Claveles en otoño
Ya se acerca el final. ¡Playa a la vista! / La orden de bajar vibra en el aire / Debo llegar... ¿Pero llegar a dónde? / Y si llego sin mí... ¿para qué llego?
Convocada por el reciente cumpleaños y quizá por la sensación de extrañeza que me produce mi edad, la memoria insiste en traer al presente lo que hace mucho se perdió en los caminos del tiempo. Recuerdos que se desgranan como la sarta de cuentas de un hilo que se rompe. Memoria de los días luminosos, cascadas de risa, de besos, de sueños. De juventud exultante, sometida contra su voluntad a la prudencia. De aquel tiempo primaveral cuando la vida era una jugosa naranja a la que sólo había que meterle el diente.
Entre los recuerdos hace también su aparición esa mala hora que siempre nos alcanza, las noches oscuras, terribles, como del odio de Dios. Entre lo uno y lo otro, la rutina. Días circulares, domésticos, conyugales, coloreados apenas por alguna pincelada atrevida, irreverente, que le imprimen mis eventuales vuelos hacia la libertad y que sin embargo siempre aterrizan entre las sólidas estacas del hogar.
Entre todo esto aparece también el pozo de ausencia y lágrimas que va siendo para mí el mes de diciembre. El decidido empeño de la vida por bajarme los humos y hacerme desdichada aunque no me dé la gana. El mundo sigue girando, la rueda del tiempo no se detiene sino se apresura. Los años que no paran hasta dejarme en el fondo. Miro hacia atrás y no, no me convierto en estatua de sal. La vida ha sido generosa conmigo; me dio unos padres incómodos pero nutricios, y un equipo de vivir bien ajustado y resistente. Me dio libros, dos anillos de boda y un hermoso jardín. Florecí en cuatro chiquillos, he sido bien amada y bendecida con una pluma que me permite poner letra, y cuando hay suerte hasta música, a mis pensamientos. Entre las orillas del dolor y el placer / fluye la vida. Sólo cuando la mente se niega / y se estanca en las orillas / se convierte en un problema. / Fluir significa aceptar / dejar llegar lo que viene/ y dejar ir lo que se va.
Ahí es donde me atoro. A pesar de los miles de años que ya he cumplido y los feroces golpes que me ha propinado, la vida no ha conseguido someterme. ¡Qué necedad la mía!, insisto en añorar los juegos y las risas que se llevaron mis niños cuando cualquier mañana de cualquier año, convertidos ya en unos jóvenes independientes, salieron de su recámara para informar a su padre y a mí que nos dejaban, que ya habían acabado de ser nuestros niños y que volaban a construir sus propios nidos.
Tampoco puedo separarme de mi padre así nomás. Tengo que decirle que he olvidado la prudencia que me enseñó, que gracias a Dios conservo intactos mis errores de la juventud y sigo creyendo en sueños imposibles y arriesgándome por rutas desconocidas. Que no le temo a las pasiones nuevas ni huyo de las experiencias excitantes. Que hablo a solas con los amigos prohibidos y vuelvo a quererlos y a reírme con ellos. Que a pesar de los siglos que me han caído encima, sigo proclamando a los cuatro vientos que la buena vida me está esperando aquí y ahora. La energía vital que es el plazo limitado e irrecuperable de tiempo del que dispongo, ha comenzado a declinar, obligándome a entender que este asunto de vivir, va en serio. Que ya no soy adolescente y que el único remedio conocido para adueñarme del tiempo, es vivir contra todo lo que me amenaza. Es poner en el mejor jarrón de mi casa, los claveles de otoño que la vida me depare, disfrutar de mis malos pensamientos y esperar que el Señor me permita caer en la tentación cuando ésta se presente. La otra opción es el suicidio que se alcanza con facilidad extrema, simplemente dejando que los días pasen uno tras otro sin pensar en mí ni en los días.
Perdón, estoy chípil. Siempre pasa cuando me cae encima un nuevo cumpleaños.
Correo-e: adelace2@prodigy.net.mx