Aunque no nos guste
¿Votar o no votar? Esa parece ser la pregunta para muchos hoy en día. Es comprensible el escepticismo de la población ante el proceso electoral: más que ser un instrumento para la transformación del país, el voto no ha sido sino un proceso de legitimación de una democracia que con frecuencia recuerda al traje nuevo del emperador. Por ello, para muchos, abstenerse de votar o anular el voto supone formas -conscientes o inconscientes- de expresar su inconformidad con la realidad mexicana.
Lo primero sería distinguir entre voto nulo y abstención. Perdonando la obviedad, comenzamos por aclarar que la abstención comprende a todos aquellos que no ejercen el voto, es decir, ni siquiera se paran por la casilla el día de las elecciones. El voto nulo, por el contrario, habla de aquellos que tachan a tres de los candidatos, o que rayonean una mentada de madre en la boleta. Aunque motivados tal vez por las mismas causas, estos dos comportamientos suelen ser muy diversos y en ellos puede estar la clave para el tan pregonado cambio.
Según las estadísticas, en la elección presidencial de 2006 el nivel de abstencionismo fue de 41 por ciento, mientras que en la elección de diputados de 2009 fue de 55 por ciento del padrón. Es decir que “cuatro de cada 10 mexicanos” inscritos en del padrón electoral no fueron a votar. Estas estadísticas nos permiten afirmar que, como ya varios analistas se han cansado de decir, el verdadero vencedor de las elecciones en México ha sido siempre el abstencionismo, pues mientras Calderón obtuvo (“haiga sido como haiga sido”) sólo 15 millones de los 82 millones de votos posibles, hubo 33 millones de abstemios. Según estas cifras en la elección de 2006, conocida como “la más cerrada de la historia”, el abstencionismo podía haber derrotado a Calderón y a López Obrador juntos. Los números son contundentes.
Por otra parte, el porcentaje de votos nulos fue de 2.7 por ciento, es decir que “dos de cada 100 mexicanos que votaron” utilizaron su voto como una herramienta para manifestar su inconformidad, su desacuerdo con todas las propuestas. Aunque parece poco, debemos recordar que el porcentaje que le dio la victoria al candidato panista en 2006 fue de apenas 0.5 por ciento de los que sí votaron: el 0.5 que decide frente a 2.7 que no cuenta.
Como puede observarse, la proporción entre abstención y voto nulo es muy distinta, aunque no sea difícil adivinar que ambas prácticas obedecen a la apatía, el escepticismo o el franco rechazo al sistema electoral, nunca por completa satisfacción.
¿Es normal nuestro nivel de abstencionismo? En Australia, donde el voto es obligatorio y se multa económicamente a quienes no lo ejerzan, el nivel de abstemios no llega al cinco por ciento. En Francia, el nivel más alto de abstencionismo histórico es de 17 por ciento y en Alemania de 21. Veamos casos de Latinoamérica: en Perú el promedio de faltantes a las casillas es de 21 por ciento, en Costa Rica y Uruguay es del 18, mientras que en Argentina es del 17(1).
Entonces ¿México es un caso único? Según la IFES (International Foundation for Electoral Systems), nuestro país se ubica en el sitio 118 de una lista de 154 naciones con sistemas electorales multipartidistas. En conclusión: México simplemente no se identifica con las instituciones que dicen representarlo.
En ese sentido, sería muy interesante pensar que en México se estableciera el sistema de segunda vuelta. Si para nombrar un triunfador se exigiera contar con la mayoría absoluta del porcentaje que sí votó, ni Calderón ni López Obrador se hubieran proclamado presidentes y la cuestión se hubiera resuelto en una nueva ronda de votaciones. Para esa segunda vuelta, Madrazo hubiera quedado fuera (¡una elección sin PRI!) y sus nueve millones de electores tendrían que haberse decantado por los candidatos del PAN o el PRD.
Mientras tanto, debemos tener en cuenta que no existe una segunda vuelta en México y que la abstención es la ruta más segura para garantizar que las cosas no cambien en absoluto. Hay que votar, aunque no nos guste.
(1)Según el artículo El abstencionismo en México de Tatyanna Oñate Garza, vocal de Capacitación y Educación Cívica de la Junta Ejecutiva 15 del IFE en el DF.
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