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Ciudad que se estanca...

Periférico

Arturo González González

Dice un adagio que el agua que se estanca se corrompe, se pudre. Y el agua putrefacta produce enfermedades, hace proliferar la fauna nociva y despide olores nauseabundos. Poca vida sana puede surgir del agua que se estanca. Y lo mismo ocurre con las ciudades. Una ciudad estancada es una ciudad que tiende a la pudrición, a la corrupción. Y para limpiarse necesita, como el agua, cauce y movimiento, agitación y corrientes, oxígeno y renovación.

Lejos de la concepción popular que se tiene del desarrollo de una ciudad, la expansión física de una urbe no es sinónimo de evolución. Un charco turbio puede crecer, pero no por eso abandona su turbiedad. Por el contrario, el agua infectada ocupa un mayor espacio y contamina una superficie más grande. Así, una ciudad estancada moral y socialmente puede expandirse, pero lo hará sin orden ni visión, multiplicando sus vicios y fracturas, su crisis y corrupción.

Aunque joven, Torreón muestra desde hace décadas signos de estancamiento. El crecimiento desordenado que ha tenido la mancha urbana, la desarticulación de los nuevos sectores y la gradual decadencia de los espacios primigenios forman parte del rostro de una ciudad que carece de visión y expectativas claras. La fractura política entre autoridad y sociedad se ha traducido en la imposición de decisiones que siempre van a la zaga de los problemas. Los gobiernos suelen ser reactivos, pocas veces proactivos. Se actúa cuando el conflicto ya hizo crisis, cuando la urgencia desplaza a la trascendencia. Así nos ha pasado con la seguridad, el medio ambiente, la vialidad y la economía.

La reciente visita de Enrique Norten arrojó mucha luz sobre nuestras carencias y posibilidades como ciudad. Más allá de los señalamientos puntuales a obras como la Gran Plaza y la nueva sede de la Presidencia Municipal, el reconocido arquitecto mexicano dijo, después de recorrer una parte de nuestra golpeada urbe: "faltan liderazgos con visión de ciudad". A grandes rasgos, cuestionó la realización de costosos proyectos sin contar con un plan integral a futuro, en donde la sociedad civil tenga cabida y el esfuerzo conjunto contribuya a cumplir los objetivos de la comunidad. Un plan que en vez de dispersar a la ciudad, la integre y articule.

Sus declaraciones, publicadas en El Siglo de Torreón, causaron un gran revuelo entre los lectores y escozor entre los gobernantes. Su crítica no fue dirigida sólo a las autoridades, sino a los ciudadanos en general, medios de comunicación incluidos. Pero como suele ocurrir con otros cuestionamientos, los funcionarios públicos fueron los únicos destinatarios que no acusaron recibo. Y en vez de asumir una postura reflexiva, intentaron minimizar o desacreditar los dichos de Norten. Triste cerrazón e ignorancia la de nuestras autoridades.

Basta revisar algunos hechos para conceder razón a las opiniones del arquitecto. Desde hace diez años el tema del "rescate" del Centro Histórico ha estado en el discurso oficial. Desde entonces a la fecha se han gastado más de 800 millones de pesos en proyectos que, hasta hoy, no han logrado levantar al sector. El problema es que cada administración municipal llega con sus propios planes, sus propias ocurrencias. Ora se gasta en cerrar una vialidad y reubicar ambulantes en ella, ora en construir un estacionamiento, ora en hacer una nueva plaza, pero no se atina a dar en el clavo. Resulta sintomático que las inversiones más trascendentes sean las de la iniciativa privada, como es el caso del Teatro Nazas y el Museo Arocena.

Cerca del Centro están las primeras colonias de Torreón, en el llamado sector Poniente. Copadas por la delincuencia, estas colonias padecen desde hace años un acelerado proceso de abandono, marginación y descomposición social, sin que autoridad alguna se atreva a poner orden y ofrecer una mejor expectativa a los habitantes. El único intento hasta ahora por recuperar el sector es la instalación de una base militar en la antigua Unidad Deportiva Compresora. Pero se desconoce cuánto durará y los alcances que tendrá el proyecto del que se habló originalmente.

Por cuestiones de la geografía, el crecimiento de Torreón se ha dado hacia el oriente. Desde colonias proletarias y zonas fabriles hasta sectores residenciales y corredores comerciales se han instalado ahí, robándole protagonismo al primer cuadro de la ciudad. Pero este crecimiento ha sido burdo, desordenado y excluyente. El área conocida como Ciudad Nazas, proyecto que en la década de los noventa se vendió como la solución al déficit de vivienda del municipio, terminó convertido en un hoyo urbano, con graves problemas de servicios públicos y seguridad. Y los espacios residenciales de la periferia a los que han emigrado las clases medias y altas se han vuelto, por la inseguridad, guetos, enclaves amurallados y apartados de la ciudad.

A lo anterior hay que sumar la visión excluyente que se tiene de la modernidad. Se invierten enormes cantidades de recursos en la construcción de pasos a desnivel, distribuidores viales y amplias calzadas, pero muy poco en mejorar el transporte público y la infraestructura para el tránsito de peatones y ciclistas. La ciclovía de Constitución es apenas un intento -no exento de fallas, por cierto- por revertir la situación de privilegio que en Torreón ha tenido el automóvil. Y así hemos ido expandiendo una ciudad hostil.

Para superar nuestros problemas como ciudad, enmendar nuestros errores como sociedad y salir de este estancamiento deberíamos empezar por replantear la relación autoridad-ciudadanía, para dar a ésta un mayor poder sobre aquélla. Pero eso sólo se logra con más participación de la sociedad. Únicamente así podremos romper las barreras que impiden que el agua estancada corra y se purifique. En ese tenor, la visita del arquitecto debe ser vista como un acicate para salir de ese estancamiento y comenzar a construir por fin una urbe de la que mañana podamos sentirnos orgullosos.

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