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Centro Histórico

ADELA CELORIO

Aunque frío y gris, el domingo prometía ser redondo. Desayunar en piyama y hojear sin prisa los periódicos del día. Chilaquiles de pollo, para el desayuno y crujientes campechanas para acompañar el café. De fondo la prístina voz de Bárbara Hendricks. Después del festejo matutino: chulos de bonitos el Querubín y yo nos enfilamos al Palacio de las Bellas Artes donde tendría lugar el homenaje póstumo al exuberante escritor Daniel Sada, (autor de Casi Nunca, entre otras novelas) para abrazar a mi amiga Adriana quien sin su Daniel, ha quedado viudísima y muy triste. Desplazarse desde el sur profundo donde vivimos hasta el Centro Histórico, requiere una hora de trayecto y exige una buena planeación. "Ya que vamos a ir hasta el Centro ¿por qué no aprovechamos el viaje para visitar la exposición de Ron Mueck (el escultor australiano cuyas hiperrealistas figuras monumentales reproducen fielmente el cuerpo humano) antes de que la quiten?" Después de ver la exposición y para redondear el domingo, comeríamos en el muy recomendable restaurante del Casino Español, un suntuoso palacio con más de cien años de antigüedad ubicado en la antigua calle de Espíritu Santo, hoy Isabel la Católica.

Con el plan de vuelo perfectamente trazado partimos con tiempo suficiente para llegar al homenaje en Bellas Artes. ¡Qué suerte! el tránsito está aceptablemente fluido; comentábamos, cuando al llegar a Reforma nos impidieron el paso unas patrullas cruzadas sobre la avenida. Los uniformados nos explicaron que debían mantener esa vía desalojada, porque con el objetivo de propiciar el acercamiento entre los cuerpos policiacos y la ciudadanía; a iniciativa de nuestro jefe de gobierno, dentro de unas horas pasearían por ahí los diferentes agrupamientos, tecnologías y especializaciones en que se apoya la Policía capitalina.

¡¿?'!#" "¿Y ahora qué hacemos?" "Háganle como quieran menos atravesar por Reforma", respondió sonriente el uniformado. Comenzamos entonces un peregrinaje que nos consumió una hora más de lo presupuestado. Conseguir estacionamiento fue otra odisea, y cuando al fin nos presentamos en Bellas Artes, el homenaje motivo de nuestra excursión, había terminado.

"Ni para qué quejarse, mejor vamos caminando hacia el museo antes de que lo cierren", sugirió el Querubín, y hacia allá nos dirigimos. Pero era lejos y preferimos tomar una bici-taxi para que nos acercara. "Pareces turista", señaló mi marido por la curiosidad que me despierta esta vibrante y ruidosa zona céntrica de la capital, pletórica de turistas, vendedores, paseantes; y capitalinos que siempre tenemos algo que hacer en el Centro Histórico. Una calle antes de llegar a la exposición en el Antiguo Colegio de San Idelfonso descubrimos la larguísima fila de personas que como nosotros, pretendían ver la hiperrealista obra de Ron Mueck.

Tendríamos que hacer cola unas dos horas antes de tener acceso al museo. Ante esta nueva frustración, sin siquiera considerarlo dimos media vuelta y dirigimos nuestros pasos hacia el restaurante. Al pasar frente a la antigua Cámara de Diputados (esos señores que viven, beben y viajan como reyes a nuestras costillas) nos agrió el paseo un hombre joven, bronceado y bien parecido, que después de chupar las últimas gotas de varias latas de refresco que extrajo del bote de basura, finalmente su mano tropezó con un pequeño envase de plástico conteniendo restos de helado que lamió con avidez.

Avergonzados y sin hacer ningún comentario, seguimos nuestro camino hasta el Casino en donde dada la gran cantidad de personas que esperaban; nos informaron que tardarían por lo menos 45 minutos en asignarnos una mesa. Con una copa de vino en la mano la espera se hizo soportable, y por la suculenta fabada que nos sirvieron valió la pena esperar. Una furiosa granizada -atípica- dijeron aunque mojaba como si fuera típica; nos esperaba a la salida. Chacualeando entre el resbaloso granizo llegamos hasta el estacionamiento donde hubo que hacer una larga fila antes de que nos entregaran el auto; aunque para cuando lo recibimos aquello era ya un pandemonio organizado por un hombre que taponeó con su camioneta el carril de salida. "No me muevo hasta que me devuelvan la llanta de refacción que me robaron", gritaba enca...jonado.

En la desesperación de sentirnos mojados, atrapados y con frío, en lugar de apoyar al hombre que se quejaba por el robo, empezamos a abuchearlo porque nos impedía la salida; hasta que cediendo a la presión de la gente, finalmente arrancó y se fue, pero no sin antes dedicar una atenta mentada de madre a todos y cada uno de nosotros.

"Pero qué espíritu inquebrantable tienen los capitalinos; les cierran una calle y simplemente cambian de ruta, se insultan todos contra todos y siguen funcionado como si nada. Les roban y dan gracias a Dios porque al menos no los lastimaron. Definitivamente son una raza muy especial", comentó una amiga francesa que me visitó hace algunos meses.

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