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¿Buen comienzo?

Sobreaviso

RENÉ DELGADO

Se trata -sí y por fortuna- del tradicional relevo en la Presidencia de la República, pero también de la segunda alternancia donde el protagonista principal, Enrique Peña Nieto, emana del partido que retuvo esa posición durante setenta y un años. Es afortunado el suceso porque, hace seis años, a punto se estuvo de caer en una crisis constitucional y, si bien se conjuró ese peligro, se perdió la oportunidad de transformar el régimen político.

Sin revestir un carácter extraordinario, la ceremonia de hoy tampoco es un asunto ordinario. La alternancia sigue siendo, en el anhelo y el clamor ciudadano, la posibilidad de encontrar la alternativa para consolidar la democracia, fortalecer y hacer valer el Estado de Derecho y darle perspectiva al desarrollo del país, en un marco de concordia, armonía y justicia social.

No debe, pues, verse ni entenderse la transmisión del poder como un simple relevo en su ejercicio, como una cuestión de turno y menos aún como un juego de revancha. En el desarrollo de este nuevo sexenio, el país se juega su reencuentro y proyecto o, bien, su fractura y caída en el abismo de su imposibilidad. Como está, el país no aguanta mucho más.

El desafío de Enrique Peña Nieto como también de las demás fuerzas políticas y de la ciudadanía es enorme, pero en su dificultad está la oportunidad de la nación.

Mucho y rápido tiene que remontar Enrique Peña Nieto si quiere no sólo ocupar, sino ejercer la jefatura del gobierno y del Estado. Claro quedó en la experiencia que no basta ganar la elección para conquistar y ejercer el poder.

Históricamente el partido, el Revolucionario Institucional, que llevó a Enrique Peña Nieto a la Presidencia de la República se percibe, con cierta exageración, en el símbolo mismo de la corrupción y la transa que asfixia al país y, como el priismo al ser desplazado del poder dejó de hacer su balance y su replanteamiento como partido en vías de recuperación de poder, no es cosa sencilla sacudirse ese lastre. Coyunturalmente, los términos, los recursos y el carácter de la precampaña y la campaña presidencial de Enrique Peña Nieto lo presentaron eficazmente no como un político en ascenso, sino como una mercancía política impulsada por la televisión, donde pesaba más la envoltura que el producto.

Remontar el lastre estructural y el coyuntural no es algo sencillo, pero es menester reconocer que -después de su elección- Peña Nieto ha enviado señales que, de constituirse en signo de gobierno, no habrá por qué asombrarse si se afianza bien y pronto en el poder.

Antes de referir esas señales, conviene subrayar tres desafíos más que habrá de encarar Enrique Peña Nieto, éstos con el denominador común de la delicada circunstancia nacional.

Una, el desgarre del tejido social donde la violencia y la barbarie provocadas por el crimen así como por la estrategia oficial para combatirlo, dejan por saldo un país dolido y enojado, dudoso de la capacidad del Estado para garantizar libertades y derechos fundamentales en toda democracia, incluidos en primer lugar el derecho a la vida, la integridad y el patrimonio. Revertir ese proceso que termina en la desintegración y la denigración social exige una actuación rápida que, sin fincar su acción sólo en la capacidad de fuego y el calibre de las armas, tienda a restablecer la paz y la justicia como claves de la convivencia.

Otro desafío, el adverso entorno económico internacional. Esa variable fuera de control obliga a ensayar un complejo ejercicio de contención del efecto de la crisis en Europa y en Estados Unidos sobre el país. Exige mirar hacia dentro del país y convertir el embate externo en fuerza interior para atemperar aquel y, a la vez, generar empleo para arrebatar al crimen ese ejército de reserva que la pobreza forma en fila.

El tercer desafío deriva de la estructura actual del gobierno que lleva a operarlo sin los instrumentos adecuados. Descuidos, errores y desajustes configuraron una estructura de gobierno inoperante, un engranaje no alineado a las circunstancias y, entonces, no es sencillo gobernar. En parte por eso, la tendencia a administrar problemas, no a gobernar soluciones. Rediseñar la estructura de la administración es tan importante como urgente, si se quiere erigir un gobierno.

Sin acuerdo entre el gobierno y las fuerzas políticas y económicas para recuperar el tejido social, impulsar el desarrollo interno y acotar a los poderes fácticos, con o sin credencial criminal, que han hecho del desencuentro político su oportunidad, el replanteamiento del país es vana ilusión. Los desafíos son grandes, pero no irresolubles.

Las señales enviadas por Enrique Peña Nieto y su equipo, en ese largo lapso que media entre la elección y la asunción del poder, posibilitan pensar en un buen comienzo. Son señales grandes y pequeñas, formales y sustanciales, algunas de ellas aventuradas.

No haber hecho del reconocimiento del triunfo la fiesta de la victoria bailando con regocijo sobre los derrotados. Reconocer en la designación de los coordinadores parlamentarios tricolores, la existencia de grupos y corrientes distintos dentro de la misma fuerza. No haber señalado con discurso inflamado los yerros del recién pasado, pero sí proponer iniciativas para corregirlos. Practicar maniobras distractivas en largo, para ensanchar el margen de maniobra en corto. Reequilibrar en dos y no sólo en un pilar, la operación de sus decisiones. Dar dirección y exigir disciplina y discreción al equipo de trabajo.

Las señales más arriesgadas y, a la vez, más promisorias son dos que, a la postre, se resumen en una sola. Una, la propuesta de reforma de la administración que, atorada ahora en el Senado, exige apertura, pero no sacrificar lo necesario por lo posible. Otra, la propuesta y la negociación discreta del Pacto por México, donde se cifra la posibilidad del gobierno. Ambas se resumen en algo que, de ausente, parece extraordinario siendo que debería ser costumbre: tener iniciativa y hacer política. Esa es la señal mayor que, de convertirse en signo de gobierno, marcará un buen arranque.

El desafío de Enrique Peña Nieto es enorme, del mismo tamaño que el de las oposiciones si quieren hacer de esta segunda alternancia la alternativa del país y del mismo tamaño que el de la ciudadanía que, conociendo los vicios del priismo, no puede quedarse de brazos cruzados para contemplar si el futuro es un retorno al pasado o el retoño de una esperanza.

sobreaviso12@gmail.com

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