"E N el nombre de Dios, que todo lo ve y es misericordioso. Alabado sea Dios", escuché en mi audífono la voz del traductor farsi-español que acompaña en su gira por América Latina al presidente Mahmud Ahmadineyad. Vaya. En Occidente decimos "uno, dos, tres... sí... sí" pero los de la República Islámica de Irán invocan al Creador para probar los micrófonos.
El jefe de prensa iraní me acaba de decir: "a las ocho en punto estará sentado aquí el presidente". Son las 7:48 de la mañana del viernes 13 de enero de 2012 en Quito, Ecuador. O sea que si es verdad, en doce minutos estaré entrevistando al catalogado como enemigo número uno de Estados Unidos.
Pero yo ya no creo nada. El lunes en Caracas la entrevista se pospuso tres veces (en descargo del protocolo iraní, las dos primeras fue culpa compartida porque nosotros no estuvimos técnicamente listos y ellos nos condicionaron de última hora que fuera en vivo, cosa que aceptamos). Ahí nos dijeron que jueves en la mañana en Quito y el mandatario ni había llegado al país. La pasaron a la noche, en la persamente decorada casa del embajador de Irán en Ecuador, donde nos revisaron hasta las tomas de las cámaras -Sientan a Ahmadineyad mostrando el lado derecho de su cara, que les parece su mejor ángulo. Al final nos informaron que se retrasó tanto su agenda que habría que re-re-re-re-reprogramar la entrevista para "mañana a las 8 de la mañana, en el hotel". En suma, llevamos esperándolo veinte horas efectivas, a lo largo de cinco días, que han incluido dos viajes redondos entre Norte y Sudamérica.
Para mí que no va a haber entrevista, que nomás nos están dando largas. El productor, "El Choco" Valdivieso, piensa lo mismo. Pero el ingeniero Paul Pérez y los tres camarógrafos (Édgar "Mr. Increíble" González Cid, Gustavo Sánchez y "El Piojo" Ruiz) piensan que sí. Así que anoche, con los momios 4:2 y tras el fiasco en la casa del embajador, apostamos dos rondas de mojitos en el "Andrés Carne de Res" de Bogotá, donde mataremos el tiempo de la larga escala del vuelo de regreso a México degustando la bebida que ahí sirven en jícara.
Se incrementa el movimiento dentro del austero salón del Swisshotel de Quito, donde duerme Ahmadineyad. Llegan más guardias de seguridad. Cada uno se coloca detrás de una de nuestras cámaras. Instalan la propia. Empiezo a recuperar el ánimo.
"¡Ya llegó!", grita "El Choco" a México través de su celular. Estoy sentado, cableado con dos micrófonos y un audífono que me tienen casi atado a una silla más vieja que elegante. Con tan poca movilidad, trato de asomarme detrás de la pared de cámaras y luces encendidas que apuntan al improvisado set de la entrevista. No alcanzo a ver. Me encojo un poco más y descubro, en medio de sus colaboradores que lo alistan, al hombre de baja estatura y barba corta al que he venido persiguiendo por Sudamérica. Entró por la cocina. Sonríe, saluda, se sienta. Los suyos le ponen micrófonos y audífono para la traducción. Será un placer pagarles los mojitos.