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Carlos Gómez Palacio, a un año de su centenario

ANTONIO E. MÉNDEZ VIGATÁ

En 1939 Torreón era una ciudad aún joven cuando un talentoso arquitecto de veintiséis años se vino a radicar a ella. La pequeña urbe estaba en ese momento renaciendo después de haber sufrido los embates de la Revolución y de una desastrosa epidemia de influenza que había mermado su población. La agricultura, la industria metalúrgica y el reciente reparto agrario habían generado una efervescencia económica. Por otro lado, la Segunda Guerra Mundial que habría de iniciarse sólo unos meses después de la llegada de ese profesionista, provocaría un incremento en el valor de las materias primas que grandemente benefició a la región y que creó un auge económico que con añoranza todavía recuerdan los laguneros.

No había muchos arquitectos, pero sí bastante dinero, además de que entre sus habitantes se encontraba un grupo de visionarios empresarios que luchaban por dotar de nuevos e innovadores edificios a Torreón, tal y como fue el caso de un pariente suyo, el ingeniero José Bracho, que encabezaba la Constructora Lagunera en donde laboró hasta que se independizó y montó su propio despacho en el año de 1947.

Carlos Gómez Palacio y Bracho llegó a estas tierras en un buen momento y lo hizo con una preparación, habilidad, sabiduría y sensibilidad que habrían de permitirle proyectar a lo largo de más de seis décadas algunos de los mejores edificios de nuestra ciudad.

Desde sus primeras obras, como es el caso del Edificio Vallina (1941), hizo evidente un admirable talento para dialogar con el entorno. En esta construcción se diferenciaban a través de los acabados de sus muros dos escalas, una definida por el recubrimiento de cantera que abarcaba un basamento de dos pisos que era de la misma altura de las edificaciones vecinas, que contenía la parte pública del Banco Industrial y Agrícola, a la cual se superponía otra de cuatro niveles en la que se ubicaban las oficinas administrativas. Con ese astuto manejo de materiales Carlos Gómez Palacio superaba la escala urbana que tenía Torreón en esa época, sin romper aquélla marcada por la altura de lo ya existente. Lamentablemente esta construcción fue recubierta algunas décadas después con aluminio, ocultando así la brillante solución empleada por su diseñador.

A lo largo de los años, muchos de los proyectos de este notable arquitecto han sido demolidos o modificados radicalmente, tal es el caso de la Cruz Roja (1942), del Edificio Esparza (1943), del Edificio Cimaco (1946), de la Iglesia de San José y el Salón Javier (1952), de la tienda de telas Soriana (1953), del Edificio Mobil Oil (1956), este último de un riguroso modernismo que fue destruido recientemente, de la Soriana de la Alianza (1968), de las instalaciones del Colegio Los Ángeles en San Isidro (1970) y del Teatro Alberto M. Alvarado (1971). Otros han caído en el abandono, como es el caso de la Catedral Subterránea del Vergel (1952), un lugar que durante mucho tiempo fue uno de los más elegantes y populares centros de reunión de la sociedad lagunera, que seguramente aún debe estar en buenas condiciones estructurales. También podrían agregarse a esta lista de obras sobresalientes las decenas de casas, comercios, iglesias y colegios que durante esa larga y fructífera carrera proyectó.

Cabe mencionar, que entre las que se conservan en buen estado y que son más o menos representativas de su labor, se destaca la antigua terminal y los hangares del Aeropuerto Francisco Sarabia (1943), cuyo diseño en parte respondió a la imagen que la United Airlines empleaba en Estados Unidos, en virtud de que LAMSA (Líneas Aéreas Mexicanas S.A.) -la primera en dar servicio regular de pasajeros desde Torreón a la ciudad de México- estaba afiliada a dicha empresa norteamericana. Este proyecto de estilo colonial, tiene una fachada de cantera bellamente trabajada, además de una serie de elementos Art Déco y ornamentos modernistas de gran refinamiento entre los que se encuentra un escudo inspirado en aquel que usaba la compañía estadounidense en esa época.

Un trabajo similar se encuentra en el edificio de la Embotelladora Coahuila (1948), que actualmente es utilizado por una funeraria ubicada en la avenida Allende. La portada de cantera, sobria, de líneas limpias y su composición simétrica hacen evidente los preceptos de la Escuela de Bellas Artes de París que regían en la Escuela Nacional de Arquitectura (antigua Academia de San Carlos) en la época en que recibió su formación de arquitecto.

Probablemente su obra mejor conservada es el Edificio Colón (1944), cuyas superficies de cantera rosa contrastan con sus paredes lisas de concreto, enfatizando los accesos. La entrada principal aprovecha la esquina y marca un volumen que realza su presencia ante la Colón, avenida que en esa época era la más ancha de Torreón.

El Hospital Infantil (1950), fue el proyecto ganador de un concurso en el que José Villagrán García -el gran teórico, maestro y arquitecto mexicano autor del Hospital Infantil de la Ciudad de México- actuó como uno de los miembros del jurado. La disposición del conjunto permite la ventilación e iluminación natural del edificio, destacándose su planta en forma de "M" que ha sido tan exitosa que a pesar de los 62 años de su existencia, sigue cumpliendo con su misión con un mínimo de modificaciones.

En 1952 realiza el diseño para dos hoteles que son emblemáticos en nuestra ciudad: el Elvira, actualmente Palacio Real y el Río Nazas. Este último fue uno de los más modernos de su época e incorporó un novedoso sistema de refrigeración de características muy similares a los del edificio de las Naciones Unidas en Nueva York. De hecho su propuesta fue preferida por los inversionistas por encima de la que presentó Jorge González Reyna, un distinguido saltillense egresado de las Universidades de Texas, en Austin y de Harvard que había sido exalumno y trabajado en el despacho de Walter Gropius, uno de los más prominentes arquitectos del siglo XX.

Es así que pudiéramos continuar reseñando su larga carrera, sus innumerables proyectos como el de la Iglesia del Sagrado Corazón de María (1958), del edificio para la International Harvester (1947) en Juárez y Cuauhtémoc y de muchos más que constituyen parte del patrimonio construido de Torreón.

Por increíble que parezca, Carlos Gómez Palacio estuvo activo hasta hace relativamente poco, dejó nuestra ciudad a principios de este siglo y se fue a vivir a su natal Durango donde continuó su otra profesión, la de docente.

Este 2 de febrero se cumplieron seis años de su fallecimiento y el pasado día 15 hubiese celebrado su 99 aniversario, sin embargo y a pesar de que ya ha pasado más de una década de su partida de tierras laguneras, su legado sigue vivo entre nosotros, pasamos frente a él todos los días, tal vez sin darnos cuenta. Pienso que sería justo que a través de una publicación o de una exposición se reseñase a detalle la trayectoria de ese arquitecto que fue el autor de muchos de los edificios más significativos de nuestra región.

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