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Ángel o demonio

ADELA CELORIO

"Nosotras no creamos

El mundo en siete días,

Sólo tenemos que

Mantenerlo en pie

Toda la semana".

Alice Walker

Para las niñas antiguas -como yo- la frontera era muy clara: como un ángel blanco, entre nubes de tul la novia era inmolada en el altar del matrimonio. Ahí junto al tesoro de la virginidad, renunciaba también a su nombre al firmar una acta-factura que la convertía en señora de…

A partir de ese momento quedaba en propiedad absoluta de "su señor". "Embarazada y con la pata quebrada" reinaba para siempre en la casa grande que la mayoría de las veces; ni era tan grande. Dulce y fidelísima, dueña y señora de los tomates y las cebollas "porque al corazón de los hombres se llega por el estómago" (le había dicho su abuela), guardiana y responsable de la paz y el orden del hogar, de lo cotidiano, de cosillas sin importancia como reponer un foco fundido o limpiar las naricitas húmedas de sus chiquitos.

El estatus de esposa le garantizaba también el derecho de esperar -siempre con modestia y pudor- la noche gloriosa en que el marido apareciera con ganas de embarazarla de nuevo, porque ella sabía que el único sentido de su vida y propósito del matrimonio era procrear.

Tanta ab-negación (o sea negarse para ellas y existir sólo en razón de su familia) les otorgaba el discreto reconocimiento de "El Ángel del Hogar". Del lado oculto, ese que todos conocían, pero no se mencionaba, estaban las mujeres demonio. Sensuales, perfumadas -porque su perfume favorito les llegaba en galones, sonrientes y siempre dispuestas al amor; susurraban al oído de su hombre: "el tiempo que te quede libre si te es posible… dedícalo a mí."

Las mujeres demonio reinaban en la casa chica donde la cocina era un territorio inexplorado porque para ellas estaban los restaurantes, los cabarets, los viajes. Cenas íntimas, sexo delirante, regalos costosos y la soledad de los fines de semana en que el amante que según decía, se estaba divorciando; se convertía en un amoroso padre de familia.

Dolía, pero la humillación y la soledad quedaban más que compensadas con el salón de belleza, la masajista, la estola de mink… En una zona intermedia llamémosle limbo, quedaban aquellas mujeres que rebasando su estatus de seductoras amantes, sorprendían a su pareja con la escalofriante noticia: "estoy embarazada" antes de traer al mundo hijos señalados por el desprecio de una sociedad que los llamaba bastardos.

Hasta ahí los espacios estaban claramente delimitados. Vestido blanco y factura firmada, o ser "la otra". Para el último tercio del siglo pasado desapareció la clarísima frontera que separaba a las mujeres ángel de las mujeres demonio, para dar paso a "Super Mujer" que debe arreglárselas para dosificar ambas instancias de manera más o menos equilibrada.

Un poco demoniaca cuando bonita y perfumada sale a la calle a ganar un salario -en ocasiones mayor que el de su compañero- con la pesada obligación de demostrar en todo momento capacidades y destrezas mayores que sus colegas masculinos, ya que en igualdad de circunstancias; cualquier ascenso o privilegio será para ellos. Super Mujer ha de deslomarse en el gimnasio para estimular su tono muscular, tomar dos litros de agua diarios, mantener firme un trasero abundante y sexy como el de Jeniffer López, el tetamen generoso, breve la cintura, la cabellera de Jeniffer Aniston, y ser o aparentar ser multiorgásmica para que a su compañero no se le baje la autoestima.

Esa es la Super Mujer de hoy. Con dosis extra de energía, capaz, preparada y siempre alerta; su parte ángel se las arregla para dar a sus hijos tiempo de calidad, atención y amor. Los lleva a sus clases de francés, de ajedrez y a sus talleres de sexualidad. Los toma de la mano para tranquilizarlos en el dentista, los espera una hora en el consultorio del terapeuta, y durante sus constantes ausencias los controla mediante su Black Berry. Vive con culpa los viajes y las horas extra de trabajo y compensa con regalos, y apapachos especiales para el marido y los niños.

Super mujer es un fínísimo motor, una maravilla de eficiencia. Lástima que viva cansada, tensa y malhumorada y que a ratos olvidando su parte de ángel, se convierta en un demonio llameante cuando su marido desparramado frente a la tele, sin siquiera voltear a mirarla pregunta ¿Qué hay de cenar? ¡#$%&&!

Vaya desde aquí mi admiración y mi respeto para las abnegadas mujeres ángel, para aquellas que se resignan a vivir en el limbo (que todavía quedan algunas) y por supuesto para las Super Mujeres de hoy con las que me identifico plenamente. Un aplauso para todas nosotras en este Día Internacional de la Mujer.

Adelace2@prodigy.net.mx

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