Barajar cuentos
El tahúr va a todas y a nada, porque así es la vida.
Cuento uruguayo
Es común que en el billar el ocho negro sea la bola más conocida; lo mismo ocurre en los naipes, el as domina. En su libro Las manos del tahúr (Instituto Sonorense de Cultura, 2006) Jaime Muñoz Vargas se convierte en un jugador que baraja, corta y reparte sus cartas. Es el tahúr tabernero que con el gabán extendido en la vil tierra se juega todo y de igual manera asciende a las mesas de mármol con tapete verde, para demostrar que la mano y la pluma son más rápidas que la vista.
De pronto Muñoz Vargas reparte la baraja y nos da el caballo de espadas, emulando a Martín Caballero y El mendigo, aquella pintura del Greco, y en su cuento corta el escuálido peculio para salvar a un desconocido. No basta esa carta y llega el siete de espadas, ahora representado por un Gorila, su barajar cortante y acomodaticio para ganar, perder o sólo traicionar al resto de la pandilla o la mano de cartas que se tenga.
Jaime emula a Alexei Ivanóvich (El jugador, Fiódor Dostoievski) y en 10 cuentos se juega como un destino incierto, cambia y apuesta luces y sombras en sus personajes con una estética literaria propia del repartidor en los casinos. Se trata de textos bien escritos y como son todos los juegos de azar y la vida misma: llenos de incertidumbre, suertes, circunstancias y hasta casualidades. Esconde las sotas, lanza al rey de oros con don Isidro y sus luces de encierro, lugar de libros que como los ases mata todo, la tristeza, la nostalgia y la ignorancia.
El autor cambia en cada partida dos o más naipes, juega el póquer abierto, enseña las cartas, es interesado como el que se puede tomar medio litro de vodka, sólo por el placer de no sentir placer. Es la representación del caballo de copas porque en él se pude cabalgar aun con el pensamiento nublado; medio litro de vodka con el fin de esconder un secreto que deja de serlo cuando el interés se pierde, baraja que no le sirve de mucho al personaje de este cuento padrísimo, que al final pierde la partida. En el juego de póquer se tiene que blofear y con una frase en donde va de por medio la progenitora, dobla a su contrincante aunque la indolencia del juego se dé y los protagonistas sean sangre de su sangre. Uno gana la partida, el último, Hugo el humilde; sin dejar de ser ladino es quien saca el as de la manga y la trampa para quitar dinero se completa.
Jaime remata sus cuentos como buen tahúr, con una jugada que mata todo -la flor imperial; dobla al padre hosco, lo hace que rompa récord conviviendo con su hijo. Sin embargo para eso se necesita más que una escalera de naipes en donde los profesores y el director de la universidad, le hacen ver que su hijo es un excelente estudiante. Ante esta jugada con cartas abiertas el padre ya no va y sus tercias o pares nada tienen que hacer.
Las manos del tahúr desentraña los intrínsecos laberintos de la conducta humana, sube callejuelas y baja callejones sin salida, encrucijadas inciertas como la misma vida y los juegos de baraja, dados o cualquier ruleta en donde se apuestan secretos, obsesiones, fantasías, se mata la soledad y se revive la nostalgia. De pronto aparece la jota de oros, la mentada “yoka” cuando el protagonista está perdido y escribe el epitafio; es un réquiem que viaja en el naufragio descarado, cruel, pero como todos los personajes de estos cuentos son de carne y hueso y nacen o mueren a la vuelta de la esquina, para resucitar en los renglones perenes que este gran escritor con sus relatos lleva a cabo con una depuración y estilo estético.
Me gusta la escritura del lagunero porque no obedece normas literarias, se condena a no vivir de los demás, a ser él mismo. En su libro hace de la literatura una defensa contra las ofensas de la vida, se escuda de lo que le aburre o tortura y hasta del repudio. Si usted lee este buen volumen, verá que Jaime es humilde y no peca como muchos otros de grandilocuente. Usa trucos lúdicos (engaños) bien empleados y permitidos en la narrativa, también juega con sofismas, esas mentiras/trampas que todos llevamos dentro y tan usadas en los juegos de nuestra propia vida.
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