In memoriam L. V. de M.
Ohann W. von Goethe alguna vez afirmó que la arquitectura es música petrificada. Una aseveración que hace evidente la cercana relación que existe entre ambas artes.
La Música, una sucesión de notas distribuidas a lo largo del tiempo, siguiendo un ritmo en el que se construyen temas, posee la capacidad de despertar en nosotros sentimientos y de transmitirlos independientemente de la cultura y de la época en que fueron escritas.
La Arquitectura, erigida en base a ciertos materiales, utiliza la sucesión de algunos elementos tales como los vanos de las puertas y ventanas, o bien una secuencia de columnas, para marcar ritmos en los que a lo largo de un recorrido se van revelando los diferentes espacios que conforman un proyecto.
¿Y que decir de las ciudades? De esos lugares donde a veces -tal y como sucede en la Plaza de San Marcos en Venecia- se logra crear un todo con edificios de usos variados, construidos en diferentes épocas y materiales, en los que cada uno canta su propia melodía, pero tal y como sucede en la música de Bach, lo hacen de una manera armónica pues expresan un mismo espíritu.
No sólo el tiempo liga a la arquitectura y a la música, el hecho es que ambas son artes eminentemente abstractas y si bien es cierto que una es efímera y la otra más permanente, la realidad es que las dos actúan en nuestra alma de manera similar. No sé si Goethe tenía razón, pero lo que sí es seguro es que apelan a algo primigenio, a un trascendente en el que se puede llegar a emocionar lo más profundo de nuestro ser, con un sonido en el caso de la música y con los espacios y la luz en el de la arquitectura.
Y sí, los edificios cuando están bien logrados, al igual que la buena música, transmiten sentimientos sin necesidad de recurrir a la narración de una historia y por eso son tan poderosos. Prueba de ello, son las catedrales del período gótico, con su juego de penumbras, sólo interrumpido por la luz misteriosa y colorida de sus vitrales, llenas de esos bosques de columnas y follajes de bóvedas nervadas que desafían las leyes de la gravedad, las cuales tienen el poder de inspirar y conmover a quien las visita con la misma efectividad con la que lo han hecho desde hace más de 500 años. Beauvais, París, Chartres, Estrasburgo, Reims entre otras, son ciudades que giraron alrededor de esas grandes construcciones, las cuales se convirtieron en los centros de la vida citadina de sus habitantes.
Con el paso del tiempo la humanidad se hizo menos religiosa, sus iglesias se volvieron gradualmente más modestas y menos impresionantes, perdieron esa "magia", esa capacidad de emocionarnos o conmovernos como lo hacen aún hoy en día las grandes catedrales.
Sí, ahora los edificios más significativos tienen otras funciones, son los bancos, las bibliotecas, las torres de oficinas, los teatros y museos. Bilbao tuvo la temeridad de construir el maravilloso Museo Guggenheim que pronto se convirtió en el nuevo símbolo de la ciudad. París cambió el carácter de todo un barrio con el Centro Georges Pompidou y es así que muy pronto ciudades de todo el mundo empezaron a seguir el ejemplo.
En el continente Americano, en Medellín, Colombia, la edificación de bibliotecas además de centros sociales y comunitarios no sólo infundieron un nuevo ímpetu a la ciudad, sino también un sentido de orgullo y pertenencia que ha rescatado sectores enteros de la población.
¿Y en Torreón? Aquí, desde siempre ha habido edificios de importancia, aunque es justo señalar que a diferencia de otras ciudades del país nunca fueron de carácter religioso. El Casino de la Laguna simbolizó a principios del siglo XX el optimismo y el auge agrícola, industrial, comercial y financiero de la región. En las décadas de los años veinte y treinta los teatros Princesa y Martínez, manifestaron la aspiración de los laguneros por cobijar dentro de espacios dignos a los espectáculos artísticos de primer nivel que visitaban la ciudad. En los cincuenta y principios de los sesenta la edificación de diversos cines como el Nazas, Variedades, Torreón y Laguna hacen evidente el interés por el séptimo arte que caracterizó a la posguerra y se convirtieron en verdaderos puntos de reunión para varias generaciones de la sociedad lagunera, al igual que el Palacio Federal, el Banco de México, los edificios Monterrey, Vallina, Esparza, Colón, además de los hoteles Nazas y Elvira que dotaron de bellas estructuras a las avenidas y calles de nuestra ciudad. Construcciones todas ellas que continúan siendo un orgullo para Torreón, pero de las cuales ninguna se convirtió en un ícono capaz de capturar la imaginación de sus habitantes y simbolizar el espíritu colectivo. Es cierto, el que aún no tengamos un Guggenheim, un Centro Georges Pompidou, o una Biblioteca de España, no es necesariamente malo, más bien estamos en espera de que ese edificio icónico aparezca y entre tanto tenemos toda la razón de enorgullecemos del bello Teatro Martínez, del funcional Teatro Nazas y del Museo Arocena.
Ahora vemos surgir en el paisaje urbano una nueva alcaldía que rivalizará en altura e importancia con cualquiera de las construcciones que se han erigido antes, una estructura que inquietantemente está siendo, en el duro clima lagunero, recubierta de cristal hacia sus orientaciones norte y sur, la cual tiene la posibilidad de simbolizar el inicio de una nueva época en nuestra vida citadina. Seguramente la nueva Presidencia Municipal ha sido concebida para albergar algunas de las funciones administrativas de mayor importancia de Torreón. Contiene miles y miles de metros cuadrados destinados a concentrar en una sola ubicación dependencias que hoy están dispersas, lo cual indudablemente ahorrará tiempo a los ciudadanos, y sin embargo, luego surgen preguntas cómo: ¿Qué uso se dará al antiguo Edificio del Banco de México una vez que sea abandonado? ¿Alguna vez nuestra ciudad tendrá una Biblioteca Municipal digna de ella? Y finalmente, cuándo llegará el momento en que Torreón tendrá un edificio que verdaderamente nos simbolice, que sea capaz de capturar el imaginario colectivo al igual que antes lo hacían las catedrales, una construcción que nos llene de orgullo y nos impulse a ser mejores.