Hay varios temas que reclaman nuestra atención en estos días. Cada uno es trascendente. Pero el que más entretiene al ánimo nacional y afecta las perspectivas de los demás es la obligada espera para conocer la decisión que por fin tome el Trife sobre la validez del proceso electoral de este año y que el IFE nos dice que favoreció al candidato presidencial del PRI. Los cargos legislativos y los de gobernadores no están en cuestión.
Es tan probable un anuncio favorable a Peña Nieto como lo es su anunciado rechazo por López Obrador quien, contando hasta el primero de diciembre, tiene sobrado tiempo para insistir, ya no legalmente sino mediante sus consabidas movilizaciones sociales, en su total inconformidad con el sistema que, según dice, le robó el triunfo. ¡Qué lástima!
Lástima porque su planteamiento no tiene andamiento. El sistema electoral vigente, aprobado en las cámaras legislativas por los mismos partidos de izquierda que postularon a AMLO por segunda vez a la presidencia y aun podrían apoyarlo, ha llegado a su tope en cuanto a los recursos que ofrece. Las últimas pruebas presentadas al Trife por AMLO y las que exhibió procedentes de su Expo Fraude, fueron la última "patada de ahogado" que confirma que, tratándose de campañas electorales, como en el amor, todo se vale.
Es, sin embargo, absolutamente imposible vincular el número de supuestos cohechos y compra-ventas de votos con una cuantificación formal del fraude.
El que no haya manera de atribuir aritméticamente el triunfo del PRI al volumen de fraude que se quiere acreditar, indica que habrá que perfeccionar aún más rigurosamente en el ya prolijo código electoral el sistema de vigilancia y contabilidad de las boletas desde el momento en que son entregadas a los ciudadanos. Esto independientemente de educar tanto a los partidos como al electorado sobre la ilegalidad y creciente inoperancia del mercadeo de sufragios. Esto llevará tiempo, aunque menos que el que nos llevó llegar al estadio actual en que nos consta que nuestro voto, por fin, sí cuenta.
La intensidad de cualquier lucha política incita a recurrir a toda tipo de recursos para ganar votos, los más ofensivos suelen estar previstos en los códigos. Siempre habrá otros. Es humanamente imposible conocer y controlar los que, en un dado momento, todos emplearán si no hay escrúpulos, pero sí dinero disponible.
En la arena política sin embargo, nada es fatal; ninguna derrota es permanente. Siempre habrá una siguiente elección para la que habrá que prepararse sin olvidar detalle alguno. Hay quienes creen que la alternativa está en la rebelión: alzarse de nuevo contra el sistema que se considera intolerable.
Pero México vivió todo el Siglo XIX de combates fratricidas tratando de hallar su camino. A principios del siguiente desechó por injusto el progreso alcanzado y para luego dedicar décadas enteras a ensayos ideológicos y a domar ambiciones. Llegado nuestro Siglo XXI, sabemos que más importa una sólida voluntad de justicia que inventar nuevas fórmulas de convivencia. Hoy día los problemas que pesan sobre todos los pueblos del mundo y el nuestro requieren atención humanista directa y personal más que propuestas librescas de estructuras jamás perfectas.
Es el momento, no de acicatear reclamos lanzando seguidores a las calles denunciando desventuras electorales. Es el de diseñar y aplicar respuestas prácticas, como las que ya se usan en muchos países, para contrarrestar pobreza; programas de capacitación popular para crear cooperativas y otros sistemas solidarios de producción y de servicios para el mercado interno. Acciones, con o sin respaldo oficial, que de verdad resuelven carencias.
Desde hace muchos años hay ejemplos exitosos en México de unidades de economía popular. Los indicadores mundiales pronostican condiciones cada vez más difíciles para las mayorías y las clases medias. Si en países líderes como Estados Unidos o los de Europa se registra un claro deterioro de niveles de vida, una acción pública cada vez más reducida para mitigarlo, nosotros tenemos que usar todas nuestras energías y enfocar la organización política de nuestros tiempos para sustentar nuestro propio desarrollo en lugar de dispersar fuerzas en una nueva racha de protestas callejeras.
Orientar el potencial de sus millones de seguidores organizándolo en equipos de trabajo y de progreso nacional sería la nueva etapa para que Andrés Manuel desplegara la arrolladora vocación patriótica que quisiéramos reconocer en él.
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