Más de cien metros de altura, acero finlandés, cuarzo brasileño y algunos otros lujitos; contribuyeron a que la Estela de Luz rebasara en 642 millones de pesos el presupuesto originalmente aprobado, y que la construcción se retrasara quince meses más de lo previsto. Finalmente ahí estaba yo desafiando el frío. Entre codazos y empujones me abrí paso entre el gentío vociferante para presenciar el encendido del espectacular monumento que en 2010 debió inaugurar los festejos del Bicentenario.
Como sucedió con la construcción de la parisina Torre Eiffel que levantó airadas protestas de los intelectuales de la época, y más recientemente con la pirámide que formó parte de la renovación del museo de Louvre también en París, y que aún suscita airadas polémicas; la Estela de Luz que seguramente en un futuro no muy lejano se convertirá en un ícono de esta capital; se inauguró en medio de gritos de indignación: bodrio, chatarra millonaria, monumento a la corrupción, estela de la vergüenza, gritaban los indignados.
A mí la Estela me deslumbró, tuve la impresión de que era una puerta abierta al tercer milenio y una gozosa entrada a 2012. Entiendo y comparto la irritación que produce el escandaloso retraso y la exorbitante suma que rebasó el presupuesto original, que ya en principio era alto; pero sin duda lo que más indigna es el hecho de que nadie dé la cara ni se haga responsable de entregar las explicaciones ni las cuentas que nosotros, la gente, tenemos derecho a exigir dado que la obra se financió con dineros públicos.
Ahora resulta que nadie sabe, nadie supo, y ni a quién preguntarle. Tampoco existe -que yo sepa- la denuncia que exigiría tanta turbiedad. Incluso el arquitecto César Pérez Becerril que con el proyecto de la Estela ganó el concurso del Bicentenario, se niega a tomarse la foto en la obra porque según él "sería una falta de respeto que me tomara una foto con un proyecto que está cercenado, modificado, y desvirtuado".
¿Pues cómo así?
Y agotado el tema de la Estela, permítame el lector compartir la sensación de almeja viva cuando le ponen limón; que me produce ver a René Bejarano, mejor llamado el Señor de las Ligas. Al hombre que todos vimos en la tele metiéndose los fajos de dólares por donde le cupieron; quien salido ya de unas breves vacaciones en prisión y siempre a la sombra de AMLO; contando con nuestra desmemoria retoma con energía su carrera política como líder de la Izquierda Democrática Nacional; y aquí no ha pasado nada. ¿Pues cómo así?
Y ahora para ustedes, la joya de la corona: en su nuevo papel de político amoroso; ahora López Obrador anda diciendo por ahí que él nunca quiso cerrar el Zócalo ni las principales calles de Reforma en el centro de esta capital. Que lo obligaron -dice. Que tuvo que hacerlo para evitar males mayores, para evitar que corriera la sangre -dice. ¿Pues cómo así? ¿Acaso ya se le olvidó que todos lo vimos hacer el berrinche? ¿Que todos lo escuchamos organizar el plantón que tanto sufrimiento y perjuicio económico causó a los capitalinos?
Y como ya esta nota lleva el camino de convertirse en un recuento de ignominias, de una vez les cuento que en el camino donde me atoro todos los santos días; se me mete por los ojos un monumental cartel que informa: "Estamos reforestando, sembramos mil quinientos árboles nuevos". Eso dice el cartel mientras nosotros, la gente, miramos con impotencia como sin piedad y a velocidades supersónicas; las sierras devastan lo que hasta hace cinco meses era todavía el tupido bosque de Las Águilas; y donde hoy se construye ¡por nuestro bien, faltaba más! una supervía que mediante un módico precio, resolverá el problema de los automovilistas que puedan pagarla, porque como todos sabemos; para el gobierno perredista ¡primero los pobres!
En cuanto a transitar por el destripado periférico donde se construye la vía para el futuro Metrobus; todo es ansiedad angustia y desesperación. De sur a norte, de este a oeste, maquinaria y cuadrillas de trabajadores van dejado esta ciudad como si acabara de sufrir un bombardeo. Es esperanzador saber que dentro de algún tiempo contaremos con vías y transporte público más eficientes; no importa que para entonces, muchos de nosotros ya estemos en el manicomio. Pero ni modo, aquí nos tocó vivir y aguantamos con resignación.
Menos mal que para recordarnos que la vida no es tan seria como parece y ayudarnos a remontar la cuesta de enero, el pasado domingo algunos cientos de personas -respondiendo a la convocatoria que a través de Internet hizo la "Organización FlashMob" que quien sabe qué diablos será- sorprendieron tocando música y leyendo libros ¡sin pantalones! a los pasajeros del Metro. No cabe duda que como dice nuestro Jefe de Gobierno; esta es una capital en movimiento.
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