PAN jugaba Felipe Calderón este tuvo un 18 por ciento. (Datos que pueden ser corroborados si se acude en consulta a la Revista Proceso y al diario La Jornada del 30 de mayo de 2006).
No hay en ese procedimiento una notable diferencia con las encuestas que han venido circulando apenas dio inicio la contienda electoral que concluye l primero de julio. En ambos casos los resultados no son concluyentes. En efecto, los empleados, académicos y estudiantes de la máxima Casa de Estudios, se dirá no dejan de ser un segmento social importante cuya opinión puede ser muy respetable, pero no sustituye a la voluntad de la mayoría de los mexicanos, aunque si es un indicativo, como en el caso de las encuestas, de lo que podemos esperar. El caso es que en mi entorno hay una coincidencia que nada tiene que ver con el resultado de las consultas de las casas especializadas en esos menesteres, cuya divulgación, ha sido exagerada como si se tratara de establecer a priori que no son necesarias las urnas, ni los votos, ni los ciudadanos, ni los tundeteclas, ni el IFE, puesto que con o sin la votación ésta se da por hecha. Si acaso tienen razón o no la tienen lo veremos al contar los sufragios. Que, esperemos tocando madera, sean auténtica expresión de la voluntad popular. Confiemos en Dios que no haya más simulacros.
Los analistas políticos de la derecha, tanto los que trabajan en los medios electrónicos, como los que escriben en la prensa escrita, dan por hecho que el arroz ya está cocido adelantándose con el deliberado propósito de hacer sentir al electorado que ese es el "bueno" y aunque las ánforas aun no se abren pretenden que los demás se decidan a su favor por aquello de ¿adónde va Vicente?, a donde va la gente.
Este proverbio plantea la dificultad de mantener las propias convicciones para, en vez de ello, sumarse a la opinión aparentemente mayoritaria. Se recuerda, si es que asistió el lector a una sala de cine y vio la película "El Club de los Poetas Muertos" (1989), hay una escena donde el profesor Keating enseña a los alumnos, a través de un simple ejercicio, la necesidad de ser ellos mismos. Esto es, un individuo por sí solo puede ser un libre pensador, mas si a éste lo juntamos con muchos más individuos podremos obtener una masa que, como su propio nombre indica, puede llegar a ser una masa moldeable.
Puede que aceptemos las ideas de los demás por temor a equivocarnos y si el resto de la gente ve con tanta certeza la respuesta, aunque sea la equivocada, eso basta para que nosotros, aun con una idea distinta, adoptemos por buena aquella idea.
En política es difícil, aún para una persona pensante, ilustrada y juiciosa, mantener su propia opinión, lo más fácil es adherirse a lo que piensan los demás, por conveniencia o simple sentido de imitación, aunque estemos plenamente convencidos de que están equivocados; ahora, imagínense a las masas que no son pensantes, que apenas saben leer y escribir su nombre, que no son capaces de romper el círculo vicioso de la dádiva que van con la tendencia a asumir la conducta de la mayoría con un razonamiento sencillo: no puedo quedar mal con quien se ha preocupado por mí, pese a que no lo vuelva a ver. Aunque sus planteamientos no los entienda ni él entienda los nuestros. En cada proceso eleccionario estará presente, en las masas, el dubitativo aforismo ¿adónde va Vicente?