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Aquella generación

Addenda

GERMáN FROTO Y MADARIAGA

En unos días se cumplirán treinta y cinco años de que egresamos de la carrera de Derecho. Era aquélla la sexta generación de abogados de la aún naciente escuela de Derecho y Ciencias Sociales.

Cada vez que me encuentro con mi amigo y compañero de generación Felipe García, me insiste en que escriba sobre ese grupo de jóvenes que llegó a las aulas en 1972, con toda la ilusión de convertirse en abogados.

Era un grupo heterogéneo, pero muy unido y solidario. Ahí no había envidias, todos compartíamos todo: Libros, conocimientos, recursos, autos, todo, lo que cada cual poseía estaba al servicio del grupo.

Comenzamos cincuenta y terminamos la mitad. Algunos se fueron quedando en el camino, otros de plano, abandonaron la escuela. Y lo hicieron, porque, contra lo que se piense, la carrera no era fácil. Se requería de estudio y dedicación.

No se trataba, debo puntualizarlo, de tirarse a matar estudiando; pero sí de dedicarle el tiempo necesario, diariamente, a preparar las clases del día siguiente. Era una vergüenza que el maestro te preguntara la clase y no la supieras.

A la vuelta del tiempo, como es lógico, ya han fallecido varios compañeros y compañeras. Arturo, Sonia, Olma, Elisa, Reynaldo, entre otros.

Pero la mayoría siguen por ahí, litigando, como Casimiro, Abraham, Alberto, Jesús y Benito. Unos muy buenos otros malones, pero todos haciendo por la vida en el ejercicio de la profesión.

Algunos más, se convirtieron en notario público y tengo compañeras que se dedicaron en su tierra natal a la hospedería, como Soledad, que después de un tiempo en el servicio público decidió poner un hotel en Zacatecas y de ello vive muy a gusto, aunque creo que también le revuelve con la litigada.

Tuvimos, debo decirlo, excelentes maestros. Eran los tiempos en que la facultad se encontraba en sus mejores años.

Maestros de la talla de Luis García Izaguirre, Federico Orrelly, Joaquín del Río Jaime, Jorge Mario Cárdenas, Carlos Chowel Cepeda, Rodolfo Castro Sánchez, Arnoldo Siller Cedillo, Antonio Alanís Ramírez, Gilberto Serna, Manuel García Peña, y otros más que iban a la escuela a impartir clases por verdadera vocación, no por necesidad.

Durante los años de la carrera, viajamos varias veces a distintos puntos de la república en "viajes de estudio". Así fuimos al Distrito Federal, Acapulco, Guadalajara, Morelia y otras partes. Siempre solos, haciéndonos responsables de nuestros propios actos y sufragando esos viajes con nuestros propios recursos.

En aquellas travesías se dieron detalles curiosos. Como el del compañero que en el D.F., que visitaba por primera vez, le hizo la parada al metro. O el que lloró frente al mar, porque en su vida soñó con conocerlo.

Sí, vagamos mucho, pero con responsabilidad y sin excesos.

¡Son treinta y cinco años! Y la vida nos tiene de pie, a la mayoría, frisando ya los sesenta. Si acaso uno que otro ronda los cincuenta y cinco, como el Chino, pero se ve tan cacheteado como los demás, pues de su padre heredó la calvicie.

Fueron tiempos hermosos que a veces añoro, pero en otras sólo me sonrío por la alegría de haberlos vivido. Porque hay que vivir cada tiempo intensamente, pues cada edad tiene su encanto.

Felicito a todos mis compañeros de aquella sexta generación, por haber llegado a este estadio de la vida. Y recuerden que no hay que soltar el tenedor, porque lo mejor está por venir.

Por lo demás: "Hasta que nos volvamos a encontrar, que Dios te guarde en la palma de Su mano".

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