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CADAC en riesgo

JUAN VILLORO

El teatro define la condición humana. Recolectar semillas o cazar un venado nos distingue menos de otras especies que la representación de nuestros actos. En las rocas prehispánicas suele aparecer una mano roja; dejar huella es un acto consciente de presencia: "Aquí estuve yo". El teatro prolonga ese desdoblamiento: nos entendemos a través de otros.

Esta actividad ha prosperado en todas las culturas, pero pasa trabajos ante la burocracia mexicana, que entiende al ciudadano como un recolector de semillas. No importa lo que haces, sino cuántos granos tienes y cuántos debe dar a cambio.

Pongo un ejemplo dramático, en el doble sentido de la palabra. En 1975, Héctor Azar, impetuoso dramaturgo, director de escena y promotor cultural, fundó en Coyoacán el Centro de Arte Dramático, A. C., destinado a formar actores y presentar obras de teatro. Ahí construyó el Espacio C, versátil escenario en dos niveles que puede prescindir de escenografía. Un esqueleto útil para la dramaturgia de bajo presupuesto.

De 1975 a 2000 CADAC fue escuela y teatro. Su sede en la esquina de Centenario y Belisario Domínguez es una casona con patio, muy parecida a la que Azar evoca en su obra Olímpica. La asociación civil recibió el inmueble en régimen de comodato; no paga renta pero mantiene el edificio histórico en buen estado y se somete a inspecciones. Una tarea heroica, dadas las bajas colegiaturas de una institución sin fines de lucro.

En 2000 un enredo burocrático cerró el teatro. La Tesorería señaló que CADAC no podía cobrar entradas por no ser dueña del inmueble. La solicitud de cobro debía ser hecha por el Instituto Nacional de Administración y Avalúos de los Bienes Nacionales (INDAABIN), que administra las propiedades clasificadas del Gobierno Federal, pero esta oficina de largas siglas y razones breves se declaró ajena a la gestión. Así se perdió un teatro en la ciudad. Numerosos grupos siguieron ensayando obras en el Espacio C y las montaron en foros menos impedidos por los trámites.

CADAC no ha dejado de preparar actores, principalmente infantiles, bajo el lema de que el teatro no es sólo una profesión sino una manera de trabajar en grupo y vivir mejor. Entre los 15 mil niños que han pasado por esas aulas hay protagonistas del teatro mexicano. Sandra Félix descubrió ahí la pasión que la ha llevado a dirigir con enorme éxito obras como Feliz nuevo siglo, doctor Freud, de Sabina Berman, o El caso Romeo y Julieta, adaptación para jóvenes de la pieza de Shakespeare producida por la Compañía Nacional de Teatro.

Durante 37 años CADAC ha animado la flama teatral en un rincón decisivo de la Ciudad de México. Esto significa mantener viva la civilización. La Grecia clásica es el terreno de Sófocles, la Inglaterra isabelina será recordada por Shakespeare, la herencia maya encarna en el Rabinal Achí.

Durante el Siglo de Oro, un oscuro recaudador de impuestos se propuso demostrar que una época no perdura por la tributación fiscal sino por la forma en que se representa a sí misma. Se llamaba Miguel de Cervantes y escribía teatro.

El comodato de CADAC se ha vencido y el INDAABIN anunció que no lo renovará. Verónica Gómez Martínez, directora de Inmuebles Federales en uso de Asociaciones Religiosas (el teatro está tan abandonado que por lo visto depende de Dios), argumentó en un oficio del 3 de abril que la escuela tiene fines de lucro. Esto contraviene los informes -no respondidos- enviados por el centro cultural. Carlos Azar Manzur, hijo del fundador de CADAC y coordinador operativo de la institución, comenta que el INDAABIN no ha concedido una audiencia para enterarse del asunto.

Un espacio histórico de la cultura mexicana podría convertirse en oficina de gobierno: de la cultura a la recolección de granos.

Es de elemental coherencia que el INDAABIN reciba a las personas que está perjudicando y escuche su causa. Además, debe tomar en cuenta que 37 años no han pasado en vano y que 15 mil ex alumnos están dispuestos a elevar una protesta.

La administración del patrimonio no puede ser ajena a su uso. El teatro y la educación artística son ejes para renovar el tejido social en un país fracturado. Sólo superaremos la violencia a través de la consolidación de valores éticos. En un país con 60 mil muertos en seis años, la pérdida de una opción cultural acreditada es un triunfo de la violencia. Así de sencillo. La licenciada Gómez Martínez debe responder al respecto. Aún tiene una salida favorable. Esta crisis puede servir para superar un largo rezago. No se trata solamente de salvar una escuela en las condiciones de subsistencia que ha tenido desde 2000, sino de recuperar el teatro que ya está ahí. El INDAABIN podría resolver la maraña que impide vender boletos y fomentar la creación de un patronato. Si hubiera taquilla, se podría pasar a un régimen de renta. Esto crearía un corredor teatral en la zona, pues la Compañía Nacional de Teatro está a unas cuadras. La amenazante noticia aún puede construir una esperanza. La disyuntiva del INDAABIN es clara: recolectar granos o hacer civilización.

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