¿Y Tú por quién vas a votar? Es una pregunta que se escucha cada vez con mayor frecuencia en las charlas de sobremesa de los mexicanos. A cuatro meses de la elección la pregunta es normal, lo preocupante son las respuestas. Por lo general los que responden incurren en largas divagaciones sobre la limitación de los candidatos o el estado calamitoso de los partidos. La conclusión remite a una opción por el "menos malo" o de plano a la indecisión. Lo que no veo es pasión de cualquier tipo. Hace seis años a López Obrador se le amaba u odiaba, a Roberto Madrazo se le despreciaba. Ahora ni eso. Y hace doce años el gran telón de fondo era el enorme suspenso que representaba la posibilidad del cambio de régimen con la derrota histórica del PRI. Ahora el destino manifiesto entraña un "más de lo mismo": o un regreso al PRI más con sensación de derrota que de entusiasmo, o un "encore" con el PAN simplemente para no dar el brazo a torcer.
Tengo la impresión de que a estas elecciones les está faltando la pasión. Se podría atribuir al hecho de que las campañas no han entrado a su recta final, pero yo me sospecho que tiene que ver con otras cosas. Por ejemplo que López Obrador ha decidido convertirse en un candidato descafeinado en su afán de quitarse la imagen de rijoso. Y que Enrique Peña Nieto y Josefina Vázquez Mota juegan esencialmente la insulsa estrategia de no equivocarse, de no cometer riesgos.
Que Peña Nieto quiere nadar de muertito, es decir, poco. Él quisiera cerrar los ojos y trasladarse al 2 de julio para sentarse a recibir llamadas de felicitación de los jefes de estado del planeta. Un personaje nacido para ser ungido, para desfilar en alfombras rojas cobijado por el aplauso cortesano. Lo suyo no es convencer, apostar, arremangarse la camisa (salvo cuando hay una cámara al lado) o mojarse por un proyecto, por una idea. Se vota por él porque es bonito, porque parece presidente. Punto. El PRI podría ganar porque lo actuales resultaron peores. Un epitafio para nuestra primavera democrática.
Josefina Vázquez Mota ya consiguió lo que quería, la candidatura del PAN, y ahora no sabe bien a bien qué sigue. Está paralizada porque sabe que la intención de voto a su favor va subiendo y no quiere hacer algo que dañe la tendencia. En realidad está captando las pérdidas que provocaron los errores de diciembre de Peña Nieto y la omnipresencia de los dinosaurios priistas (¿qué tal el politburó de candidaturas para el senado y la cámara de diputados?). Necesita de Felipe Calderón y el aparato federal, para compensar la poderosa estructura de los gobernadores priistas a lo largo del territorio, pero eso la ata de manos para cuestionar los errores de 12 años de gobiernos panistas y relanzar a su partido en una propuesta fresca y distinta para gobernar al país. En la indecisión, Josefina ha optado por convertirse en camaleón. Habla verde donde hay plantas y floresta, habla azul a la orilla del mar, habla rojo donde hay lava y efervescencia. Pero verde, azul o rojo, siempre contenida y sin cruzar mojoneras. Nada que vaya causar olas entre los poderes de facto o en el noticiero de la noche.
La República del amor de López Obrador no está funcionando. Las encuestas son categóricas: el tabasqueño prácticamente se ha estancado. Han disminuido sus negativos pero no crecen sus positivos. Su transformación de profeta del agravio a predicador del amor y la armonía ha resultado muy poco convincente. En todo caso, absolutamente anticlimático. Con la enorme desigualdad que experimenta el país, el clima de inseguridad, la ausencia de estado de derecho y la proliferación de víctimas es surrealista tener un candidato de izquierda que aboga por la concordia y extiende la mano del perdón. El votante progresista ciertamente no desea un candidato furibundo y rijoso, pero sí una propuesta política de cambio que nazca de la indignación, de la desesperación de muchos.
Con estas tres propuestas desdibujadas no es de extrañar el enorme margen de indecisos que arrojan las encuestas. Entre 20 y 28% de los ciudadanos afirma no tener decidido su voto según la mayoría de los sondeos de opinión de las últimas semanas. Una proporción mayor que las diferencias entre los candidatos. Dicho de otra manera, el resultado sigue estando en el aire. Alguien tendría que comenzar a arriesgarse para ir por esa cuarta parte del electorado que está en el limbo. No sé si lo consiga pero al menos haría la campaña presidencial más sustanciosa, más animada. A cambio prometo mi voto.
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