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Alcoholismo, tras abuso sexual

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EL UNIVERSAL

Cuando Adriana tenía cinco años vivió la experiencia que la convertiría en mujer alcohólica. Ese día en casa de sus tíos, en un barrio clasemediero de la capital mexicana, celebraban un cumpleaños. La niña y su familia llegaron a la fiesta. Ella iba feliz, luciendo su vestido para la ocasión.

Si bien era de carácter tranquilo, se unió a los primos que convirtieron la casa en un campo de juego. En medio del jolgorio general, el primo mayor la jaló hacia una recámara. Cerró la puerta. La subió a la cama. Metió su mano debajo del vestido y la introdujo en los calzones. "Nada te va a pasar", le dijo. Una sensación de pánico crispó el cuerpo de la pequeña.

Adriana borró los detalles de la agresión sexual y ésta no se repitió, pero la imagen con su primo en la cama la persiguió provocándole una mezcla de asco y culpa. Se hizo extrovertida e impulsiva. A los 13 años comenzó a fumar. A los 14 a ingerir bebidas alcohólicas. A los 20 intentó suicidarse con una sobredosis de pastillas. Con el tiempo iba sola a los antros, se emborrachaba y tenía relaciones sexuales con desconocidos.

Una época experimentó fobias y ataques de pánico. A los 30 años podía consumir durante una juerga tragos de cerveza, tequila, ron, whisky y vodka. "El alcohol me ayudaba a relacionarme con el mundo y a bajar la angustia", cuenta.

Su caso es representativo de evidencia médica, hasta hoy prácticamente desconocida en México, que señala: el abuso sexual en la infancia es factor potencial para desarrollar alcoholismo en la adultez.

El primer estudio sobre el tema en el país lo realiza la psicóloga Miriam Arroyo a partir de un universo de pacientes del Centro de Ayuda al Alcohólico y sus Familiares (CAAF) -del Instituto Nacional de Psiquiatría Ramón de la Fuente Muñiz- ubicado en el Centro Histórico de la capital.

Arroyo analizó las entrevistas de primer ingreso y los expedientes clínicos de 100 mujeres y 200 hombres, y encontró que 58% de ellas y 25% de ellos -que acudieron en un lapso de siete meses- fueron víctimas de ataques sexuales en la infancia.

"Me sorprendió que ambos porcentajes sean altísimos porque, según encuestas nacionales, sólo 5% de la población reporta abuso sexual", dice la especialista.

La psicóloga asiste a la doctora Luciana Ramos, pionera en la investigación del tema en el país, en el Departamento de Estudios Epidemiológicos y Psicosociales del Instituto Nacional.

Ramos destaca que el porcentaje femenino obtenido por Arroyo coincide con los de estudios internacionales en los que "de 60 a 90% de las mujeres que acuden a centros de adicciones sufrieron agresiones sexuales en la infancia".

Opina que hay una alta probabilidad de que el fenómeno en el CAAF se extienda no sólo a otros sectores sociales de la capital, sino a nivel nacional "porque el abuso sexual tiene un componente traumático".

La Encuesta Nacional de Alcohol en Estados Unidos, realizada en 2005, apuntala su dicho. Se realizó entre 3 mil 680 mujeres de diversas edades, razas, educación, clase social y empleo, y mostró que más allá de estas particularidades, las alcohólicas que sufrieron violencia sexual en la infancia reportaron dos veces más episodios de consumo excesivo y siete veces más dependencia de sustancias que las alcohólicas que no la vivieron.

 NIñAS VULNERABLES Arroyo procesa su información como parte de su tesis de maestría de salud mental pública, titulada Antecedentes de abuso sexual en adultos jóvenes que acuden a tratamiento por problemas con el consumo del alcohol para la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).

La investigadora clarifica que no todas las personas que vivieron abusos sexuales infantiles se hacen alcohólicas. De igual manera puntualiza que de cinco casos de niñas violentadas sexualmente, se da un caso de niño.

Encontró datos reveladores en las pacientes que acuden al CAAF, instalado arriba del mercado Abelardo Rodríguez, al noreste del Zócalo: la edad promedio de los ataques a las niñas fue de 5 y 6 años, en la mayoría de los casos hubo penetración o intento de y los agresores fueron mayoritariamente familiares directos: padres, tíos, primos.

Así le sucedió a Eréndira, que de los cinco a los diez años fue violada por el hermano de su padre que vivía en su casa. Ahora ella tiene 24 años, dejó inconcluso sus estudios superiores, bebe sin control y tiene ideas suicidas: "vivo como en una pesadilla y creo que la muerte debe ser como algo que da paz, ¿no?".

En el caso de los hombres, la edad promedio de los abusos fue de 8 y 9 años y los agresores generalmente fueron vecinos o conocidos, y uno que otro familiar.

La psicóloga también descubrió que en ambos casos brotaba la tendencia a consumir alcohol a edades tempranas, pues empezaban alrededor de los 11 o 12 años "y la edad de iniciación temprana se asocia a presentar dependencia más fuerte".

Las mujeres de su investigación consumían alcohol para relajarse y vincularse con los demás y presentaban patrones de vida similares: "Había muchos más problemas familiares, separaciones de pareja y problemas socioeconómicos que en la población que aun siendo consumidora no sufrió abuso sexual".

En el caso de los hombres, bebían para controlar su enojo y guardar el secreto de su abuso.

Tal fue el caso de Román, un treintañero que fue violado a los ocho años por un vecino que con engaños lo llevó a su casa. Román nunca ha revelado el episodio a los suyos: "siento que fui humillado y que si hablo de eso los demás se burlarán de mí".

Arroyo considera que debido a que el tema del abuso sexual es silenciado socialmente, los porcentajes que obtuvo en su estudio, resultado de entrevistas, podrían ser mayores.

"Muy probablemente con terapia se abrirían más casos", dice.

Así sucedió en el estudio Long-term residential substance treatment for women, realizado recientemente en Israel. En éste 42 mujeres de un centro de adicción fueron tratadas durante dos años. Al principio 55% reportaron abuso sexual infantil, porcentaje que se elevó a 90% en el curso del tratamiento.

 EN BUSCA DE AYUDA Actualmente Adriana rebasa los 50 años, es profesionista reconocida, pero la imagen de su primo abusando de ella en aquella fiesta familiar la persigue todavía. Durante 30 años ha incursionado en terapias que por un lado la ayuden a trabajar la agresión, y por el otro, el alcoholismo. Un tiempo estuvo en grupos de Alcohólicos Anónimos. Pero aún bebe, no supera el trauma: "mi relación con los hombres, conmigo misma y con mi cuerpo sigue siendo complicada".

Ramos especifica que en México no hay atención especializada para personas alcohólicas víctimas de ataques sexuales en la infancia.

Piensa que los programas de atención a adicciones deben replantearse e intervenir en traumas sexuales y físicos, porque no atienden los daños en la memoria corporal.

"En Alcóholicos Anónimos el tratamiento es a base de autocontrol, pero ¿qué pasa cuando tienes sensaciones físicas de regulación afectiva o flash backs del abuso?", cuestiona.

La complejidad del trauma, explica, se debe a que además de "sexualizar" tempranamente a la víctima, rompe una línea de confianza con la familia, el entorno y su propia persona.

Para Ramos urge realizar programas públicos de detección y atención a víctimas de violencia sexual en la infancia para reducir la posibilidad de una adicción.

La psicóloga Arroyo coincide y dice que se deben romper ideas de que el abuso sexual infantil se da porque niñas y niños lo provocan en gente extraña "y no es cierto, el problema está más cerca de lo que se cree, dentro de las familias, está en casa".

Durante 45 años Adriana sólo ha compartido su secreto con una persona. Ocasionalmente se ve obligada a reencontrarse con el primo agresor en convivios familiares. Me cuesta mucho que esto se ventile, algún día quiero enfrentarlo, pero aún me siento vulnerable para hacerlo, nunca lo voy a perdonar".

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