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Base espacial

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Eduardo Sepúlveda

El sol de la comarca cala como a eso de las 4:00 de la tarde. La banda camina por una calle sin pavimentar, a las orillas. De pronto, Bonzo se topa con una formidable estructura invisible, sin terminar. Es un hecho sin precedentes; por estos lares, todo lo que empieza acaba, pero esa cosa no tiene comparación. Los otros 15 acompañantes cruzan la malla ciclónica que protege la base espacial. Entrando al terreno hay que tener cuidado. Las piezas están firmes, pero no se ven. Han transcurrido años desde que paso por aquí, y el terreno siempre me intimidó. La malla siempre estaba cerrada, por eso nunca hice el intento de entrar. Hoy la historia fue distinta. Mi amigo Bonham atravesó la malla, caminó y caminó hasta topar con la base espacial. A lo lejos no se ve nada. A lo cerca, tampoco. Hay que palparlo, la estructura está ahí. Es real. Es grande. Es un secreto de la humanidad. Subimos algunos peldaños, pero hay que tener cuidado, de los 16 que éramos no todos llegamos al final. Es que no se ve nada. Son columnas de hierro forjado que se cruzan entre sí, se entrelazan con una simetría perfecta. De un color gris metálico, pero transparente. Para caminar sobre ellas hay que hacerlo en perfectas líneas rectas, un paso en falso y el vacío te espera. Cuando llegas al final, hay una gran escalera al cielo, en espiral.

La escalera no tiene fin. El otro día hice el recorrido completo y nunca acabé. Terminé en la Luna. La Luna está conectada con la Tierra por medio de esta escalera espiral invisible, por eso nunca se despega del planeta. Yo no sabía, hasta que mi amigo John me indicó el camino. Pero son kilómetros y kilómetros de escalera. Años luz, pues. Por eso cansa subirla. Dicen que mucha gente subió y nunca bajó. Yo sí, para poder llegar a mi casa y contarlo todo. Cuando mis amigos y yo estuvimos por primera vez, unos cuantos drogadictos se acercaron. Me intimidaron, pensé que delatarían nuestro lugar secreto. Muy a pesar de sus miradas perdidas. Sin embargo, nos vieron escalar sin hacer ruido. Y subimos. No todos, algunos cayeron en desgracia.

¿Por qué nadie de la NASA había llegado hasta nuestra pequeña base espacial?, me pregunté como idiota los 16 días siguientes. Digo, no tenía lujos y a lo lejos ni siquiera se veía, pero el camino era inequívoco: una vez subiendo, se llegaba a la Luna, sin más ni más. No era nada caro.

El Sol resplandece fuerte, quizá está celoso. Ya casi llegamos a la Luna, pero sus rayos aún calan, nos hacen sudar. Debo decir que de los 16 que arrancamos ya sólo quedamos dos. La base es firme, no se ha caído. Estamos arriba y queremos llegar a la Luna. Porque dicen que allá todo pesa menos, es más ligero. La Tierra está tan lejana ya, tan café y polvorienta. Me he ido. Dije que no tardaba, pero ahora lo dudo. Acá todo es tan normal. Sólo espero que no descubran mi secreto, ni los de la NASA; ellos ya saben demasiado.

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