Promesas, descalificaciones, miles de spots en radio y televisión, explicaciones, pretextos, acusaciones, desmentidos, guerra de lodo en Internet, poco debate, diagnósticos superficiales, acarreo, coacción del voto y, al final, más promesas. Arrancaron las campañas electorales para la renovación de la Presidencia de la República. Los cuatro contendientes, por los medios que sean, tratarán de convencer a millones de mexicanos para que tachen su nombre en la boleta el domingo primero de julio de 2012.
La elección en curso es sui géneris. Por primera vez en la historia del país, una mujer, la panista Josefina Vázquez Mota, tiene posibilidades reales de dirigir al gobierno de este país. Por primera vez en 12 años, el Partido Revolucionario Institucional (PRI) podría volver a ocupar Los Pinos de la mano de Enrique Peña Nieto. Por primera vez, los partidos de izquierda presentan a un candidato único, el perredista Andrés Manuel López Obrador.
Pero más allá de quienes participan en la elección, lo que la vuelve más relevante es la situación por la que atraviesa el país. México, la nación más poblada de habla hispana y la décimo cuarta economía más grande del mundo, enfrenta serios problemas de desarrollo, educación, seguridad y justicia social.
Desde hace décadas, el Producto Interno Bruto no crece al ritmo que se requiere para mejorar el nivel de vida de casi la mitad de la población que vive en pobreza. Además, el nivel educativo y tecnológico es de los peores entre los estados miembros de la Organización para la Cooperación y Desarrollo Económicos (OCDE).
A lo anterior hay que sumar el alarmante incremento de los índices delictivos y la descomposición de sectores sociales que han quedado a merced de grupos criminales, y el consecuente deterioro de la situación de los Derechos Humanos, señalado por varios organismos internacionales, incluyendo la ONU.
Por si fuera poco, instituciones políticas vitales de la República, como el Congreso de la Unión, se encuentran paralizadas por la falta de acuerdos entre los partidos políticos, en un momento en el que urgen consensos para enfrentar uno de los retos más grandes que tiene el país frente a sí: el de aprovechar el bono demográfico.
Estos son los temas principales sobre los que deben debatir los candidatos, sobre los que deben enseñar sus diagnósticos, planes y proyectos y la manera para llevarlos a cabo. Pero lo más probable es que, una vez más, veamos y escuchemos tratamientos superficiales, lugares comunes, discusiones estériles y acusaciones sin sustento. De ser así, como se avizora por las armas que han enseñado hasta el momento, las cuatro personas que buscan guiar al país a partir del próximo primero de diciembre serán nada más nuevos candidatos en busca de votos y no los posibles estadistas que el país necesita.