Con el triunfo de ayer de Josefina Vázquez Mota en el proceso interno del Partido Acción Nacional, quedó definida la contienda por la Presidencia de la República. Aunque todavía falta la oficialización de las candidaturas, la aspirante panista, el priista Enrique Peña Nieto y el izquierdista Andrés Manuel López Obrador tratarán en los próximos cinco meses de convencer al electorado de que son la mejor opción para sacar adelante a un país golpeado por la inseguridad y mermado por un insuficiente crecimiento económico.
Las encuestas publicadas en los últimos meses indican que el exgobernador del Estado de México lleva la delantera en la carrera hacia Los Pinos. No obstante, si se revisa lo ocurrido hace 6 años, se debe reconocer que aún nada está decidido. El éxito de los virtuales candidatos en sus campañas estará en función de su capacidad para superar los retos que hoy enfrentan y logar convencer a ese importante sector de los ciudadanos que hoy se declara todavía indeciso en sus preferencias.
Si bien es cierto que para Vázquez Mota el hecho de ser mujer le representa un activo explotable, no le será suficiente para lograr el triunfo el domingo 1 de julio. Hasta el momento, la panista no ha logrado construir un discurso sólido sobre qué es lo que pretende hacer en caso de llegar a la Presidencia. Sus planteamientos públicos suelen ser ambiguos, sus respuestas a preguntas específicas, evasivas, con poca claridad y sustancia. Además de comenzar a mostrar su diagnóstico del país y sus estrategias para sacarlo adelante, la virtual candidata tendrá que desmarcarse de los aspectos más negativos de la administración de su correligionario, Felipe Calderón Hinojosa.
Por su parte, Enrique Peña Nieto aparece por ahora como el rival a vencer, situación de la que puede obtener ventajas, pero también desventajas, como la de ser el principal blanco de ataques políticos. En los últimos meses, el priista ha evidenciado no sólo una escasa capacidad de improvisación ante preguntas incómodas, sino también una enorme frivolidad y lejanía con la realidad que sufre la mayoría de los mexicanos. Hasta ahora, Peña Nieto ha sido más un aspirante de forma que de fondo. Por lo tanto, abandonar la retórica anquilosada en el pasado y demostrar que detrás de su imagen mediática existe un proyecto político viable será su gran desafío.
Respecto a Andrés Manuel López Obrador, virtual candidato de la izquierda mexicana, hay que decir que es quien cuenta con más trabajo de base, puesto que prácticamente lleva seis años en campaña, recorriendo el país de un extremo a otro. Contrario a su postura de enfrentamiento que asumió en 2006, el perredista ha planteado en los últimos meses un discurso mucho más moderado, cargado de frases atípicas que hablan de reconciliación e incluso de amor. Trascender esta nueva retórica para dar sustancia a sus planteamientos y demostrar que ha dejado de lado los desplantes de mesianismo y radicalidad son sus retos principales.
Pero más allá de los desafíos, virtudes y defectos de los aspirantes, lo que cada uno de ellos debe entender es que el país no soporta seis años más de decepciones y descomposición; que hoy más que nunca es urgente que los mexicanos den el siguiente paso en su incipiente historia democrática y que para ello es necesario fomentar una mayor participación de la ciudadanía y atajar la brecha que hay entre la llamada clase política y la población en general.