Quiero concluir mis vivencias con mi querido amigo Horacio Casarín. Perdón por haber interrumpido mi narración de la columna anterior. Horacio, su esposa María Elena y su hijo Horacio II nos hicimos grandes amigos desde que tuvimos una comida histórica en el hotel donde ellos se alojaban en Londres. Era el Mundial de 1966, donde el futbol mexicano echó a andar el vuelo internacionalmente hablando. La amistad se cimento allí y gradualmente se fue haciendo realmente una relación no sólo amistosa, sino además de afecto mutuo entre familias. Confirmé que Horacio era un ser humano en toda la extensión de la palabra: amigo de sus amigos, cariñoso con aquellos a quienes quería, humilde al hablar de sus logros... Me contó su decisión de retirarse del futbol después de un partido de Copa México en Tampico, cuando jugaba en el Monterrey, que había descendido a la Segunda División. Antes había sido llamado en 1956 para formar parte del equipo nacional que jugó el II Campeonato Panamericano, mismo que se jugó en el Estadio Universitario del DF. Increíblemente, y tal vez porque pensó el entrenador que a la edad de 35 no tenía caso alinearlo, el hecho es que sólo jugó 45 minutos ante Perú. Horacio había debutado en 1937 con el equipo nacional: y ese 4 de marzo de 1956 - casi 18 años después- no tuvo el entrenador el buen gusto de alinearlo más que como suplente. Yo siempre me he preguntado, entonces por qué lo seleccionaron? Eso sí, Casarín jamás criticó el hecho ni públicamente ni en privado. Para él, según me confesó, "en los 16 partidos en que vestí la camiseta mexicana, entre 1937 y 1956, tuve el honor de anotar 15 goles. Para mí la emoción y orgullo de vestir la camiseta nacional fue la satisfacción más grande de mi carrera". El 9 de marzo de 1957 en Tampico, en un segundo partido de Copa México con el Monterrey, Horacio decidió retirarse del futbol. Pero su carrera brillante como entrenador incluyó ser responsable del equipo juvenil que se coronó campeón del mundo FIFA en esa categoría en julio de 1977 en Túnez. La final contra la URSS terminó 2-2 y se fueron a tiros de castigo, habiendo ganado los soviéticos 9-8; pero es justo mencionar que un tiro de los mexicanos que entró, lo hizo repetir injustamente el árbitro francés Vutrot, de todas formas Casarín fue el DT del primer subcampeonato mundial ganado por un equipo mexicano.
Luego Horacio hizo carrera como entrenador, al Zacatepec y luego a los "Tecos" de la UAG, pero como siempre me dijo Horacio, él no era "cambista" y si le querían imponer jugadores que él no aprobara no le interesaba. Finalmente encontró un apoyo firme de Arsenio Farrell, del IMSS, hizo un brillante cierre de carrera como entrenador en el Atlante de 1980 a 1983. Hizo una gran labor con un equipo mal integrado; y dejó el puesto cuando por el cambio de presidente y la creación de la famosa "austeridad", Horacio comprendió que no había futuro para el equipo de futbol - como en efecto ocurrió.
Quiero decirles que entonces mi "ídolo" estuvo más tiempo cerca de su familia y de nosotros sus amigos. Alternábamos domingos para juntarnos las familias a comer; fuimos de vacaciones juntos; María Elena adoraba a mi hija Amanda, entonces recién nacida. Fueron testigos de mi segunda boda y formábamos una familia muy unida. Cuando en 1994 María Elena me pidió ayudara a Horacio a escribir su autobiografía que iba a ser editada por la SEP, me dediqué a esa tarea varios meses. Para entonces comenzaban los síntomas de esa terrible enfermedad que lo llevaría a la tumba: Alzheimer. Por fortuna pude terminar el libro y lo presentamos en una brillante ceremonia aceptada por don Antonio Ariza (q.e.p.d.) en el local de mis clientes y amigos de la Casa Pedro Domecq. Con tristeza se acabaron los domingos familiares cuando en 1991 acepté ir a ayudar a otro querido amigo mexicano a dirigir su cadena de estaciones de radio. Ya la presencia del terrible mal conocido como "Alzheimer" era evidente en Horacio.
Lo fue más cuando regresé a México varias veces durante el periodo final. Aparte de visitarlos asistí a homenajes que le hicieron en México (Atlante y Necaxa), y en Monterrey. Era impresionante acompañarlo a la cancha a recibir el homenaje sin que él se diera por enterado. Triste saludar impotente al amigo y ver cómo su esposa se consumía lentamente siempre a su lado. Imagínese el lector convivir con alguien que era casi un hermano y que no diera señal de reconocerte. Su esposa con una firmeza que sólo la mujer mexicana tiene, luchó hasta el último momento por ayudarlo, por hacer su vida placentera. Lo llevaban a hacer ejercicio y mecánicamente lo hacía. Estaba hecho un toro de salud externamente, pero adentro el infierno de una enfermedad incurable seguía mostrándose.
Estando en Estados Unidos hablé y visité a más de un médico especializado en ese terrible mal que se llama Alzheimer. Me dijeron que no había nada concreto de cómo curarlo, que confiaban en poder retrasar su efecto porque no sabían realmente su origen. Me atreví a preguntar si la práctica intensa de un deporte que recurre cabezazos, en tiempos en que el balón era de cuero, pesado a veces por la lluvia y que llegaba a la cabeza del jugador a velocidades tremendas, no podía ser una de las causas del mal en la masa encefálica. Un doctor en Washington -quien ahora investiga el efecto del mal en los jugadores de futbol americano- coincidió conmigo en que podía ser una de las causas. Y ahora se ha descubierto (caso futbol americano) que el casco puede proteger el cráneo óseo, pero no la masa encefálica. Siempre recordaré que Horacio era un gran cabeceador anotando goles. Pero claro, todo esto es especulativo y tristemente demasiado tarde.
Mi amigo está sin duda en el cielo junto a su esposa, a quien siguió casi inmediatamente que ella, agotada física y anímicamente no resistió más. Nunca olvidaré mis visitas en la última etapa, Horacio sentado en una silla me clavaba una mirada directa, no decía nada y aparentemente no me reconocía. Cuando me avisaron que María Elena había fallecido fui al sepelio y allí estaba Horacio, pleno de vigor físico en un mundo que sólo él sabía cuál era. O, ¿realmente estaba? No lo sé. El hecho es que menos de tres semanas después de la muerte de su esposa, el gran ídolo del deporte, mi querido amigo Horacio decidió -y así lo creo- ir a reunirse con ella. Murió así, fuerte, con la mirada fija, sin síntomas de ningún deterioro por edad. Lloré como se llora no sólo a los parientes, sino a gente que uno admira. Que descansen en paz ambos.
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