Borrón y agenda nueva
Ya es más que sabido que postergar es uno de los problemas de nuestra época; cada día, millones de personas relegan las actividades más sencillas, tanto de carácter personal como laboral. La consecuencia: un sinfín de compromisos acumulados en espera de ser atendidos, eso sin contar el estrés que genera saber todo lo que hay por hacer. Conforme el año se acerca a su fin, la lista de pendientes se convierte además en motivo de vergüenza pues remarca el tiempo transcurrido desde que dijimos “lo haré en estos días”. Afortunadamente, aún es buen momento para poner manos a la obra y empezar el 2013 con la agenda en blanco.
Faltan 23 días para que termine el año. La mayoría de nosotros se prepara de lleno para las fiestas y es inevitable recordar la consabida frase “el tiempo pasa volando”, especialmente si empezamos a enlistar todas las cosas que prometimos realizar antes de que concluyera el 2012 y ahora, con tres semanas de frente, parece que tendremos que apuntarlas en la nueva agenda anual.
Y no nos referimos a los célebres propósitos que tantos acostumbran hacer cada fin de año, sino a actividades cotidianas que van requiriendo atención conforme corren los días, las cuales por alguna razón solemos postergar “para mañana”, “para el fin de semana”, “para antes del día 30”, “para cuando tenga oportunidad”. Lo cierto es que enero está a la vuelta de la esquina y con él llegará la realidad: sí, es año nuevo, pero nuestros pendientes son viejos.
No es raro que muchos se propongan aprovechar las vacaciones decembrinas para deshacerse de esa carga. Sin embargo, cuando llegan los ansiados días libres, comúnmente entra en acción un pensamiento: “Son vacaciones” y tomamos esa palabra como sinónimo de relax total. El resultado es obvio: los días de asueto transcurren sin pena ni gloria, pues lo inconcluso sigue igual, a la espera de ser resuelto.
Aplazar hasta lo más simple es problema de muchos, pero ello no es justificación. No debe perderse de vista que nadie más resolverá nuestros asuntos, nos corresponde sólo a nosotros y es posible de lograr, aunque implica un gran trabajo interior.
¿TIEMPO DESAPARECIDO?
A fin de entender por qué posponemos hasta lo más sencillo, es preciso tomar en cuenta varios factores.
Al comenzar nuestra rutina diaria, entramos a una especie de inercia, y atender cualquier tarea extra, en este caso algo que previamente habíamos dejado para luego (como devolver una llamada telefónica, acudir a limpieza dental o poner orden en el jardín), implica que salgamos de ese ritmo y efectuemos un esfuerzo adicional.
Interviene otro elemento: la energía. De unos años a la fecha un significativo porcentaje de la población ha sentido un aumento de su carga laboral tanto en horas como en demanda energética. El tiempo destinado a cuestiones personales se limita cada vez más a las noches, y si bien nadie nos obliga a ver televisión, conectarnos a las redes sociales o salir a tomar un café, lo cierto es que estas actividades han ido desplazando las horas dedicadas al sueño. Dormimos menos, descansamos menos y en consecuencia nuestro cuerpo no se recupera y no alcanza un rendimiento óptimo durante el día. Esto se traduce en la dificultad de terminar las metas diarias y por lo tanto en la falta de energía para dar salida a otros asuntos por resolver.
Y es precisamente esa energía no recuperada un punto nuclear en lo que llamamos la ‘buena administración del tiempo’. Todos conocemos a alguien que pareciera hacer magia con las 24 horas del día, pues concluye una impresionante cantidad de tareas. Para ese desenvolvimiento tiene mucho que ver el descanso que cada organismo requiere.
Otro factor básico que entra en juego es la distracción. Abundan las personas que se distraen, como dicen, hasta con el vuelo de una mosca; por lo tanto, a lo largo de la jornada dispersan su atención con cualquier pretexto, sin lograr alcanzar sus objetivos y dando pie a una cadena de postergación.
TRABAJO, NO CASTIGO
Las vacaciones son una excelente oportunidad para dar trámite a todo lo que suelen posponerse. Sin embargo al llegar, lo único que queremos hacer es aquello que nos resulte placentero, o bien caer en la pereza absoluta. Pero no siempre fue así.
Hasta hace pocas décadas, el concepto de vacaciones tenía una interpretación muy distinta y acertada: no se concebía como una temporada para la inactividad; sólo se trataba de modificar la rutina.
En países europeos la gente ve y acepta el trabajo no como una carga sino como una tarea estimulante que contribuye al desarrollo propio, y a la vez se busca equilibrarla con la energía reservada para los asuntos personales. Por ello al llegar las vacaciones, hay disposición de hacer otras cosas. Mientras que con el sistema estadounidense, que se ha venido replicando en México, el trabajo se percibe como algo que debe efectuarse rápido y con la máxima carga posible; las jornadas son exhaustivas y el grueso de los individuos sale tan agotado que sólo quiere llegar a casa y tirarse en el sofá, ver tv y comer; y lo mismo pasa en las vacaciones.
RECONOCIENDO AL ENEMIGO
Los obstáculos para tener tiempo y energía pueden variar, pero no son imposibles de evitar. Siempre que detectamos la raíz de un problema es viable encontrar la manera de solventarlo. Y si en verdad aspiramos a aprovechar mejor el tiempo, podemos hacerlo.
Las vacaciones están a punto de iniciar; con su llegada, tenemos la opción de poner manos a la obra y lograr que nuestra lista de pendientes disminuya o desaparezca.
Hoy le presentamos 15 maneras de lograrlo. Se trata de actividades sencillas, que tal vez ni siquiera ha apuntado en su agenda, o están anotadas en un viejo papel que ha cambiado varias veces de su escritorio al refrigerador o la cartera. En todo caso, se han convertido en asuntos por resolver que parecen no tener plazo fijo... Descubra por qué han adquirido ese estatus. Tal vez ello le anime a darles salida.
1. Escribir y responder correos o llamadas
¿Hace cuánto que pensó escribirle a aquel amigo que vive lejos, o llamar a la prima que tuvo un bebé? Tal vez pasaron semanas desde que planeó telefonear a su tía enferma. No le ha preparado el paquete prometido al hermano que se mudó a otro país. En su buzón electrónico guarda mensajes por contestar, en el celular una lista de ‘llamadas perdidas’...
Aquí influyen dos cuestiones. Por un lado, la mente identifica que no se trata de una obligación, no ‘tenemos que’ hacerlo. Igualmente, le damos rienda suelta a la anticipación: imaginamos que escribir o llamar nos absorberá mucho tiempo. Y pensamos: “De aquí a que prendo la computadora y tecleo lo que quiero decir”, “seguro se va a querer echar el chal”, “va a decirme que nos veamos y yo ahorita no puedo”, “me va a reprochar porque no lo había buscado”... Como no queremos pasar un mal momento por rechazar la invitación o recibir un reclamo, lo más fácil es seguir aplazando.
Pero eso no solucionará la situación. Los posibles escenarios que desplegamos, son sólo eso: posibles. La experiencia nos dice que en realidad nos sentiremos muy bien al restablecer esa comunicación. De lo contrario, nos arriesgamos a que la relación con esa persona se deteriore irreversiblemente.
2. Planear un proyecto
Lleva meses dándole vueltas: quiere trabajar por su cuenta, abrir un negocio propio, adquirir una franquicia; sin embargo no ha investigado qué pasos tendría que seguir. Decidió instalar un baño en la terraza, cambiar la decoración de su hogar, incluso mudarse; pero no ha buscado presupuestos, mobiliario o departamento. Tiene años diciendo que quiere cursar una maestría, mas no ha investigado en qué universidades la imparten.
Lo que le ha impedido asignar un espacio a ese proyecto, puede ser el cansancio. Si su organismo está agotado, no intenta llevar sus ideas a la práctica ni aunque tenga minutos u horas libres en el día, pues siente que por su ritmo habitual no conseguirá finalizar el esbozo y menos aún pasar de la planeación a la realidad.
Asimismo interviene algo que los psicólogos denominan “anticipación catastrófica”: pensamientos impulsados por miedo a que el proyecto que imaginamos fracase.
Piense en que planear algo no significa que se convierta inmediatamente en una obligación. Estructurarlo le dejará visualizar si en efecto es viable llevarlo a la práctica y lo incentivará a dar el siguiente paso; en caso contrario, podrá descartarlo y centrarse en nuevas metas.
3. Check up médico
¿Cuándo fue la última vez que le hicieron un examen general de sangre, o que revisó sus niveles de colesterol o de glucosa? ¿Cuánto tiempo ha pasado desde su última limpieza dental, o desde cuándo siente un malestar en alguna muela, pero no hace nada porque es ‘tolerable’? Si padece una enfermedad, debe acudir a revisión con regularidad. Y aun si su salud es perfecta, sabe que a partir de cierta edad es básico efectuarse exámenes preventivos para diversos padecimientos.
Hay quienes postergan todo esto porque al no sentirse mal, lo consideran un gasto innecesario. En nuestro país, erradamente no tenemos una cultura de prevención, solemos buscar la atención médica hasta que ya nos sentimos afectados por el malestar.
Enfrentamos otra carencia: no tenemos contacto con nuestro cuerpo, lo tratamos como un objeto decorativo/máquina a nuestro servicio; perdemos de vista que el cuerpo somos nosotros. Por ello, hasta nos causa enojo enfermarnos; o en contraste, no le hacemos caso.
Asimismo, hay quienes temen que si acuden a un chequeo rutinario, el médico descubra alguna anomalía. Este recelo se relaciona con el miedo a la muerte.
Pero las enfermedades existen vayamos o no al médico, y una revisión oportuna nos puede ayudar a tomar medidas pertinentes o bien a tener la seguridad (y consecuente tranquilidad) de que nuestra salud es buena.
4. Plática pendiente
Discutió con un amigo, y aunque no pasó a mayores, la situación no se aclaró a fondo. En la pasada reunión familiar su cuñada hizo un gesto de molestia tras un comentario suyo, y usted tomó ‘nota mental’ de hablar con ella. Sabe que sus padres no han elaborado su testamento y quiere charlar con ellos al respecto. Desea hablar con su cónyuge sobre la conducta de su hijo y la necesidad de que acuda a terapia. Los ejemplos pueden ser distintos, la situación es idéntica: tiene una plática pendiente y cada día la vuelve a guardar para después.
Mientras más cercana es la relación con esa otra persona, más intensas suelen ser las emociones a la hora de entablar conversaciones que van más allá de la charla informal. Además, usualmente si no hablamos de algo en el momento, quiere decir que en el fondo nos preocupa la reacción de nuestro interlocutor; nos causa estrés la posibilidad de que no sea receptivo con lo que queremos plantearle, y/o nos malinterprete.
La única manera de desechar la tensión será concretar esa plática, pues por más tiempo que pase, no podremos saber ni controlar la manera en la que se desenvolverá el diálogo, y en cambio nos seguirá inquietando sentir que no hemos resuelto esa situación.
5. Ordenar
El clóset no tiene espacio y usted guarda ropa que ya no usa y ha estado colgada las cuatro estaciones del año; algo similar pasa con los cajones, la despensa, el botiquín, el estudio. Su habitación o su casa lucen desarregladas, y cada vez que requiere un documento importante, se promete que ahora sí ordenará el archivero.
Hemos oído que el orden es armonía y aun así nos defendemos con un débil “yo conozco mi desorden”. Guardamos las cosas ‘al aventón’ por comodidad: sabemos que después nos costará trabajo hallarlas, pero en el momento nos da la facilidad de no renunciar a otras actividades por dedicar tiempo a organizar ese lugar.
Además, en la escala de prioridades de la mayoría de la gente, el orden de las áreas personales está en la jerarquía más baja, ya que al ser privadas, nadie las ve.
En algunos entra en juego un factor más delicado: el sentimiento (generalmente inconsciente) de no merecer vivir cómodamente; el individuo anhela ambientes agradables y la desorganización funge como un castigo autoinfligido. En esos casos es indispensable buscar orientación psicológica a fin de abordar los conflictos que motiven tal actitud. Lo mismo aplica para quienes desarrollan una fuerte inclinación a acumular, llenando sus hogares de objetos que ni siquiera van a utilizar, acopiándolos a un punto agobiante, tanto que se pierde cualquier posibilidad de orden.
Ordenar muebles y cajones no sólo nos dejará más espacio para colocar ahí nuevas pertenencias, sino que nos ayudará a vivir en un ambiente más estimulante y libre de estrés.
6. Leer
El promedio de libros leídos en México es de apenas 2.8 libros al año por habitante. Durante la pasada campaña presidencial, el país entero se rió a costillas de algún candidato por evidenciar su falta de lectura... pero, siendo honestos, ¿cuántos no se vieron reflejados en esa ‘hazaña’? Pese a ello, los libros distan mucho de cobrar popularidad. Se sabe que el costo de los libros no debería ser una excusa, ya que puede resultar más barato comprar un ejemplar que ir al cine o a comer fuera, por no hablar de la posibilidad de tener acceso a ellos a través de préstamos.
Leer se relega en gran medida porque en el común de la gente predomina un mito sembrado en casa: la lectura es aburrida, lo cual por supuesto es falso. Sin embargo, quienes crecen con esa idea difícilmente la modifican y más todavía, la transmiten a sus descendientes, perpetuando ese erróneo concepto.
Leer es un acto solitario, que óptimamente demanda silencio y la puesta en marcha de la imaginación. Para quien lo acostumbra, todo ello es altamente estimulante. Pero para quien carece del hábito, implica renunciar a lo que conoce: el ruido y la sobreestimulación de la televisión o de Internet, saturados de colores y sonidos.
Habituarse a leer es realmente sencillo. Lo único que se requiere es voluntad, y con la lectura adecuada (acorde a los gustos personales), se descubrirán incontables ventajas.
7. Convivir con la familia
Vivir con alguien no necesariamente implica tener una verdadera convivencia. En la actualidad, un sinfín de familias comparten muy pocas horas de sus días, y en esos lapsos la interacción es mínima. Comer o ver televisión juntos no significa que haya comunicación y aun esas actividades van desapareciendo porque parejas e hijos suelen dividirse en las diferentes habitaciones a fin de sintonizar el programa que cada quien prefiere. Y de estar en el mismo espacio, los smartphones fungirán como barreras.
Tras ese distanciamiento se encuentra la tendencia que impera desde hace años en Occidente a formar una sociedad más hedonista, que piensa solamente en el propio placer y la comodidad. El trato con los seres más cercanos a nosotros implica la posibilidad de discutir, y sobre todo, de romper con un concepto idealizado: cualquier relación entre seres humanos es susceptible a discutir y a nadie le gusta la idea de que en su hogar haya fricciones; en ese sentido, el camino más fácil para no dar oportunidad a que surjan diferencias, es reducir lo más posible el contacto.
Entrar en esa dinámica sólo nos va volviendo seres aislados y en consecuencia se perjudica la calidad de todo tipo de relación. Los días libres son una excelente ocasión para pasar una tarde en familia, comer con los celulares apagados, ir al cine, a un museo y sobre todo, charlar.
8. Hacer ejercicio
No hace falta tener sobrepeso u obesidad para que el cuerpo requiera ejercicio: es indispensable si queremos que funcione adecuadamente, responda a nuestras exigencias físicas y tenga una buena oxigenación. Pero aunque no hay cifras, se estima que en México es mayoría el sector de la población que no se ejercita. En cualquier caso, continuamente escuchamos a gente prometer que “ahora sí” va a ponerse en movimiento.
Detrás de las excusas y la flojera, se esconde la resistencia a renunciar a otras cosas. Incorporar el ejercicio implica sacrificar un rato del día: el sueño, ver tv, o la ida al café. Si optamos por un gimnasio, tendremos que invertir un dinero que de seguro preferiríamos gastar en algo que no nos cause esfuerzo.
No obstante, una vez que desarrollamos el hábito del ejercicio, notaremos grandes beneficios físicos y sobre todo anímicos: la gente activa maneja más efectivamente el estrés, produce más endorfinas (sustancias encargadas de hacernos sentir bien), y claro, se ve mejor, y ello incrementa su autoestima.
Las vacaciones son un espacio ideal para comenzar a ejercitarnos, ya que al haber mayor flexibilidad de horario, podemos probar diferentes opciones y definir cuál es la mejor actividad para nosotros. Además ¿a quién no le gustaría volver al trabajo o la escuela con ánimo, energía e imagen renovados?
9. Reunirte con esa persona
Han pasado meses desde que comió con su abuela, y en Nochebuena se cumplirá un año desde que su primo lo invitó a conocer su nueva casa. Una amiga sigue en tratamiento de quimioterapia y no ha ido a visitarla. Su ahijado, al que no ve desde el bautizo, está por cumplir tres años. Sus ex compañeros de trabajo llevan meses pidiendo que les confirme cuándo se toman un café.
Usted afirma que anhela esa reunión, pero no concierta la cita. El motivo para evadirla o cancelarla, varía según la situación. En general, tememos que la salida nos consuma mucho tiempo, anulando en nuestra mente el beneficio que pudiéramos obtener.
También con frecuencia nos frena una razón sencilla pero difícil de asimilar: en realidad no queremos ver a esa persona. Ocurre sobre todo tratándose no de amigos cercanos sino de aquellos que ya no pertenecen a nuestro círculo, con quienes solía reunirnos un interés o la coincidencia en el trabajo o escuela. Guardamos un buen recuerdo de lo compartido mas ya no tenemos algo en común.
Mientras que visitar a gente con padecimientos graves puede remitirnos a muerte o despedida.
Vale la pena analizar qué es lo que nos ha detenido de establecer una fecha para esa reunión y asumirlo, ya sea para concretar la cita o bien para cancelarla, en lugar de arrastrarla como un pendiente.
10. Dieta
Subir de peso no ocurre de un día para otro, desde que empezamos a engordar lo notamos; aun así, solemos evadirlo y dejar para después la restricción de grasas, azúcares y harinas. Preferimos esconder el traje de baño que empezar una dieta; al sentir la compulsión de comer, nos decimos “es el último pan”. El tiempo no alcanza para ir al nutriólogo o surtir la despensa con alimentos específicos. Aun si los adquirimos, los vegetales terminan en la basura porque no tuvimos oportunidad de cocinar las recetas light.
En general quienes comen de más usan la comida como consuelo, refugio, acompañamiento, apapacho y descanso. De manera que se establece un vínculo muy fuerte, por lo que renunciar a ello nos provoca conflicto, de ahí que busquemos posponerlo. Otro motivo para aferrarse a la comida chatarra, harinas y demás, es que la relacionamos con un sabor placentero y elegimos ese placer aun sabiendo las consecuencias: más kilos, menos salud, peor apariencia, menos autoestima.
Reemplazar la comida dañina por platillos saludables implica voluntad y conciencia, lo cual requiere de un gran esfuerzo, pero los beneficios son amplios. No sólo nos desharemos del exceso de peso y favoreceremos nuestra salud, sino que notaremos un rendimiento más efectivo (al ingerir más nutrientes y menos ingredientes difíciles de digerir) y por supuesto, vernos mejor fortalecerá nuestra autoestima.
11. Acto altruista
Comprar juguetes, o juntar los que sus hijos ya no utilizan, y donarlos a una casa hogar. Llevar cobijas al refugio para los migrantes. Ir a leerles a los ancianos del asilo. Regalar la ropa que ya no usa. Revisar la página web de la asociación a la que quiere contribuir con un donativo mensual. ¿Cuántas cosas que aseguramos querer hacer se quedan sólo en la intención?
En efecto, este tipo de cuestiones requieren una inversión de tiempo que no cualquiera se da en el día a día. Pero al llegar las vacaciones, siguen quedándose como planes sin fecha.
Cuando esto sucede, es preciso analizar qué nos hizo expresar, en primer término, el deseo de ayudar a esa causa. Con frecuencia lo que nos detiene es que más allá del deseo de brindar apoyo, experimentamos culpa al enterarnos de gente que vive en condiciones de adversidad. Hay quienes se presionan a sí mismos porque un conocido está involucrado en algún tipo de actividad filantrópica; entonces llega la comparación.
Independientemente del motivo tras el altruismo, está comprobado que ayudar brinda una gran satisfacción emocional. Para muchos, la manera de convertir las intenciones en acciones, radica en autoimponerlas como una obligación. Habrá que probarlo.
12. Liquidar cuentas
Sus tarjetas de crédito están al tope. Hace meses que su papá le hizo un préstamo. Se avecina el pago de tenencias, predial y más. Está a punto de recibir dinero extra: aguinaldo, fondo de ahorro, y uno que otro regalo en efectivo; pero sus planes no contemplan la cobertura de deudas ni de compromisos por venir: se dará un merecido premio por trabajar tan duro, y además comprará algunos obsequios.
En numerosas personas, recibir de golpe una cantidad adicional de dinero provoca una euforia que distorsiona su realidad: les hace sentir que es inagotable, dejándose llevar por compras impulsivas y muchas veces innecesarias.
Asimismo, entra en acción el concepto de ‘justicia’ al compararse con los demás: “No es justo que me esfuerce tanto y no pueda darme un gusto; no es justo que mi amigo tienen el nuevo iPhone y yo llevo años con el mismo teléfono; no es justo que todo lo que gano se vaya en las mensualidades del coche”.
Es curioso que veamos las deudas como castigos, pues de cierta manera ‘borramos’ que ese compromiso se originó por un bien ya disfrutado; olvidamos la responsabilidad contraída. Una vez que traemos esto a la conciencia, será más sencillo visualizar lo útil que resulta destinar los ingresos extra (o parte de ellos) a liquidar créditos que de cualquier forma tendremos que cubrir.
13. Aprender
Con frecuencia se queja de que no ha podido aprender algo que siempre ha querido: manejar, cambiar una llanta o fusible, hacer arroz, tejer. No tiene idea de cómo mandar un correo electrónico, una foto con su smartphone, o cómo utilizar Twitter. Tal vez ese ‘algo’ que no sabe limita sus posibilidades de convivir con los demás.
Como ésas, hay un sinfín de actividades que no requieren más que una breve explicación y práctica.
Tras la postergación de cualquier aprendizaje suele esconderse el temor al fracaso, a ‘ser malo’ en algo; solemos idealizar nuestras capacidades y confrontarlas con la realidad, provoca ansiedad. Asimismo, a muchos les preocupa pensar en que podrían ser criticados por su esfuerzo, o bien recibir burlas a partir de un mal desempeño. Dependiendo de la actividad, también puede haber angustia provocada por la posibilidad de resultar lastimado físicamente.
En otros hay igualmente renuencia a ya no depender de los demás: pedir que alguien encienda o repare tal o cual aparato, o que nos lleve a algún sitio, puede sembrar el temor de que ese vínculo se pierda o se desgaste. Se trata, por supuesto, de miedos infundados. Eso sin olvidar que aprender siempre es satisfactorio y contribuye a nuestro desarrollo continuo.
14. Trabajo por hacer
Transcurrieron meses desde que le solicitaron la cotización para un trabajo freelance y aún no la entrega. Un cliente externo, muy paciente, le encargó un proyecto especial diciéndole que no tenía prisa, así que usted no ha comenzado. O bien, en la empresa donde labora se le han acumulado ‘detalles’ que no urgen, pero deberán hacerse.
Posponer este tipo de asuntos obedece al sentido de responsabilidad que cada uno posee. El hecho de que no haya establecida una fecha concreta para entregar resultados contribuye a no ver las tareas asignadas como una obligación sino como algo opcional, y por lo tanto lo relegamos. Interviene también el autoconcepto de justicia: “No es justo que tenga que trabajar en mi descanso”; “merezco un break”. Perdemos de vista que se trata de compromisos que aceptamos sabiendo que implicarían un esfuerzo adicional, y además recibiremos una retribución a cambio.
A casi nadie le agrada la idea de trabajar en sus vacaciones. Sin embargo, cuando las tareas se han acumulado al punto de provocarnos estrés, dedicar parte de los días libres a resolver ese trabajo postergado, definitivamente contribuirá a recuperar el ritmo y la tranquilidad.
15. Viajar
Aunque a simple vista pueda parecer obvia la idea de viajar en vacaciones, lo cierto es que para muchos es un tema que se aplaza cada año, así sea volver a un lugar que les fascinó o ir a conocer, al fin, la ciudad de sus sueños. Incluso, en pleno siglo XXI, todavía hay quienes nunca han salido de su ciudad de origen.
Los pretextos: falta de tiempo y de dinero, aunque detrás haya varios motivos. Por el lado económico, la sociedad contemporánea está acostumbrada a buscar aquello que le proporcione placer inmediato; de ahí que a tantos les resulte difícil ahorrar para costear un viaje, pues implica renunciar a otros gastos ‘de rutina’. Además realizar un viaje, sin importar su duración, requiere de planeación, es decir esfuerzo, otro obstáculo para la cultura hedonista.
En gran parte de la población los viajes despiertan miedo ante la perspectiva de que cualquier traslado aéreo o terrestre conlleva la posibilidad de sufrir un accidente.
Finalmente, también hay quienes se preocupan al pensar en llegar a un lugar desconocido, donde no tendrán control sobre lo bien o mal que resultarán las cosas, ni ‘serán nadie’ fuera del círculo que ya conocen.
La experiencia de millones no puede mentir: viajar, a donde sea, garantiza el descubrimiento de nuevos mundos y enriquece profundamente a la persona, pues amplía la perspectiva con la que se contempla la vida.
UEÑO DE SU TIEMPO
Los seres humanos tenemos la capacidad de olvidar con relativa facilidad los malos momentos que pasamos al enfrentar las consecuencias de postergar alguna actividad. Ya sea que debamos asumir un problema de salud, el estrés de un plazo vencido, el distanciamiento con alguien querido o cualquier otro de los ejemplos mencionados, lo usual es que vivamos sin adoptar medidas para cambiar esa tendencia a decir “después”.
La única manera de lograr erradicar la mala costumbre a posponer es hacer consciente lo que en nuestro interior nos ha impedido concretar ese compromiso.
Si estamos convencidos de que el reloj nos rebasa y no tenemos un minuto disponible, urge que hagamos un honesto repaso de nuestras actividades: es casi seguro que además de ocupaciones tenemos un distractor y de no detectarlo, su impacto será cada vez más negativo. Es también prioritario analizar si estamos dando a nuestro organismo oportunidad de descansar y recuperar energía.
Si además desechamos la percepción de las vacaciones como un lapso para la inactividad, y aprovechamos los días libres que están por llegar para dar salida a los asuntos por resolver, indiscutiblemente iniciaremos el año relajados, satisfechos y plenos. Recuerde: esta posibilidad no se limita al asueto decembrino, está presente en cualquier época del año.
Fuente: Licenciada en Psicología y Maestra en Ciencias Graciela de Lara, catedrática y especialista en estudios de género y en atención a víctimas de violencia intrafamiliar.