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Agonía en Getsemaní

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LUIS FERNANDO SALAZAR WOOLFOLK

En su libro sobre Jesús de Nazareth, el Papa Benedicto XVI hace un relato sobre la agonía en el Monte de Los Olivos, en el que aparecen entre otros tres temas importantes.

El primero de ellos se refiere a la superación del viejo culto judío, en virtud de que en Jesús se cumplen las profecías que lo señalan como el Mesías esperado. El Pastor es herido y las ovejas dispersadas y la Cruz se revela como paso obligado para llegar a la Resurrección.

Previamente Jesús ha reinterpretado en un sentido propositivo los mandamientos en el Sermón de la Montaña, ha orado en el templo y cumplido las prescripciones de la pureza ritual; en la expulsión de los mercaderes anticipa la destrucción del templo de piedra que se consumaría más tarde bajo las legiones romanas, y anuncia una nueva forma de adoración parta toda la humanidad "en espíritu y en verdad" (Jn 4,24).

En segundo término aparece lo que es la agonía, es decir, la lucha entre la debilidad de la naturaleza humana de Jesús y la fidelidad a la misión que ha asumido, por lo que pide al Padre que haga pasar de sí la copa amarga del martirio. Esta lucha se resuelve en la aceptación en virtud de la cual Jesús somete su propia voluntad a la voluntad de Dios: "No se haga mi voluntad sino la tuya" (Lc 22,42).

En el drama del Monte de Los Olivos Jesús restaura la voluntad del hombre que en virtud del pecado se haya en contraposición a la voluntad de Dios, para poner la primera en consonancia y sinergia con la segunda.

En Jesús existen dos voluntades, una que le corresponde como verdadero hombre y otra que corresponde a su condición de verdadero Dios. En la voluntad humana de Jesús dice el Papa, está la resistencia humana contra Dios, la obstinación de todos nosotros empeñados en hacer nuestra propia voluntad. La lucha de Jesús lleva a la naturaleza rebelde hacia su verdadera esencia, que es conforme a la voluntad de Dios. El paso de la oposición a la comunión de ambas voluntades, transcurre por el camino de la Cruz.

El tercer tema apunta de manera anticipada a lo que será la historia del cristianismo y de nosotros los cristianos. Mientras se desarrolla el drama relatado con antelación y la lucha entre la Luz y las tinieblas, los discípulos de los que Jesús se hizo acompañar al Huerto y a quienes pidió vigilancia y oración, duermen plácidamente.

La somnolencia de los discípulos dice el Papa, sigue siendo a lo largo de los siglos una ocasión favorable para el poder del mal. Es un embrutecimiento del alma que no se deja inquietar por el pecado y que genera una insensibilidad respecto a la injusticia y el sufrimiento que existen en el mundo y que son frutos de la rebeldía y del pecado.

Se trata de una insensibilidad que hace que la persona se tranquilice pensando que en el fondo la situación no es tan grave o en todo caso no es posible hacer gran cosa al respecto. Ante los discípulos adormecidos y no dispuestos a inquietarse, el Señor dice: "Me muero de tristeza" (Salmo 43,5).

La angustia de Jesús es un estremecimiento de quien es la Vida misma, ante el poder del mal. Precisamente por ser Dios y por ser hombre, Jesús ve con plena claridad la marea sucia del mal, todo el poder de la soberbia y la avaricia, toda la astucia, la mentira, y la violenta atrocidad del mal, que conspira de continuo al servicio de la destrucción del ser, y de la aniquilación de la vida tanto del cuerpo como del alma.

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