L A historia de los Reyes Magos de Oriente, es un maravilloso relato que nos remite al pensamiento del amor deífico, ese que sienten los hombres por Dios, particularmente inculcado a familiares y cercanos.
El oro, el incienso y la mirra, son, sin duda, referencias al reconocimiento del nacido y la jerarquización valoral de aquellos tiempos.
Melchor, un anciano blanco con barbas canas, llevó como presente oro para Jesús, reconociéndole la naturaleza real al mesías; Gaspar, hombre moreno, regaló al niño, un cofre lleno con incienso, con lo que manifestaba la aceptación de la naturaleza divina; y Baltasar, personaje de raza negra, ofrendó mirra, -usada en embalsamamientos- en predicción del sufrimiento y futura muerte cruenta del nacido.
Según Mateo, en los hechos asentados en la Biblia, escribió: "Y he aquí, unos magos vinieron del oriente a Jerusalén, preguntando: ¿Dónde está el rey de los judíos, que ha nacido? Porque al ver su estrella en el oriente, hemos venido para adorarle".
Habrá que repensar que hayan sido tres magos, cosa altamente improbable si consideramos la inseguridad existente en los caminos de aquellos tiempos -que obligaban a viajar en caravanas- y que siendo personas de poder y riqueza, difícilmente irían solos; se concluye, como muy probable, que se acompañaran de asistentes, arrieros y guardias personales, -versión remota de los "guarros" de hoy día- a fin de contar con los servicios y protección acordes a su investidura.
El que fueran reyes también está en duda; es más creíble que eran estudiosos y alquimistas, motivo por el que les llamaran magos.
Navegando en La Internet, me topé con un cuento que habla de un cuarto mago: Artabán, cuya historia es grata de contarse en tiempos de renovación de esperanza y amor.
Narra la existencia de un lugar en la antigüedad, el zigurat de Borsippa, con sus altos muros y siete pisos; ahí era el punto de encuentro de los cuatro reyes, para iniciar juntos y seguros la travesía. Se las comparto:
"Hacia allí acudía Artabán, con un diamante protector de la isla de Méroe, un pedazo de jaspe de Chipre y un fulgurante rubí de las Sirtes como triple ofrenda al Niño Dios, cuando topó en su camino un viejo moribundo y desahuciado por bandidos; interrumpió el rey su viaje, curó sus heridas y le ofreció el diamante como capital para proseguir el camino.
Al llegar a Borsippa, descubrió que sus compañeros de viaje habían partido.
Artabán, emprendió entonces su viaje solo y por donde quiera que pasaba, la gente pedía su auxilio y él, atendiendo siempre a su noble corazón, les ayudaba sin detenerse a pensar que el obsequio de piedras preciosas que cargaba, poco a poco se reducía sin remedio.
En su andar, Artabán, se preguntaba: ¿qué podía hacer si la gente le suplicaba por ayuda?; ¿cómo podría negarle ayuda a quien la necesitaba?
Así pasaron los años y en su larga tarea por encontrar a Jesús, ayudaba a toda la gente que lo solicitaba.
Treinta y tres años después, el viejo y cansado Artabán, llegó por fin a donde los rumores le habían llevado en su larga búsqueda por Jesús.
La gente se reunía en torno al monte Gólgota, para ver la crucifixión de un hombre que decían era el Mesías, enviado por Dios, para salvar las almas de los hombres.
Artabán, no tenía duda en su corazón: aquel hombre era quien había estado buscando durante todos esos años.
Con un rubí en su bolsa y dispuesto a entregar la joya pese a cualquier cosa, Artabán, encaminó sus pasos hacia aquel monte; sin embargo, justo frente a él apareció una mujer que era llevada a la fuerza para ser vendida como esclava para pagar las deudas de su padre.
Artabán, la liberó a cambio de la última piedra que le quedaba de su vasto tesoro.
Triste y desconsolado, el cuarto rey mago se sentó junto al pórtico de una casa vieja y en aquel momento la tierra tembló anunciando la muerte de Jesús y una enorme piedra golpeó la cabeza de Artabán.
Moribundo y con sus últimas fuerzas, el cuarto rey imploraba perdón a Dios, por no haber podido cumplir con su misión de adorar al Mesías.
En ese momento, la voz de Jesús se escuchó con fuerza: "tuve hambre y me diste de comer, tuve sed y me diste de beber, estuve desnudo y me vestiste, estuve enfermo y me curaste, me hicieron prisionero y me liberaste".
Artabán, agotado, preguntó: ¿cuándo hice yo esas cosas?
Y justo en el momento en que moría, la voz de Jesús le dijo: Todo lo que hiciste por los demás lo has hecho por mí, pero hoy estarás conmigo en el reino de los cielos".
Bella historia apócrifa, inspiradora para buscar el bien durante el 2012; ¿Acepta?
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