Los países del G-20 se pronuncian enfáticamente en contra del proteccionismo condenando su proliferación como todo lo contrario a lo que se necesita para combatir la recesión que aqueja muy especialmente los países del occidente industrializado.
La argumentación, propagada por la Organización Mundial de Comercio, señala que las barreras arancelarias y otras restricciones a la importación incluyen el intercambio internacional que hoy más que nunca es necesario fomentar.
La ola proteccionista que más preocupa es la que aparece en los países emergentes que, con sus vastos horizontes de crecimiento, son la perspectiva más sólida para detener la actual depresión internacional y recobrar ritmos de crecimiento que las crisis financieras de los últimos años han barrido.
El argumento del libre mercado consistente en ofrecer al consumidor mediante una importación irrestricta la más amplia gama de artículos a su elección completa el planteamiento.
Es éste el argumento más persuasivo en favor de la política que aboga por un libre mercado. Al implementarla se favorece, en condiciones de trato igual al producto foráneo cuando éste se presenta ventajosamente sobre el nacional.
Con una completa apertura comercial, la elección que haga el consumidor en ejercicio de su libertad favorecerá el artículo nacional o el extranjero según se presente el binomio precio-calidad. Desde el punto de vista del consumir es indiscutible la ventaja de poder así optar y los defensores del mercado libre la equiparan a la libertad política del voto tan esencial de la democracia. Es más, ambas libertades se proponen en paquete.
El planteamiento de la apertura indiscriminada se fundamenta en los principios de la economía clásica definidos en el Siglo XVIII que presuponen igualdad de condiciones de producción y oferta. Independientemente de que tales condiciones jamás se han dado, desde el siglo XIX y muy especialmente en el siglo XX se ha reconocido la necesidad de introducir instrumentos que equilibren las desigualdades económicas que existen en los mercados para establecer condiciones equitativas de competencia.
En efecto, para que exista una genuina libertad de mercado los intercambios tienen que operarse entre productos cuyos costos y condiciones sean análogos. Habrá que corregir las desigualdades para que los intercambios se presenten en igualdad de condiciones ante el consumidor y a su vez aseguren igualdad de oportunidad al productor.
La aplicación de aranceles de importación puede servir para compensar desigualdades en los costos de producción que suelen existir entre los productos de un país de incompleto desarrollo industrial y los de otro de madura industrialización. De esta manera se atenderán los postulados de una apertura comercial equitativa para los productos de costos de fabricación desiguales.
El intercambio de productos no comparables en costos requiere el aplicar elementos que igualen estas condiciones. Ello en nada implica violar los principios clásicos del comercio internacional. Por el contrario los defiende.
Siendo uno de los fines de los intercambios internacionales el mejor aprovechamiento de los recursos de una comunidad es evidente que el recurso más importante para toda política de desarrollo es el humano, la población económicamente activa. Es aquí donde se encuentra un categórico e inevitable imperativo.
La política económica en su sentido más amplio se vale del comercio exterior para promover al máximo las oportunidades de empleo mediante el impulso y apoyo de actividades que generen productos y servicios para los mercados interno y externo cultivados, elaborados y diseñados por una población capacitada de clara preferencia nacional.
Se verá que cualquiera apertura del mercado nacional tiene que atender en tanto las opciones para el consumidor como las tiene la población económicamente activa de realizar sus legítimas perspectivas de empleo.
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