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Arquitectura y comportamiento humano

ANTONIO E. MÉNDEZ VIGATÁ

En octubre de 1943, en una reunión del Parlamento, el gran estadista británico Sir Winston Churchill afirmó que "nosotros damos forma a nuestros edificios y después nuestros edificios nos dan forma a nosotros." A través de esta frase Churchill pretendía no solamente que se reconstruyera la Sala de la Cámara de los Comunes, tal cual era antes del bombardeo que la destruyó el 10 de mayo de 1941, sino también pretendía que las actividades que se desarrollaban dentro de ella fuesen idénticas a las que se desenvolvían antes de su desaparición.

Sí, nosotros damos forma al mundo que nos rodea, a nuestras casas, escuelas y edificios, a nuestras calles, plazas y ciudades, incluso al campo que nos rodea llegando a veces a modificar al mismo ecosistema. Somos la única especie que habita este planeta capaz de transformar radicalmente los lugares donde habita y desarrolla sus actividades; y al hacerlo, tal vez sin estar muy conscientes de ello, también nos transformamos a nosotros mismos.

La frase de Churchill ha servido de punto de partida a una especialidad de la arquitectura que liga a ésta con la psicología, una que analiza la manera en que se interrelacionan la cultura, el comportamiento y la percepción sensorial con el entorno construido. La cual estudia cómo vemos y sentimos los edificios y todo lo que nos rodea, que investiga las diferentes características de los espacios, de la luz, las cualidades de los colores y cómo afectan éstos el uso y la forma en que nos desenvolvemos en ellos.

De hecho, la manera en que ocupamos y vivimos las edificaciones dice mucho sobre nosotros mismos, pues muestran la importancia que le damos a ciertas actividades. Antaño, las habitaciones más significativas de las viviendas eran los salones de baile, la sala de música, el cuarto de costura, etc., hoy en día, son los salones de juego, las salas de televisión, los baños y las cocinas. Los dos últimos siendo espacios que en un pasado no tan remoto, estaban localizados fuera de la casa.

Nuestra vida cambia, nuestros intereses también lo hacen y a la par sucede lo mismo con los edificios que construimos y los lugares en que habitamos.

En el ámbito urbano el uso que hacemos de las plazas, parques y calles es muy diferente al de nuestros padres. Los puntos de encuentro han cambiado, los lugares que visitan los jóvenes ya no son los mismos, han aparecido otros espacios más acorde a sus intereses, a su forma de vida. Centros comerciales donde pueden caminar sin sufrir las inclemencias del clima, donde al igual que antes pueden intercambiar miradas con la chica que les gusta, iniciar un romance o divertirse con amigos.

La Plaza de Armas y la Morelos fueron puntos de encuentro de la juventud lagunera durante varias décadas, la Central y la Madrid en otra, ahora los chicos se han ido a otros lados, pero la función que realizan sigue siendo la misma aunque de diferente manera. El pretender revivir esos espacios y recuperar su antigua función es un imposible. Podemos intentar como Churchill deseaba - y de hecho logró que se hiciera en la Cámara de los Comunes - reconstruir arquitectónica y urbanísticamente un espacio, pero el pretender que las actividades que dentro de él se desarrollaban sean las mismas de otra época es una imposibilidad por el simple hecho de que la gente que las utiliza no es la misma, no piensa igual, no vive ni percibe al mundo de la misma forma. Lo que antes nos era divertido ya no lo es para nuestros hijos. Tenemos que entender que vivimos en otra época y escuchar a los jóvenes para encontrar soluciones que en realidad respondan a sus intereses.

El reto que a nivel urbano y arquitectónico se nos plantea es el de crear espacios y edificios que no pierdan relevancia o que tengan la capacidad de adaptarse a los cambios de uso y de expectativas de sus usuarios. En Torreón ya lo hemos vivido, hay dos casas, la del Cerro y la del Consulado Chino que se han transformado en museos, un casino y hotel que también lo logró exitosamente, un banco que se convirtió en un edificio de administración municipal, varios cines que ahora son tiendas, una avenida que los fines de semana se convierte en un paseo y lugar de entretenimiento, una infinidad de viviendas que son restaurantes. Es decir, hemos sido testigos de cómo muchos de los edificios y espacios de la ciudad cambian de uso y esto es lo que precisamente garantiza el que no se deterioren y pierdan relevancia. El problema es cuando caen en el abandono, cuando una construcción de arquitectura singular como la "Casa Mudejar", lleva décadas desocupada y en el olvido, cuando una avenida comercial es abandonada y los negocios a lo largo de ella van cerrando, cuando los edificios del centro de la ciudad sólo son ocupados en sus niveles inferiores.

La realidad es que esa lenta agonía que vive parte de Torreón no se revierte haciendo peatonal una calle, pintando las fachadas adyacentes, cambiando pavimentos o asignando más policías para que la vigilen. El único camino para encontrar la solución es entender la realidad, preguntarse uno mismo por qué algunas zonas han perdido relevancia, el percatarse de que un barrio no puede vivir sin que haya vivienda en él. Con tristeza nos damos cuenta de que cada vez son más los edificios que caen en ruina, aparecen más y más predios vacíos o convertidos en estacionamientos en el corazón mismo de Torreón.

El Centro Histórico agoniza, se va vaciando poco a poco y sorprende que sea así siendo que el mejor museo y los dos teatros más importantes de la región se localizan ahí. Por las noches las otrora bulliciosas avenidas y calles se vuelven siniestras. ¿Hasta cuándo? ¿Hasta cuándo seguirá siendo así? Y de ser así, qué formación tendrán los infortunados torreonenses que todavía tienen la temeridad ¿o será amor? de tratar de vivir ahí.

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