Bienvenido presidente
Los dioses que regalaron una hermosa urna de oro a Pandora, la previnieron: “Es para verla más nuca debes abrirla”. Imposible, desde el día en que la recibió, perdió el sueño hasta que como lo habían previsto los dioses, la curiosidad la venció y abrió la urna. Antes de que pudiera controlarlo, salieron las mismas caras, los mismos gestos, las mismas prepotencias. Los lamehuevos de siempre. El tráfico de influencias, la impunidad. El enriquecimiento ilícito que después de algunas generaciones se vuelve lícito y los enriquecidos herederos devienen honorables empresarios de televisión, casas de juego, telefonía, bancos, aviación, concesionadas por compadrazgos. Y cuando despertamos, el dinosaurio había regresado. ¡Qué pesadilla!
Menos mal que desplumada y medio apachurrada pero viva todavía, en el fondo de la urna se acurrucaba la Esperanza. Y ahí la tenemos, aleteando de nuevo en los corazones que no han llegado a endurecerse del todo, porque con una gran fe en la alternancia, estamos dispuestos a darle el beneficio de la duda a nuestro nuevo presidente. Terca, obstinada, emprende de nuevo el vuelo para que contra toda evidencia o argumento, volvamos a creer; porque al fin y al cabo, la Esperanza y las promesas del candidato son lo único que tenemos para enfrentar nuestra compleja situación.
Yo no voté por el candidato Peña Nieto, pero estoy dispuesta a apoyar al presidente, que dados los tiempos difíciles que vivimos y que amenazan con empeorar, necesitará de todo nuestro apoyo para sacar adelante a este país nuestro, el de cada día, el del trabajo y la escuela. El del pan y el sueño nuestro, el de las mañanas y las noches, el de las vacaciones y la Virgencita de Guadalupe. Creo en la democracia porque es el único camino despejado hacia la dignidad y la igualdad ciudadana; aunque de momento todo eso sea sólo una utopía.
Me gusta pensar que Enrique Peña Nieto no encontrará al pueblo adormecido y apático que sin embargo, hace 12 años echó a su partido de Los Pinos a punta de bota. Hoy cargamos la pena de 40 mil muertos en una guerra que debió haberse librado cuando el enemigo era aún pequeño. Durante varios sexenios se soslayó, se negoció, y como sabemos ahora, elementos de la milicia y el gobierno se asociaron al narco. Sólo Felipe Calderón se atrevió a enfrentarlo porque ese era su compromiso con los mexicanos, y lo cumplió según su leal saber y entender. Yo espero que nuestro nuevo presidente valide la valentía del ex presidente y como lo prometió, sume a las mejores cabezas del país para encontrar cuanto antes una estrategia que nos permita acabar con esta pesadilla.
La economía mundial se tambalea, la violencia crece por momentos y los pobres empiezan a dar señales de hartazgo. Aquí en México, los “132” indignados cuestionarán cada uno de los movimientos del presidente. Hoy no se trata ya de darles atole con el dedo a los pobres creando programas que sólo sirven para enriquecer a los afortunados que los administran. Hoy la sociedad exige resultados y no el palabrerío hueco al que son tan afectos los priistas. Prometer en campaña fue sencillo, cumplir será más complicado. Habrá que ver si EPN consigue deslindarse de los colmilludos y petrificados dinos que lo llevaron al poder; y si sus agradecimientos se limitan al ámbito de lo personal y no al sometimiento político ni a retribuciones en especie para sus padrinos.
Él ya lo sabe, pero por si acaso, le recuerdo que lo estamos observando. Propongo que en principio le demos la bienvenida a nuestro nuevo presidente y, envuelto lujosamente para regalo de Navidad, un voto de confianza. Ojalá que muchos lo hiciéramos así porque ya tenemos la experiencia de que a nadie le conviene un presidente fallido. Que Dios ilumine a Enrique Peña Nieto. Que Dios guarde a México.
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